Dejarse la piel

Dejarse la piel

Concha Gómez

05/07/2022

#bocadillo

I.

– ¿Te has enterado de lo de Jorge? 

– Sí, lo van a hacer socio

– Vaya carrerón, ¿no?

– Bueno, pero él lo tenía mejor que el resto. Ya sabes que desde crío se tiraba de los padrastros

– Es verdad, nos lo dijo en el proceso de acogida

– Pero, de todas formas, tiene mucho mérito. En un año ya se ha dejado la piel de los brazos, el pecho y la espalda que es el nivel de desempeño esperado para un socio categoría B. ¡El tío es un crack!

II.

    Jorge había terminado el máster de administración de empresas con unas notas excelentes y aspiraba a entrar en el mundo laboral por la puerta grande. Su padre, que en paz descanse, se lo tenía dicho desde crío.

    – Hay que dejarse la piel, hijo. Si no, la gente no te respeta. Este país está lleno de trepas con padrino.

    Por eso desde muy niño ya empezó a tirarse de los padrastros. Al principio lo hacía bruscamente, para que la tortura pasara lo antes posible. Con el tiempo, y cuando ya se había acostumbrado al dolor, lo hacía poco a poco, para así arrancarse el máximo de piel.

    En aquellos días de su infancia, dejaba los pequeños pellejos al lado de la taza de desayuno de su padre o junto a la bandejita de las llaves de la entrada. Eran los pequeños trofeos que le ofrecía para que viera que era un hijo digno de su estima. Y su padre, orgulloso, lo llamaba, le apretaba la nuca con su gran zarpa ya en carne viva y le guiñaba el ojo, en el que aún le quedaba el párpado, en señal de reconocimiento.

    III.

    Su novia, Marina, era una chica de buena familia. Ya él había procurado no enamorarse de cualquiera. Ella le animaba a que hiciera una provechosa carrera. Ambos aspiraban a una gran casa, al menos tres hijos y poder disfrutar pronto de una buena vida repleta de opulencia.

    Cariño, creo que podríamos casarnos en el Pilar. Mi madre dice que lo puede arreglar todo para final de año. Pero claro, al menos deberías ser ya Gerente este año ¿quieres que hable con papá, mi amor?

    – Este año acabaré como socio. Díselo a tu madre. Y para dejarme la piel, me basto solo.

    Era lo único que no aguantaba de Marina. Esa propensión a la ayuda, a echarle una mano en las cosas que eran exclusivamente de su responsabilidad. Ese año iba a dejar asombrados a los socios de la firma.

    IV.

    Se levantó con ganas de dejarse la piel a tope. Madrugó aquel día más de lo habitual para llegar pronto a la oficina. Bajó al garaje en el ascensor privado y se dirigió a su coche, un modelo de BMW que ya había pensado renovar a finales de año.

    Al acercarse a su plaza, escuchó un quejido prolongado, como un aullido, un sonido que parecía humano pero que ya estaba dejando de serlo. No es que él se entretuviera en cosas que le desviaran de sus objetivos, pero tenía tiempo, y sintió cierta curiosidad.

    Siguió el sonido que cada vez se hacía más tenue. Claramente era humano. Así recorrió el garaje y llegó a un cuartito donde solían guardarse las basuras. Él no había estado allí nunca, pero los olores pestilentes le indicaron que ese debía ser el lugar. La puerta estaba entreabierta. Al abrirla del todo, encontró a una persona con un buzo azul con medio cuerpo atrapado en unas garfas afiladas de acero. La piel del hombro y parte de la carne de aquel ser estaban desgarradas y la sangre manaba de su espalda y caía lentamente por su brazo y su mano hasta el suelo. Parecía desfallecido, casi muerto. Levantó levemente su cabeza y abrió los ojos como pidiendo auxilio.

    Era el portero del edificio que recogía las basuras y las cargaba cada madrugada en el destructor de deshechos. Algún fallo de la máquina había hecho que su brazo y casi medio cuerpo estuvieran atrapados por aquella garra metálica. Jorge, con su frialdad habitual, no mostró ninguna señal de alarma. Marcó el 112 en el móvil. #bocadillo

    Y en ese momento, una idea emergió en su mente. Una idea brillante. Entró en el cuarto y se quitó la ropa hasta estar completamente desnudo de cintura para arriba.

    V.

    La ambulancia salía del edificio a gran velocidad. Habían llegado a tiempo de salvarle la vida al portero, gracias a la inestimable ayuda de un joven vecino que había logrado sacar a aquel hombre de entre las púas afiladas del cargador de despojos, según comentó la prensa local en la sección de sucesos.

    Jorge había llamado a la oficina para indicarles que, debido al esfuerzo, precisaba de un tiempo extra para arreglarse de nuevo e ir a la oficina. Subió a su casa, se quitó la ropa y observó orgulloso su espalda desollada ante el gran espejo del vestidor. Este año sería socio. Ahora ya no había ninguna duda.

    ¿Éxito a cualquier precio?

    Tu puntuación:

    URL de esta publicación:

    OPINIONES Y COMENTARIOS