Aquella noche de invierno, la oscuridad cubría los pastos, el aroma a tierra mojada, y ahí, en el fondo un aire de incertidumbre y agonía. Los sapos no se hicieron esperar, croaban como si fuera su último suspiro. Manuela y Jacinto ya dormidos en medio del campo, no contemplaban lo que ocurría en la ciudad.
3:00 am los despertaba un gallo mal configurado o despistado por la soledad. Se acababa el tiempo para ellos.
En ocasiones recibían una llamada por cobrar. Su hija desde la gran manzana les enviaba para pan, para harina o para los útiles para la guagua que dejo acá. Las distancias eran enormes, las necesidades no se hacían esperar, los sueños se cubrían de una niebla nada más. Al llegar del pueblo era normal cocinar papas de la huerta con un poco de sal.
Aquel día no pudieron descifrar ¿qué es lo que ocurría en verdad?, la vecina Juanita no les supo explicar, nos prohíben salir del monte, no había forma de cambiar. Los encerraban en el tiempo, en los momentos, sin una sinceridad.
¡El COVID¡ gritaron, los de más arriba del chaquiñán, dicen que nos quiere atrapar, no hay salida, no hay camino, solo nos toca esperar. ¡Que quince días nada más!, con eso lograremos superar a este diminuto que hace tanto mal.
Jacinto y Manuela no entendían en verdad, quedaron atrapados en el campo, sin saber de los demás. El tiempo se hizo eterno, no podían superar, cómo comunicar su agonía, a la hija del más allá. ¡Está prohibido salir señora! Decían los militares en el caminar, ¡tenemos órdenes de no dejar pasar, peor si estornuda o tose a su andar!
En medio del caos, de la huida, un camión llegó a visitar los espacios más apartados de la ciudad, llevaron celulares, computadoras e internet. Bendito dios, los iban a donar, la luz apareció en esos aparatos, “bendita tecnología que llegó al lugar.” Quince minutos por día para que podamos hablar, a la hija no solo la escuchaba, ahora la podía mirar.
Sus ojos de venado, brillaban sin parar. !Gracias dios!, la veía en esa en tiempo real.
Aquellos aparatos fueron un encanto, como caídos del cielo sin dudar. Cada vecino llamaba, veía, lograba recuperar aquellos negocios perdidos, esos estudios pausados. !Bendito celular!, ahora la hermana de Manuela, Camila la llamaba por whatsapp, para chismear. Le contó de la sobrina de la esposa del hijo, que estaba en el hospital. Cada semana rezaban por medio del celular, el rosario de la virgencita para que se pueda curar.
Los domingos por Zoom veían al padrecito, les daba la bendición, veían con algarabía la misa y se llenaban de satisfacción. !Bendita tecnología! que llegó al lugar. Les hizo tan felices en medio de la soledad.
Les dio cercanía, les dio armonía. Hasta recetas del pancito pudieron sacar. Desde la más viejita del pueblo, hasta el más pequeño del lugar, su turno supieron esperar. En un altar pusieron el router. Honraban, amaban y obedecían por tan milagrosa realidad.
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