Una mosca examina un excremento canino en la estación ferroviaria de un pueblo. Un perrillo intenta hacer lo mismo pero una mano sujeta firmemente la correa que lo ata. La misma mano saca del bolsillo de un chándal un pañuelo para secar sus propias lágrimas. Con las puertas abiertas, un tren espera la entrada de una joven que se parece mucho a la del chándal pero que lleva un vestido perfectamente planchado y un embutido bolso.

Detrás, los padres de las hermanas contemplan la escena: «¡qué dura es esta marcha!» Solo en una hija conservarán las raíces, la tradición familiar. La otra marchará a la ciudad y olvidará su pueblo… y a ellos.

El embutido bolso es ayudado a subir y también la chica del vestido, que no para de lanzar besos a su familia, ni después de tomar asiento. Cuando las puertas se están cerrando, el perro consigue llegar a la caca y la mosca revolotea hasta colarse dentro del tren. La hermana en chándal lo observa desde el andén y vuelve a llorar. También esa mosca se marcha, tampoco tendrá que tragarse sus raíces, ni su pueblo ni a sus padres hasta que sea una vieja.

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