Al día siguiente, en la resaca de una insomne noche con cientos de recuerdos repetidos, Memo Alférez se sintió asaltado por una cascada de interrogantes: ¿ Responderá las llamadas, recordará lo sucedido, estará arrepentida, volverá a aparecer?
De pié, preso de una gran ansiedad, encendió el noveno cigarrillo de la mañana y, entre las pequeñas volutas de humo, rotas por las ramas bajeras del árbol plantado frente al garaje y que brindaba sombra al final de la calle, sólo atinaba a pensar: ¡Si me necesita, me busca! y ¿Si está pensando lo mismo?… ¡Oh Dios, nunca nos encontraremos!
Desde el andén, medio oculto por el follaje del gran sauce llorón, nerviosamente acechaba la casa. En el instante que arrojaba la colilla de otro cigarro y la pisaba contra el pavimento, hizo su aparición el campero de color gris, y en la reverberación del medio día, después de un minuto eterno, pudo ver la silueta de la deseada mujer, amada con intensidad la noche anterior.
El susto sólo permitió escuchar el sordo palpitar de su taquicárdico corazón, acompañado de ese agudo revolotear de mariposas en el estómago, síntoma que lo acompañaría cada vez que la encontrara.
OPINIONES Y COMENTARIOS
comments powered by Disqus