Desde el andén veía a mucha gente que era empujada y golpeada mientras subía a los vagones de mercancía. ¿Cuántas personas estaban delante de mí? ¿Veinte? ¿Dieciséis?… Un anciano cayó al suelo después de recibir un golpe con la culata de un rifle. Un pequeño hilo de color rojo se deslizó por su mejilla, goteando sobre el suelo cubierto de nieve – plic, plac…

Hacía muchísimo frío, no paraba de nevar. Grandes copos de nieve descendían desde un cielo negro como la muerte misma, muy despacio, envueltos en una luz naranja procedente de las farolas oxidadas de la estación. Casi no soplaba el viento. De repente oí la bocina del tren, un acorde de tres sonidos, un “aumentado” – no sé cómo, pero esbocé una especie de sonrisa – soy músico, bueno, era…

Ahora quedaban cuatro personas, las conté con mis propios ojos. Los vagones no tenían ventanas, desde dentro se escuchaban ruidos, alguien gemía. ¿Recibiré un golpe con la culata también? Ojalá fuese en la cabeza, y tan fuerte, que lo acabase todo. Y desde el andén, como un copo de nieve, solo que a la inversa, pudiera levantarme hacia aquel cielo negro y no volver. No volver jamás…

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