Deus ex machina. En el antiguo teatro griego solían emplearlo. En plena obra teatral, una grúa, la máquina, era utilizada para presentar en escena una deidad aparecida de la nada y resolver algo que por argumento y contexto era irresoluble: este deus era capaz de dar cualquier giro inesperado a una trama y, cuando lo hacía, todo cobraba sentido, incluso sin tenerlo. Era aceptado por todos, porque el dios que bajaba de la máquina no podía equivocarse nunca.
Ahora Dios no soluciona nada, es la máquina tecnológica la que hace o deshace todo. La inteligencia artificial, la que, en teoría, nunca yerra. La que mata sin apuñalar ni derramar sangre. La tecnología es una “realidad virtual” que nos adormece hasta ejecutarnos. Por el contrario, los dioses del Olimpo, caídos del cielo por las antiguas máquinas, eran mitos con los que se recreaban historias que nos alegraban o nos disgustaban, pero sin llegar a aniquilarnos.
Hoy, cuanto más miro el Instagram o cualquier otra red social, más ganas tengo de claudicar ante este mundo artificioso.
***
He tenido que dejar de escribir durante algún tiempo. Ha ocurrido algo que me ha dejado como si hubiera mirado los ojos de la diosa Medusa: petrificada.
Esta semana estoy alojada en un albergue de Galicia llamado O’Bordón.
Aquí trabajo como voluntaria. Me ocupo de la recepción, del chek-in y el check-out.
Pues bien, hace unos minutos, y a propósito de deus ex machina,
como caído del cielo, ¡se me ha aparecido en la recepción el mismísimo Woody Allen!
Con pinta de zarrapastroso, como si acabara de salir de su orgasmatrón y vestido de peregrino, con la cara muy colorada, se ha acercado a mí diciendo: «Hi! I have a reservation».
«What the fuck?»—he pensado—. «Esto es real, o de tanto ver Black Mirrow en el fucking Netflix he perdido el norte?».
Estaba confundida, no sabía si iba a atender al auténtico cineasta o por el contrario era un ectoplasma fruto de una fuerza oculta—¿un Dios?— Pero he extendido el brazo y ahí estaba su mano sobre el mostrador de la recepción. Verdadera materia orgánica.
Tras un largo momento de incertidumbre, lo único que le he podido decir ha sido: «I’m sorry, I have to check your reservation, but my computer is not working now, the server is down».
Pausa de resignación por el fallo del servidor de cada dos por tres. El nuevo Dios sí que nos abandona a menudo.
«Could I have your ID, please?».
Él ha respondido asintiendo con la cabeza mientras sonreía, pero mi torpeza ante tal virtuoso del celuloide me ha delatado: se ha dado cuenta de que yo sé quién es, y de que además, le admiro.
El “omnipotente” Dios artificial seguía sin darme respuesta. ¡Con lo fácil que era antes apuntar las reservas en una agenda!
Así que, para hacer tiempo, le he soltado una de esas frases del típico humor de sus películas: «Maybe Zeus comes and fixes it! ».
Él se ha echado a reír; sabía de qué le estaba hablando, y levantando un dedo, me ha dicho: «Mighty Aphrodite. Deus ex machina!». Yo le he guiñado un ojo haciéndole saber que nos habíamos entendido. Me ha parecido que es igual que en sus películas, que no finge. Tal vez si hubiera puesto una pieza de Wagner en mi portátil, y el gran Allen hubiera sacado una sierra mecánica para destrozarlo, se hubiera confirmado al cien por cien que sus personajes y él son la misma persona, pero como la inteligencia artificial estaba out of order, solo he podido confirmarlo al noventa y nueve coma nueve por ciento.
Para hacer tiempo, le he ofrecido un chicle de zumo de ciruela, sabía que los de menta no son lo suyo. Lo ha aceptado con gran alegría, como si le estuviera ofreciendo producirle la película de su vida. Es lo que tiene ser peregrino: valoras los pequeños detalles.
Ahora se acaba de sentar. Pobre, después de una etapa de treinta y dos kilómetros debe estar derrotado, y más a su edad. Se ha desplomado en el sofá y se ha desprendido de las botas con mucha calma. Le huelen mucho los pies, como a queso roquefort sudado. En fin, nadie es perfecto. Para colmo, se ha quitado también los calcetines y tiene los pies llenos de ampollas. ¿Sabrá drenárselas? Qué se yo, me da a mí que este es su primer Camino. Tiene toda la pinta. Lleva una mochila del tamaño del K2. Puede que lleve ahí su equipo de rodaje y su steadicam, en mi opinión, podrían caber todos.
Bueno, por el momento parece que ni Dios va a bajar ni la máquina portátil va a funcionar. Así que voy a sentarme con él y a esperar a que se recupere un poco, aunque quizá no lo haga nunca. Creo que esta experiencia nada mundana, le ha afectado mucho más que leer las críticas de Twitter que postean algunos, sobre sus supuestas aficiones. No me extraña que haya venido a peregrinar; aquí es uno más del vulgo: madruga, se mata a andar y cuando llega al final de la etapa, no tiene fuerzas para consultar los cotilleos con los que nos amenazan las redes. ¿Se llamarán redes porque nos atrapan?
Dejo de divagar y al fin me siento a su lado. Y para pillarle fuera de juego le voy a preguntar por qué utiliza palabras como anquilosante y despapuchos en los diálogos de sus películas, cuando están fuera de contexto: debe formar parte de su idiosincrasia creadora, supongo. Pero me encantaría debatir con él sobre su léxico ahora que está cansado. Claro, que como no encuentre un diccionario español-inglés, con el servidor caído, voy a tener que invocar a la diosa Atenea para ver si ella me solventa el problema de la traducción, aunque no creo que se me aparezca.
Al fin y al cabo Dios y las máquinas son como todo lo demás. ¿Prescindibles?
Allen, paseando por las calles gallegas, despreocupado y ajeno al nuevo dios tecnológico. Unplugged.
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