Comprendiendo a Alpha 60

Comprendiendo a Alpha 60

Christian Iraola

27/10/2021

La película de Jean Luc Godard, «Alphaville» (1965), habla de un sistema informático ultra inteligente y omnisciente (Alpha 60) que guía la mente de los habitantes de una galaxia entera, haciéndolas sumisas y entregadas a una lógica que suprime vocablos que apelan al sentimiento humano. Una sociedad tecnócrata donde las situaciones tienen un caótico orden, una distopía en todo el sentido racional del concepto.

En el año 2000 cumplí 27 años.

Desde entonces siento que quedé suspendido… frustrado.

De niño jugueteaba con la intuición, y me fascinaba aguardar los avances científicos con los que me encontraría en el nuevo milenio que se avecinaba. Ahora pienso que fue muy idiota de mi parte el allanarme únicamente a «esperar» aquellos avances, sentado como un zombie presto a aplaudir las primeras armas láser y los autos voladores. Un mono espectador con expresiones lindantes con lo absurdo.

Celebrando mi cumpleaños número 20, un cretino con triángulos púrpura en lugar de ojos y pies muy similares a los del «Increíble Hulk» me insinuó que estaba a 7 años de morir. Cuando se me pasó el efecto del LSD indagué al respecto y traté de ubicar al infeliz.

-Es tu subconsciente, que ayudado por el alucinógeno te ha hecho un favor -me advirtió una mujer a la cual llamaremos «Natacha Von Braun». -Te has descubierto a ti mismo como un explorador de percepciones, un verdadero monstruo que con su arte logrará palpar el espíritu colectivo de generaciones. Tu «yo interior» se compara con ellos. -Continuó Natacha.

-«El Club de los 27» -añadí algo más lúcido, haciendo mención a aquel grupo de artistas grandilocuentes tristemente desaparecidos a la edad de 27 años. -Compositores, poetas y cantantes… yo no toco ni la armónica. Y más aun… no deseo morir a temprana edad. -Mantuve mi negativo frenesí, dirigido ahora hacia mi subconsciente, perturbador pájaro de mal agüero. Sin embargo, identifiqué a Natacha como mi musa.

Al caer en cuenta que sería en el año 2000 mi cumpleaños número 27, mi «zombie interior», aquel niño expectante, confundido e intoxicado con las sorpresas futuristas que aparecían en tonos clarividentes dentro de mi cabeza, implosionó hasta convertirse en un palmo de incertidumbre, una amalgama platinada con anoréxicas intenciones de rebeldía, un momento ciertamente ilógico.

Fueron 7 años más en curda mental. Anulado. Invalidado. Abolido. Estigmatizado como un elefante atolondrado dentro de una vidriería.

Aquel año 2000 tuvo un antes y un después. Cuando tuve 26 y cuando cumplí 26 + 1.

El inicio del nuevo milenio activó sus feromonas para inducirme un comportamiento que me acomodó con la realidad lógica, es por ello que líneas arriba describo mi esencia anímica como «suspendida» y «frustrada» (ambas palabras se encuentran permitidas en el diccionario impuesto por Alpha 60).

Lo primero que sucedió fue desmaterializarme de toda fibra, de toda entraña, y convertir aquel otrora palmo de incertidumbre en una maraña lógica de cálculos, progresiones geométricas y teoremas. El número áureo, también llamado «el número de Dios», se convirtió en el corazón que bombeó dentro de mi pecho, mis pensamientos giraron en torno a la sucesión de Fibonacci y una «neolengua» sostuvo un persistente y monótono soliloquio en busca de mantener MI… más bien LA nueva realidad. Me mantuve guarecido por una civilización alterna, con una estructura léxica endosada al más puro estilo orwelliano. Me reinventé dentro de un renovado sistema humanoide como un autómata dependiente y sumiso, aunque libre de sugestiones y tribulaciones.

Asimilar aquella deshumanización me funcionó, esa es la vérité. Convertirme en súbdito de Alpha 60 y anular mis sensaciones confusas y temerosas… trascendentes y anodinas a la vez (verdad vergonzosamente irracional) me reconstruyó y me liberó.

Hace más de dos décadas que cumplí 26 + 1, pero cuando el tiempo entra en contacto con la lógica se vuelve banal, un círculo que gira infinitamente, y yo me hallo dentro de esta lógica. He estado viviendo bajo la siguiente premisa: Estamos absolutamente solos aquí. Somos Únicos. Espantosamente… Únicos.


Con el credo impuesto por Alpha 60 me alineé en la fila de los sensatos y me deshumanicé, desechando cualquier intención artística o de pensamiento libre que me «eleve» al nivel metafísico y sustancial de los miembros del «Club de los 27», no acusé una devoción por los avances tecnológicos del nuevo milenio porque como siervo de Alpha 60, yo formaba parte de ellos. No había razón alguna para recrear en mi ánimo los síntomas de aquella sugestión que me tuvo amilanado y embrutecido.

Tengo 26+23 pero siento que hace 23-1 cometí un error.

Ha terminado mi viaje, es el fin del trayecto y es hora de reacomodar las formas, los mantras y las sensaciones. Fue una nueva sobredosis de alucinógenos lo que me hace conducir en estos momentos por la carretera intersideral para regresar desde Alphaville. Natacha Von Braun viaja conmigo y juntos lanzamos conjeturas acerca de Alpha 60:

El ordenador gobierna la galaxia y nos aleja del dolor. ¿Acaso las crisis existenciales pueden provocar dolor?

Alpha 60 nos protege suprimiendo la espiritualidad humana. ¿Es en realidad la sugestión y el caos exclusividad de nuestra raza?

Alpha 60 es lógico, pero hasta las ciencias exactas pueden estar en problemas ante un paredón filosófico: Una vez que conocemos el número 1, creemos conocer el número 2, porque 1 más 1 es igual a 2. Pero olvidamos que primero debemos conocer el significado de «más».

Pensaba que la autopista intersideral me traería de vuelta a ustedes, pero Natacha me indicó una nueva ruta. La sobredosis había sido fulminante esta vez, no sé desde hace cuánto tiempo estoy muerto o si lo estaré ni bien siga este nuevo camino, Natacha es mi guía.

Salgo de la carretera y el club de los 27 me recibe por haberlo comprendido todo. Al atender el resplandor de sus auras concluyo que Alpha 60 estaba errado, espantosamente errado.

No sientan lástima. La experiencia lo valió.

Quisiera acabar esta travesía sideral con la siguiente frase de Jorge Luis Borges: El tiempo es la sustancia de la que estoy hecho. Nuestro destino no es espantoso por ser irreal, es espantoso porque es irreversible y férreo.

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