Sentado en un tronco, debajo de un sause, se encontraba un anciano. En su rostro reflejaba el paso del tiempo, los surcos en sus mejillas, lo delataban a sus 80 años, su cuerpo adolorido y cansado, no podía realizar todas las tareas, que a él le hubiese gustado hacer. En aquél valle mirando a través de aquélla montaña, que se alza imponente, donde sus tierras emergen virtuosas y fértiles, con tantos árboles frutales, un pequeño huerto, sus patos, gallinas y su gran amigo el perro. Se encontraba don Lucio, evocan viejos recuerdos. Cuando él, con el sudor de su frente, sus manos firmes y pisadas seguras, podía tomar el arado para abrir la tierra, y cultivar todos sus sembradíos, su sabiduría hacia qué extrajera de la Tierra alimentos orgánicos,y sanos para su familia y para todos sus clientes. 

Esos recuerdos le pesaban en el alma, no tener la fuerza para cultivar su tierra le dolía en el corazón, pero estaba agradecido de la vida pacífica que había elegido, había elegido cultivar la tierra para vivir, porque era lo que amaba. Hoy podía estar en paz mirando desde sus propios recuerdos, su pasado en el trabajo que más amo y que aún ama.

El anciano cansado recuerda a su amada, cuando volvía del trabajo, lo esperaba con la vianda llena de su comida favorita y la mesa puesta, un guiso de papas y hortalizas orgánicas, con carne de pato, que mejor que aquellos aromas, que evocan con amor desde sus manos, cocinando y poniendo en la mesa, aquello que con tanto cariño y esfuerzo, se hace para el bien propio. 

Don Lucio estaba agradecido de la vida que había tenido, ya evocando en la nostalgia de sus recuerdos, venían a su mente, su amada, su viejita hermosa. Había muerto hacía unos veinte años ya, no los tenía muy claro, un fuerte resfriado, le atacó un invierno, y le mermó la vida. Los recuerdos de don Lucio, vienen como un torrente a su alma, le invaden el corazón y le humedecen los ojos. Recuerda su amado y querido caballo, él alazán, amaba a ese caballo, por los fiel y compañero de todos sus trabajos y sus andanzas. También se había ido, cuántos no están, de los compañeros y queridos familiares. Cuánta nostalgia, cuántos recuerdos, cuánta magia, cuántos olores y sabores, de todas aquellas frutas y hortalizas cultivadas con amor. Hoy sentado en ese tronco, debajo del aquél árbol frondoso que le daba sombra, añoraba tantas cosas, tantas personas, tanta gente que no están más. Don Lucio dijo para si mismo, viví mi vida, de una manera pacífica y feliz, pero hoy, quiero irme a estár en paz con todos aquéllos que ya no están. Extraño tanto a mi amigo el colorín, extraño tanto, mi caballo alazán, y añoro con toda mi alma, a mi viejita amada la Mercedes.

Caída la tarde don Lucio entró, a su pequeña cabaña, encendió la luz, prendió la fogata, puso la tetera en el fogón, e hizo entrar a su amigo el perro. Se sentaron a la mesa, preparó  una paila con huevos, puso el mate y con toda la añoranza del mundo, pensó y pensó, en todos aquellos recuerdos, que se le agolpan en la garganta. Comió con su perro, y después de cenar apagó la luz, apagó el fuego y se fue a acostar pacíficamente. Él sabía, que era la última noche de aquella forma de vida, se despidió de su amigo el perro. 

El perro como fiel amigo, se acostó para los pies de la cama y se quedaron profundamente dormidos, en aquél sueño reparador también se fueron juntos, pasaron el puente entre esta vida y la otra, y se llevó con él todos aquellos recuerdos, que le pesaban en el alma.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS