CASTAÑAS, TOMILLO Y PIMENTÓN

CASTAÑAS, TOMILLO Y PIMENTÓN

CASTAÑAS, TOMILLO Y PIMENTON

Los muertos y los vivos son lo mismo. Al fin ya no nos vemos.

Sueño que un vaho verde entra por debajo de la puerta. El olor sofocante me ahoga la garganta. Es como el del azufre quemado. La muerte del esposo de mi mejor amiga, me paraliza. Tiemblo, sudo, siento que me asfixio.

En este mar de incertidumbre sólo quiero llegar a diciembre con la familia completa, en la sagrada envoltura física. Respiro hondo.

Cada Navidad le regalo a mi hermano el aroma de las ocho de la noche: el olor de la pierna al horno traspasa la cocina y llega hasta el umbral.

Brindo por oír sus pasos. Me remonto cuando llegaba mi padre silbando a casa.

Vuelvo al olor de mi infancia. ¡Quiero castañas asadas, padre!, como las que nos repartías cuando éramos niños. Junto a la chimenea las dorabas una a una mientras los hermanos mayores cocinábamos galletas con mi madre. El más pequeño de mis hermanos no estaba en esa postal. Era un bebé en su cuna azul.

Cuando mi padre murió, recuerdo a mi hermano pequeño en casa de mi abuela con su short blanco, muy peinado, sentado en la escalera observando los pájaros en sus jaulas. No sé si él guarde el aroma de Navidad que yo tengo, por eso comienzo el ritual de la pierna mechada tres días antes:

Mezclo con cuchara de palo ajos, cebollas, laurel, tomillo, mejorana, aceite de oliva, vinagre de vino tinto, granos de sal de mar, pimienta negra. y el polvo rojo, la páprika de América, el frasco entero de pimentón. ¡Mucho de todo!. Mi madre me diría. ¡Todo con medida! Por eso solo cocino en Navidad. Triángulos de cebolla, dientes de ajo pelones, dejan su huella cruda.

¡Picosita, fuerte, así es como me gusta! Tocino bañado en pasta de ajo. Me encanta la sensación de los aromas picantes en la pituitaria.

Estoy sudando. Meto el dedo a la mezcla y lo pruebo, le falta mejorana.

Tomo el cuchillo recién afilado que giro en el fondo de la pierna como lo hacia mi madre. Hago montoncitos de tocino, jamón serrano y pasas, los remojo en la mezcla y los introduzco en los agujeros de la carne.

Vierto completo el contenido de la licuadora con la espesa pasta mamey sobre la carne; la froto por todos lados, la baño en vino blanco por dos días. El día de Nochebuena a las cuatro de la tarde, enciendo la flama. El fuego inicia su magia. Sello la carne, aparece la costra dorada, oscura, crujiente, ¡Que no se asome ni un rastro del tono rosado del chancho!

Hasta los jazmines del jardín huelen a pierna mechada.

Cortamos pedazos doraditos, los probamos bañados en la salsa. Miro la sonrisa de mi hermano, cierra los ojos, se envuelve en los aromas de la postal de infancia junto a la chimenea.

¡Pido por la familia completa para esta Navidad!

¡Pido por su sagrada envoltura física!

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