Aromas, Sabores y Recuerdos

Aromas, Sabores y Recuerdos

Ese mañana de primavera día fui al barrio Franklin, hacía mucho tiempo que no lo hacía. Empecé a caminar por las calles del matadero, al pasar por los galpones se escuchaba el sonido de machetes y cuchillos mientras destazaban las reses, el ambiente estaba impregnado con ese olor a carne fresca y sangre. Seguí caminando hasta llegar al lugar de las cocinerías, de pronto mis papilas gustativas se activaron casi sin darme cuenta, los aromas trasladaron mi mente a un pasado lejano. Apareció ante mí, la figura inolvidable de mi abuela, con su negro vestido y su pelo entrecano, hecho un moño atrás de su cabeza, junto al fogón de ladrillos donde ardían los leños de espino y cepas secas de viña, y sobre el fuego, la marmita de fierro con agua para recibir los ingredientes de una cazuela, ella tenía en sus manos un capón recién desplumado, y lo pasaba por las llamas para quemar los restos de pluma, despresado acabó en la marmita, uno a uno sé fue agregando el resto de los ingredientes, las papas, él zapallo, la zanahoria, la cebolla y las arvejas que yo había desgranado esa mañana, luego las especies y aliños, que solo conocía mi abuela, y que daban ese aroma y ese sabor inolvidable. La cocina se impregnaba de olores, y el apetito iba creciendo junto con la cocción. Al lado otra olla con el postre listo y enfriándose, el sabroso arroz con leche dé cocción lenta y cuidadosa, para obtener esa cremosidad inigualable, aromatizado con canela y cascaritas de mandarina madura. En dos fuentes, las ensaladas que había preparado mi madre, una de repollo finamente picado, junto con unos rabanitos exquisitamente cortados para que se destacaran como una flor en medio del amarillo, en la otra el infaltable tomate con cebolla típico de nuestro país.

Con todo casi listo, yo me encargaba de acomodar las cosas sobre la mesa de madera de roble viejo, un blanco mantel, y las servilletas primorosamente bordadas por mi madre, las sillas de madera con los floridos cojines hechos por mi madrina, ya estaba todo listo para disfrutar nuestro almuerzo de domingo. Llevamos los platos humeantes a la mesa, con los cuatro ya sentados, la abuela dijo las oraciones de agradecimiento, la conversación era agradable, un domingo al mes era el único día que almorzábamos todos juntos, debido a mi internado en otra ciudad. Terminado el almuerzo, mi abuela me pidió que pusiera la música que a ella le gustaba, fui al gramófono, cambie la aguja y puse el disco con su vals favorito, empezaba a sonar la música por la bocina, cuando una voz sonó en mis oídos, sacándome del trance; ¿sé va servir algo caballero?, dijo un garzón en la puerta del restaurant donde me había detenido, ¡nada le respondí!, y seguí caminando, con la mirada un poco enturbiada por las lágrimas que humedecían mis mejillas.

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