Best-seller

Está convencido de que nunca hará nada mejor. Quizás sea un lugar común entre los escritores. Han sido ocho largos meses sentado ante la mesa. Finalmente se siente satisfecho. Ante él descansa media resma de papel virgen; no recuerda, ni tampoco le importa, la cantidad total que ha empleado entre lo que ha considerado apto, sublime, y lo que ha desechado en la papelera hecho un gurruño.

Le ha encantado arrancar el último folio, con la palabra fin, del carro de su antigua máquina; aunque es un hombre que vive en un mundo más modernizado, sigue sin convencerle escribir en un ordenador. Aún conserva la vieja Underwood de su padre, en la que escribe, que además sirve para dar un toque intelectual al ambiente de su cuarto de escritura; son muchos los que dudan de que tan siquiera se vendan cintas para  esas máquinas. Para esos lo suyo es un simple postureo.

—Y los de la radio que no llaman…Pasea un dedo por los lomos de los libros de su biblioteca; no estaría de más pasar un plumero.

La historia reúne todos los ingredientes para llegar a los lectores. Tanto al público selecto como a los consumidores de best-sellers. Se ha justificado a sí mismo con la coletilla: “también los hay con calidad literaria”. Y con eso le ha bastado.

Él logró cierta fama publicando un libro que se convirtió en un gran éxito.

No sabe escribir sin respetar lo que considera “baremos de calidad literaria”. Eso le ha criticado su agente constantemente:

—Quizás si bajaras un poco el listón e hicieras tu lectura más comprensible para el gran público… ¿Cuánto hace que no vendes un libro?

Su caché no le da como para contratar a un verdadero agente, por eso un buen amigo, y entusiasta de su escritura, ejerce como tal. A cambio de alguna pequeña compensación cuando puede permitírselo.

El gran público, ¿esa masa uniforme que apenas sabe leer, pero consume cualquier premio literario escrito por una cara de televisión o por el personaje que airea sus miserias?

Muy triste pero real. Lo considera como escribir basura.

Llaman a la puerta, tímidamente: “Que si quieres un café”

—Te tengo dicho que no me molestes mientras la puerta esté cerrada. No, no quiero. Ya la he terminado. Perdona, estoy nervioso.

—Vale, vale; lo entiendo. Cuando salgas avísame y te limpio el cuarto. Y no, no tocaré ningún papel, tranquilo.

—¿Ha llamado alguien por teléfono?

—Que yo sepa, no.

Su agente siempre le dice que debería modernizarse y enseñar sus obras en las redes sociales. Sería darse a conocer a muchos posibles seguidores.

¿Cabezonería?; es partidario de la antigua escuela que prácticamente niega las redes sociales. Alguna vez, por curiosidad, ha entrado en su smartphone un par de ellas; él está apuntado en una, pero apenas hace caso, y su opinión se ha visto confirmada: lo que ha leído le ha parecido absolutamente banal… Sin embargo, sus autores tienen cientos, miles, de “likes”.

La mayoría son influencers, raperos o personajes que han colgado alguna imbecilidad en Tik-Tok u otra plataforma. Muy lejos de su grandiosa obra.

Está ahí sobre una bandeja para documentos.Incluso en reposo, le parece hermosa; nunca hará nada mejor.

Convendría airear el cuarto, pero tiene miedo: del aire, de las palomas, de la lluvia cayendo en horizontal que pudiera malograr su obra.

La mira con arrobo; cientos de folios, apilados, revisados una y cien veces. Le gusta tenerlos a mano, sopesarlos, olerlos, acariciarlos…

¿Qué sabrán esos de esa sensación? Son cómo decía su abuelo:” El maestro Ciruela, sin saber leer puso una escuela” Seguro que les da igual la parte intelectual de su obra; les importa es el número de “likes” y los beneficios económicos que les reportan. Mercenarios.

Su agente ha conseguido una entrevista para hablar del libro y de cómo ha desarrollado su trabajo, aunque aún no esté editado. Está esperando la llamada. Hablará de su obra y volverán sus lectores fieles. La emisora de radio, alternativa, será una nueva oportunidad. Contará cómo trabaja un escritor a la antigua.

Está preparado: tanto las preguntas como las respuestas están pactadas de antemano. Algo ridículo, pero, según su agente; “Lo importante es la promoción”

Antes le funcionó. Mucha gente le decía:” la entrevista estuvo muy bien, me dieron tantas ganas de leerlo que me lo compré. Ya me lo firmarás”.

Todavía está esperando que alguien le presente un ejemplar para que se lo firme.

Suena un timbre, por fin. No; solo era el cartero.

Y todo ese jaleo le molesta; por una parte, está su gran obra, se siente agotado tras ocho meses de trabajo, y por otra la promoción.

La sombra de una duda le frunce el entrecejo: ¿escribo para mí, para mi ego que no me da de comer, pero sí satisfacción o tal vez debería bajar el nivel y escribir para el gran público?

—Venga, venga—le parece oír a su agente—: “es necesario que publiques algo. Se te acaba el crédito y el mercado cada día está más repleto de novedades y no van a seguir esperándote” “Novedades de mierda, dirás tú, pero al menos esos tienen para comer mientras que tu vives de las rentas. Ponte las pilas”.

Algo va a tener que hacer; su anterior éxito no le da para vivir.

Los folios revisados, sopesados, olidos, acariciados…Esa sensación nunca la sentirá un “influencer”: “Likes, likes, likes…Putos Likes”.

Piensa que si publicara su magna obra sería darles margaritas a los cerdos. No, no se la merecen.

Recuerda de repente ese pastiche de novela que desechó nada más escribirla.

Afortunadamente no la tiró a la papelera. Quizás para corregirla en un futuro. Aún no sabe por qué la escribió, qué habría bebido en esa época…Es mala.

La saca del cajón y, sin siquiera releerla, no tendría estómago para eso, la desempolva, literalmente, y llama a su agente:

—Pon en marcha las rotativas; creo que tengo un auténtico best-seller.

Su obra magna pasa a ocupar el cajón.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS