Sólo si te acercas podrás ver las cicatrices en el rostro del chico, como una hilera de hormigas rojas subiendo hacia sus ojos. Una mochila cuelga de su hombro izquierdo, el brazo derecho aún le duele, allí dónde su padre le agarró, tirando hacia arriba mientras él trataba de escapar. El chico cierra los ojos y juega con las monedas escondidas en su bolsillo. Es lo poco que le queda tras comprar el billete. Lee el nombre de su destino. Egnaro. No recuerda haberlo oído antes, ignoraba incluso su existencia, pero parecía un lugar lo bastante lejano, si eso era posible. Hay un panel de información en el andén. Anuncios manchados de grasa y polvo, bailan, siguiendo la música que marca el viento. Fotografías de rostros adolescentes, casi niños, con la palabra “DESAPARECIDO”, escrita con desesperación. El chico fantasea con la posibilidad de que también llegaran a Egnaro. Pronto estaré allí, suspira. Un papel, maltratado por el tiempo y la lluvia, se arrastra olvidado entre las vías, el rostro del chico apenas se distingue en su superficie amarillenta, ni su nombre, ni quién era, ni cuando desapareció. Mientras, el chico sigue esperando su tren. Las monedas suenan como campanas rotas
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