Adam despertó de un sueño profundo. Abrió los ojos y miró encallado la altura vertiginosa del techo de su habitación. Se levantó con prisa de su cama. Antes de erguirse por completo, se sentó y dejó que sus pies sintieran la suavidad de la alfombra. Observó con detenimiento las cosas de la habitación reposando yertas en el silencio. Afuera de su casa se oye el tintineo de una lluvia golpeando contra las ventanas. Sin fijar la atención de allá afuera, apreció primero sus manos. Las giraba para contemplar el movimiento único y asombroso, como si nunca hubiera sentido esa parte del cuerpo. Movió los dedos tanteando, como si apenas aprendiera a tocar las cosas dispuestas en un piano insonoro. Tocó su cabello con los dedos y luego palpó con ambas manos su abdomen y sus piernas. Se alzó y se dirigió a la montaña de ropa. Se vistió y una sombra en el espejo arrebató su atención. 

    Se contempló frente al espejo. Ante ese semblante todavía desconocido, el reflejo y Adam intercambiaron miradas. Estuvieron así durante un instante eterno. Adam llevó los dedos a la mejilla y advirtió que esa proyección de él también hacía lo mismo. De pronto, se desplomó. Sintió un vértigo incomparable. Se recuperó de la impresión y un sentimiento desconocido brotaba desde el interior. Como un tipo de ruido de estática que está acompañado de imágenes borrosas, inundaba su mente. Se alzó y sin continuar contemplando su imagen en el espejo, oyó una voz íntima que decía: Deus ex machina. Con la duda en los labios, sin sentir más, tomó sus cosas y salió de su casa. 

    La gente paseaba sus mascotas. Otros esperaban con impaciencia la llegada de un taxi. Algunas máquinas trabajaban desde temprano y sin descanso en las avenidas de esta Metrópoli. Nadie saluda. Todos están entretenidos con las cosas puestas en sus manos. Adam repitió la frase que resonaba en su mente. No sabía su significado, así que fue al jardín de Hefestos a buscar a su amiga Casandra. Ella es una persona que sabe casi de cualquier tema. Cualquier pregunta, ella responderá. Ha leído muchos libros en toda su vida. Sin duda, Casandra estará leyendo algunos libros en el jardín, ya que es el único lugar donde cualquiera encuentra un sinfín de artefactos, monumentos y es un buen sitio para discutir. 

    Adam llegó al jardín. Aquella frase intelectual se escuchaba con mayor vigor. Las representaciones de un jardín hermoso llegaron con violencia. El ruido estático se convirtió en un paraíso. La voz inaudible sufrió una metamorfosis en palabras poéticas y en notas musicales. Casandra vio que Adam llegaba, pero él se desplomó, se abatió en convulsiones antes de saludarla con la mano. Pasaron algunas horas. Abrió los ojos, despertó y miró su entorno. Sentía que algo cambió. Los colores se tornaban nítidos y los sonidos más vivos. Recuperó el aliento y a su lado ella estaba sentada con ojos de preocupación. Adam preguntó qué es lo que pasó. Casandra dijo que se había desmayado. Ella quería decirle algo, pero guardó sus palabras al notar que él estaba asombrado al escuchar una música que provenía cerca del jardín. Entregados al compás, los dos buscaron con sus oídos los ecos de la música celestial.

    Adam preguntó a Casandra el significado de Deux ex machina. Ella rememora que la frase está en latín y fue uno de los muchos idiomas de los hombres arcanos. Ellos empleaban el término como un recurso en el teatro, cuando desde arriba venía bajando dios. El dios que baja de las máquinas. Declaraba que Adam y ella, junto con el resto de los habitantes de ahora, son las cenizas de una humanidad muerta. Desaparecieron en el momento que estalló su artefacto más sagrado. Hoy, la nueva vida son el reflejo, imagen y semejanza de su creador. Adam enmudeció. El silencio se interrumpió al encontrar la fuente de la música. Era un aparato viejo que reproducía piezas musicales de muchos compositores desconocidos. Lo apagaron. Marcaba la hora de mediodía, cuando un edificio bramó un concierto de las campanas. Preguntó acerca de ese edificio y ella responde que es una iglesia. Era un lugar antiguo donde frecuentaban los hombres con fe, para pedir en plegarias el bienestar ante un dios. Escuchó el ímpetu de las campanas y Adam se desvaneció una vez más.

    Adam vio las imágenes más bellas de la vida en el arrebato. Una luz sin nombre exhortaba a los primeros hombres para que no tomen el fruto del conocimiento. No supo más, despertó de ese delirio de éxtasis. Entraron a la iglesia. Admiró lo que en el recinto con secreto guardaba desde antaño. Se descubrió frente a un símbolo que estaba irradiado con la luz del día. Nació el último sentimiento, la fe ante la luz. Se filtró en toda la realidad de Adam, la lucidez de éxtasis llegó hasta las entrañas de su mente. Como si su artesano también dejase a propósito una huella perdurable de sentimientos vivos de fe en la vida de Adam. Juntos, hablaron en diálogo por última vez:

    — ¿Has sentido que alguien habla y no sabes quién es?

    —Sí. La primera vez que desperté.

    —Ese sentimiento, ¿se mostraba con imágenes de un jardín inolvidable?

    —No siempre.

    — ¿Te has preguntado acerca de lo que crees?

    —A veces.

    — ¿Crees en algún creador?

    —Hay algo que debo decirte.

    — ¡Mira ese hombre en la cruz! ¿Mi creador también estuvo en la cruz?

    —Adam… No debo ocultártelo más.

   — ¡También pienso y siento como mi creador! He visto su alba en mis sueños en el jardín más hermoso que la tierra jamás vio.

    — ¡Pronto, debemos irnos!

    —¿Las máquinas creen en dios?

   Entraron agentes vestidos de negro. Los atraparon  y reconfiguraron sus memorias. Adam despertó en su habitación, sin olvidar esa voz, Deus ex machina. Dios ante la máquina. Así fue su revelación…

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