Esa mañana Javier al despertar y sentarse en la cama; buscó, como algo ya instintivo, al celular que estaba en la mesa de noche. Como todos los días, la primera acción era revisar los correos, WhatsApp y Twitter que llegaban en la noche.
Al palpar con sus dedos índice y pulgar la pantalla digital, percibió una sensación diferente a la habitual. Al deslizar los pulpejos para abrir las aplicaciones notaba algo pegajoso que limitaba la excursión a través de la pantalla. Rápidamente, observó los mensajes de Lucía, su novia y de los compañeros con quién se reuniría más tarde para terminar el trabajo de administración.
En el transporte colectivo tuvo la intención de sacar su teléfono móvil, pero se arrepintió. Recordó que, en las noticias de ayer, mostraron las estadísticas de hurto de celulares, en especial en medios de transporte. Su teléfono era de última generación, de los más codiciados por los ladrones. No podía concebir lo que ocurriría si se quedara sin él. No sabría definir, qué le afectaría más; si perder el celular o terminar con Lucía.
En la tarde, al reunirse con sus compañeros les comentó lo que estaba ocurriendo con su celular. Los dos amigos lo manipularon, pero no notaron nada extraño en la pantalla. De todos modos, pensó que debía llevarlo al punto de venta, ya que lo había adquirido hace un mes, aún tenía garantía.
Al otro día, sonó la alarma del despertador del teléfono, Javier extendió la mano izquierda sobre la mesa de noche y con su pulgar derecho rastreó la pantalla para silenciar el sonido. El pulpejo recorrió rápidamente la superficie lumínica para actualizarse. Colocó el aparato sobre la mesa y se dirigió hacia el baño. Un peso permanecía en el pulgar. Con su mano izquierda se quiso ayudar y aún en la obscuridad no entendía bien lo que sucedía. Encendió la lámpara y trató de retirar el celular de la mano derecha. No pudo. El pulpejo del dedo pulgar derecho permanecía firmemente unido a la pantalla, como si fueran una sola unidad, como siameses. Angustiado, comenzó a gritar ¡Papá! ¡Mamá !¡Ayúdenme! Ambos estaban desayunando. Pensaron que era una más de las bromas que Javier acostumbraba hacerles.
Pasaron de la risa al asombro cuando comprobaron que por más maniobras que realizaran, el dedo permanecía pegado el celular. El padre utilizó una toalla, la madre un paño húmedo; aún con el rechazo de Javier. – Madre le vas a dañar a la pantalla. No hubo manera de liberar el dedo. El padre ahora sí preocupado, dijo, -hay que buscar ayuda, vamos a urgencias de la Clínica. Ayudaron a vestir a Javier, lo más complicado fue pasar la manga de la camisa y el saco; preguntaban si dolía. No, realmente no duele, es como si estuviera dormido, es una sensación rara. El padre llamó a la oficina para avisar que llegaría tarde; tuvo el temor de usar su celular y utilizó el teléfono fijo; que tal le ocurriera lo mismo, su móvil era de la misma marca que el de Javier.
Al llegar a urgencias, la fila de pacientes era interminable. Miles de casos similares al de Javier .Los médicos estaban incrédulos .Las primeras personas llegaron al amanecer y los galenos no sabían que hacer .Buscaron en las plataformas internacionales de medicina basada en la evidencia ,no existía ningún antecedente de este tipo .Existía bibliografía sobre la alergia al níquel y sensibilidad a las pantallas , que produce alteraciones del estado general y otros síntomas ; o de otra parte , la nomofobia que ya ha sido ampliamente estudiada por los siquiatras ; pero la adherencia de un segmento corporal a un dispositivo electrónico nunca había sido reportada a nivel mundial .
En todos los centros hospitalarios de la ciudad se multiplicaban los casos. Se inició un plan de emergencia. El ministro de salud convocó a los más eminentes médicos y físicos del país. Estaban en camino expertos internacionales en metales y radiación electromagnética. Se cancelaron todas las actividades programadas en clínicas y hospitales. Todo el personal sanitario disponible estaba revisando a los ya llamados “apegados”. El transporte se vio afectado porque gran cantidad de conductores de taxis y transporte municipal estaban entre los afectados. El comercio, la industria y los bancos estaban paralizados. Las iglesias se colmaron de fieles de edad avanzada que imploraban un milagro para sus familiares.
En la tarde se entregó el consenso médico. No existía manera de separar la pantalla del dedo afectado, que en todos los casos era el pulgar o el índice de la mano dominante. En todos los afectados había ya cambios necróticos en los pulpejos, eran inviables; por lo que una infección era inevitable. La directriz presidencial fue clara. Se autorizaba realizar en forma masiva la amputación del dedo afectado, al nivel elegido por el cirujano. Los congresistas en sesión extraordinaria aprobaron la decisión y votaron a voz, sin el mecanismo electrónico, querían ocultar a sus votantes que estaban también apegados.
No hubo ninguna conclusión científica sobre la etiología del fenómeno. La tesis que quedaba, era la una maldición proferida a occidente por las tribus africanas o de indígenas del Amazonas, que defendiendo su madre tierra fueron muertos o desplazados por los explotadores de Coltán y juraron venganza.
Se pensó, que el perder el dedo índice o el pulgar, con la consecuente imposibilidad de realizar la pinza característica en la evolución del ser humano; llevaría a un retroceso a la mayor parte de la población en la escala primate. Paradójicamente, al año se incrementó el número de asistentes a bibliotecas y la venta de libros. Las multinacionales de la telefonía siguen compitiendo para llevar al mercado aparatos adaptables a las nuevas características manuales del grupo poblacional amputado.
Javier y Lucía establecieron una agenda semanal de citas que concertaban sin uso del móvil y al salir de la universidad es frecuente verlos tomados de la mano charlando en parques y cafeterías; como muchos jóvenes, o asistiendo a eventos culturales de la ciudad.
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