El último jacarandá

El último jacarandá

Juligalarena

07/09/2020

Los niños le dieron un último saludo, Athina, la luz y alegría de Estela, le dio un dulce beso en la mejilla, y jugueteando entre los árboles partieron ambos para la escuela, cargando sus pesadas mochilas con numerosos libros y cuadernos inútiles.

Yo me quedé junto a mi esposa en la cama, quise posar mi mano sobre ella pero se distanció como pudo. Nunca entendí el porqué de sus últimos cambios, ni el porqué de su rechazo. A lo mejor fueron por la dura enfermedad que se había estado apoderando de su delgado y largo cuerpo durante ese último tiempo. Estela siempre había tenido esa mirada amenazante que me podía, mis amigos decían que ella “Llevaba los pantalones de la relación”, pero últimamente solo se mostraba triste, y aterrorizada.

Recuerdo que, de jóvenes, fue muy fácil casarme con ella, su padre me eligió al primer instante, todos acá saben que soy un hombre muy trabajador. El día de la exquisita boda nos juntamos a ver los jacarandás, lilas, hermosos. Los pétalos que caían cubrían su sedoso pelo rubio, el aroma adornaba aún más el ambiente, y yo no paraba de observarla. Era la esposa que siempre había querido, era mía. Creo que ambos amamos el momento de la boda, así que decidimos volver al parque de los jacarandás los siguientes diecinueve aniversarios.

Siempre fuimos una excelente pareja, ella me apoyó en mi trabajo como ingeniero durante toda nuestra relación, y yo sé que siempre estuvo orgullosa, aunque no haya podido expresarse últimamente. Si bien varias veces tuvimos discusiones, en las que yo, a lo mejor, no reaccioné muy bien, sé que ella me ama, siempre me demostró todo con una dulce sonrisa, y ahora, por más que sea lo único que puede hacer, sigue sonriendo. Sé que la cuido bien, sé que es feliz conmigo.

Me ofrecieron varias veces llevarla al hospital, para que la cuide un médico que sabe cómo hacerlo, pero no me parece una buena idea. No se sabe como son los otros hombres, pueden tener comportamientos agresivos con ella, y ella puede tener comportamientos extraños con ellos. Si tanto la amo, la puedo cuidar yo, ¿no?

Los niños ya estaban en el colegio, y ya se hacía presente nuestro aniversario número veinte. Veinte años mía había sido Estela, y esos veinte años ahora serían la eternidad. Nunca lo habíamos podido organizar, pero yo tenía claro lo que era mejor para ambos. Tomé el elemento de mi padre, le pedí perdón a Dios, y me acerqué, intentando mirar lo menos posible, a su dulce y suave cuerpo. Vi por última vez su sonrisa.

Allí nos dirigimos hacia los jacarandás, juntos, como siempre lo habíamos estado. En el auto, con un cuerpo, un puñal, y una culpa eterna.

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