ULTIMO DIA DE CLASES

ULTIMO DIA DE CLASES


EL ÚLTIMO DÍA DE CLASES

El mundo padecía el azote despiadado del virus, una pandemia que obligó a la humanidad a recluirse en sus hogares como medida de prevención, además de adoptar todas las medidas recomendadas por las autoridades médicas de todos los países del mundo. Aquí en el hogar, el protagonista de nuestro cuento tiene por nombre Simón, por supuesto también cambió el modo de vivir, el asistir al colegio diariamente fue reemplazado por clases virtuales, impartidas por profesores bien calificados que apoyados en los adelantos tecnológicos hacían su mayor esfuerzo tratando de impartir sus lecciones usando el internet un medio ya difícil para los niños que no tuvieron acceso a esa tecnología, y que no encontraban en sus padres una ayuda eficiente. Simón y su abuelo se sentaban frente al ipad y en una lucha titánica trataban de aprender tanto a operar el equipo como entender el contenido de las clases que se extendían a lo largo de toda la mañana, labor que al pasar de los días y con mucho esfuerzo iban logrando. Con el pasar de los días el niño sentía el peso del sistema, su alegría de antes ya se iba apagando, se sentaba pesadamente en su sillita inclinando su tristeza, a pesar de ver a sus amigos en la cuadricula de la pantalla, sentía el frio de la relación demasiado extraña para que pudiera entenderla, muchas veces no era escuchado, hablar con sus compañeros era prácticamente imposible, y la ausencia del calor de su amistad iba cayendo en el cansancio. El abuelo con profunda tristeza veía como su nieto acusaba los cambios destructores en su adorable personalidad, el niño fue tornándose irritable, su espíritu afloraba con rabia resistiéndose a una realidad que lo absorbía. Todo al parecer era cuestión de tiempo, ¡Oh Dios cuánto tiempo durará este mal! Un mal que propiciaba otro mal y es que el dios de la tecnología se estaba robando el corazón de los niños. Este pensamiento aterraba el corazón del abuelo. En una oración con mucha fe abuelo y nieto elevaban su ruego al Dios de los cielos para que este mal terminara.

Después de muchos meses de soportar este suplicio una pequeña luz de esperanza empieza a filtrarse por la ventana de todos los hogares de estos niños que sin tener la culpa de nada soportaban este trance, observamos que la pandemia empieza a ceder y Simón puede bajar al parque del edificio a jugar con sus amiguitos, la alegría de ese pequeño grande corazón, no paraba de saltar y correr, su corazón sentía la libertad, esa libertad tan anhelada. ¡Oh gracias Dios! musitaba el abuelo con insistencia, su felicidad era ver al niño luz de sus ojos volver a sentir la alegría de vivir, de sentir el cariño de todos esos niños que como el sufrieron el rigor del encierro. Esa felicidad duraba apenas una hora diaria, para después volver al ritmo que inmisericorde lo apagaba. Pero al menos esa ventanita alimentaba el alma y le daba al niño fuerzas para continuar la lucha. El abuelo ama esa valentía del niño para no dejarse vencer.

Así pasaron unos meses, el mundo seguía luchando contra el virus y se obtenían logros importantes, pero el progreso se sucedía con mucha lentitud, mientras tanto los sueños infantiles, las risas, los abrazos y las rondas morían lentamente y el reino de la fantasía encerrado en cuatro paredes agonizaba entre suspiros.

Unos meses antes de finalizar el año escolar se observó una reducción significativa en el contagio del virus lo que permitió tomar la medida de abrir parcialmente los colegios, de tal manera que asistirían alternando los días, tratando de evitar las aglomeraciones. Ese primer día en que Simón regresó a su querido colegio fue inmenso, su corazón palpitaba con violencia y la ansiedad lo dominaba. Por fin encontrarse con sus compañeros y profesores, fue una fiesta de amor, de infinita compenetración, sus mentes se llenaron de cuentos, todos hablaban al mismo tiempo, pero se entendían maravillosamente con el único idioma que conocían, el amor.

Transcurrían los nuevos días con la feliz estrella de la esperanza en el norte de los niños, y poco a poco se aproximaba el tan esperado fin de curso que en el caso de Simón representaba el fin en su jardín y el comienzo en su colegio grande. Este cambio lo llenaba de expectativas y a la vez de tristeza porque sabía que no volvería a estar con sus amigos, (al menos en el aula del colegio). Por fin llegó el último día de clases, el niño estaba elegantísimo con su uniforme debidamente puesto, su pelo muy bien peinado (al menos por ese día), llevaba fuertemente abrazado el libro de cuentos que leyó muchas veces con el abuelo durante esos días tristes del encierro y que deseaba leerlo o mejor contárselo a sus amigos en ese último día de clase para que siempre lo recordaran, cuando llegó el momento pero a pesar de su insistencia no pudo hacerlo, las actividades programadas por el colegio para ese día no incluían ese lindo propósito, con mucha tristeza y gran desconsuelo Simón se sentó en el suelo con su libro de cuentos en sus rodillas y lloró tanto que sus lágrimas fueron recogidas por todos los personajes de sus cuentos. Así llegó a la casa, al verlo con su carita alargada, los ojos como dos mares a punto de desbordarse, entonces el abuelo sin decir palabra lo abrazó y con un tierno beso volvieron a leer juntos el libro de cuentos. El Dios de la alegría volvió a brillar en el corazón de Simón.

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