Besos rojos, vino y sangre

Besos rojos, vino y sangre

Pati Sánchez

16/08/2020

María se arma con cuchillo y delantal, para pinchar un kilo de carne.

La guisará con tomillo, ajo y salsa inglesa, luego de trocearla con el puñal que cogió un rojo desteñido de tanto machacar postas.

El esmalte de sus uñas, sus labios y el pelo llevan el mismo color del lomo y la herramienta; hacen juego con sus pendientes y el lazo de seda que lleva al cuello el marrano vietnamita que se ha echado a sus pies.

Con los filazos, al magro le brota un manantial y, como está concentrada en desmenuzarlo, no se fija en los chorros que caen al suelo desde la encimera mojando al cerdo, el que está vivo.

La mujer pica los últimos pedazos y se le pega en la nariz el característico tufo agrio que desprende la chicha cuando está cruda. Se olfatea los dedos y los restriega con agua de jabón en el fregadero.

Se está secando las manos en su mandil bermellón cuando una mosca le pellizca la oreja; se la rasca con el hombro y se le desprende un arete. Se agacha para buscarlo y de refilón ve la cabeza de su mascota, manchada con los fluidos que emana el cadáver mutilado del que fue su primo.

El animal se sacude los excesos que le han caído de lo alto, en lo que ella trae un botiquín, le distiende el pellejo y descubre que la sangre no pertenece al puerco de abajo sino al que se halla descuartizado arriba. Se limpia de nuevo en el grifo y continúa partiendo la jugosa porción, al borde del mediodía.

―¡Qué susto!—le dice al chancho, al que está tumbado en el piso, mientras destripa unos dientes de ajo para el adobo del otro, el que está cortado en trocitos. Se arrodilla y le imprime en su trompa gris el carmín de su boca.

Oink —le gruñe el vietnamita untado con la sanguaza del difunto, el pariente que será degustado por él apenas María apague el fuego. Ella y su marido, el carnicero, acompañarán el plato con una espléndida copa de vino tinto.

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