Altavoces tartamudos, chirrido de ruedas sobre el andén, trasiego incesante de pasajeros. El exterior consigue enmudecer mis pensamientos, mi cabeza da mil vueltas y repasa incesante mi pasado, mis lamentos, mis súplicas y la continua callada por respuesta. Portazo tras portazo, llegó un momento que el ruido sordo de un “te llamaremos” dejó de dolerme, me volví inmune, un simple autómata, un muerto en vida.

Todos mis sueños se evaporaron de un plumazo, me dí por vencido, lloré hasta sentirme morir, y prácticamente lo hice. Un día algo me despertó, me empujó a buscar otra salida, otra oportunidad. Y en eso estoy, siento pesar y a la misma vez emoción. Desde el andén visualizo mi pasado como un aprendizaje y mi futuro como un nuevo dibujo, una nueva oportunidad, una nueva vida.

Salté de mi sillón, de la angustia y el pesar que me habían abducido y, a pesar de tener que alejarme de los míos, de mi tienda de barrio, del vecino al que odio dar los buenos días, a pesar de todo ello, miro con ilusión y esperanza el futuro sabiendo que los días malos y tristes acabaron para mi.

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