El camino hacia el camino

El camino hacia el camino

Ana Mil Días

08/07/2022

Primera parte

Salió de Valencia sobre las 9 de la mañana de aquel  viernes de mayo que le quiso abrazar. Sin embargo él conducía entre contrariado y confuso, preguntándose que esperaba haber encontrado allí.

No hacía ni una semana que la había visto por primera vez en el pub donde trabajaba los fines de semana para contrubuir económicamente en casa, al igual que su hermano,  hasta que tuvo el accidente hacía ya más de tres años. Desde entonces, ya  nada había vuelto a ser igual.

Aquel sábado, a última hora, entró en el pub un grupo de gente como los que habitualmente, tras cerrar sus locales iniciaban la noche casi con el inicio del día. Ella formaba parte de esa última remesa de clientes, que a primera vista delató su origen. Botas altas, falda corta, perfume intenso y escote profundo. Su piel era fina y blanca, como el papel de fumar y sus ojos, azul plomo, otorgaban a su mirada un aspecto frío. Sonreía poco, pero su sonrisa era hermosa.
Cuando se aproximó a la barra a pedir una copa, él ya la había mirado, pero fue ella quien acercó su cuerpo hacia el suyo para susurrrarle al oído el cóctel que quería. Sus brazos se rozaron, y él le sonrió con los ojos y con una leve mueca en sus labios

– No sois de por aquí- afirmó a modo de pregunta.

– No, somos de Valencia. Venimos bastante por Denia, pero a esta zona es la primera vez.

– ¿Como te llamas?

– Irina- le contestó mientras recogía su pelo hacia atrás de un modo muy sensual . Después dio otro trago a su copa
– ¿Tienes prisa?

– He venido con ellos- dijo mirando al grupo que le acompañaba- pero podemos vernos otro día- añadió mientras sacaba una tarjeta de su bolso. Trabajo cerca de Valencia. Te gustará el sitio. Le dio la tarjeta, él le apuntó su teléfono en una servilleta y quedaron en verse en uno de los locales donde esa semana ella tenía previsto trabajar.
Cinco  madrugadas  después se plantó en el parking de aquel club. Para ello había mentido en casa. Dijo que se pasaría la noche estudiando en el apartamento de la playa, y sobre las dos de la madrugada salió hacia el lugar de la cita, peinado y recién duchado. Era una noche algo fresca de primavera. Llegó antes de la hora y se quedó esperando en el coche hasta que Irina salió con su amiga. Su maquillaje continuaba impoluto, y su ropa era tan llamativa que no dejaba ver el mal gusto que escondía. Su belleza eclipsaba los tejidos brillantes y rasposos de sus prendas, que simplemente ensalzaban la sensualidad de sus delicadas curvas. Se marcharon los tres a tomar un copa en un bar que encontraron abierto en las afueras de la ciudad . No les quitaron el ojo de encima. Su amiga tan esbelta y llamativa, y ella con su cara de muñeca acapararon la atención. Las miraban con la misma curiosidad que le había empujado a él hasta allí una tibia mañana de mayo. Se sentía importante a su lado, y a la vez insignificante. Por fin saborearía el sexo con una profesional sin estar marcado por la culpa y la mancha miserable de comprarlo. Ella, que con tantos se acostaba, y que tantos la deseaban le había elegido a él, sin tiempos ni tarifas.
Sentía una exitación profunda, que iba más allá de lo puramente fisiológico. La sensación de poseerla, sin ni siquiera haberla tocado. Después de la copa, ella se despidió con un beso en los labios y la esperanza manifiesta de volver a encontrarlo. Él las dejó en una triste calle, sucia y gris, cuya ubicación olvidó, y se marchó cargado de cansacio y de una irritabilidad picante en los ojos, que bajaba por sus brazos y llegaba hasta sus piernas. El sol empezó a clavarse en sus sienes como un martillo afilado y persistente de vergüenza y de ira. No entendía ni quien, ni cómo era, ni porqué regresaba de dónde regresaba. Sintió mucho sueño. Deseaba llegar a su cama y que la suavidad de sus sábanas le permitiera olvidar el bochorno que sentía. Pero el sueño le atrapó antes que ella. Y en un espacio de tiempo tan breve en el que ni siquiera el tiempo tiene tiempo de existir, se durmió para adentrarse en una realidad tan cierta como inexistente. Y desde allí su hermano se acercó a susurrarle al oído: Despierta, que la mujer de tu vida y sus hijas te esperan en el camino.
Cuando despertó el coche estaba fuera de control, se salió del autopista por la salida 60. Y, cuando por fin se paró, él pudo salir sin un solo rasguño y llamar a la grúa. No tardó en llegar. Se fueron al desguace y de camino, el conductor quiso comprar lotería.

Has tenido mucha suerte, le dijo. A ver si tenenos la misma con este número.
En el desguace le dieron 3000 pesetas por su coche, y con ellas en el bolsillo, la rabia su redención y la incompresión de por qué no la tuvo su hermano, entró en casa. Al cabo de unos días, con un tripi en un bolsillo, una mochila prestada y una zapatillas viejas emprendió el camino. 

Pero esa, es otra historia.

Segunda parte

Se encontraron treinta años después. Los dos habían acabado  trabajando en el sector inmobiliario. Ella vendía casas de lujo y trataba sobre todo con clientes rusos, él tenia una pequeña oficina en el casco antiguo, pero  un cliente suyo buscaba una casa de  características diferentes a   las que él podía ofrecerle y  casualmente coincidieron en la venta de una casa en la que los dos participaron . No se reconocieron. A él, ella le pareció seria, desconfiada y poco elegante en todos los aspectos. Pero la operación de compra venta salió bien y  acabó sorprendiéndole gratamente.
A ella, de él, le resultó familiar su amabilidad y honradez. 

Le gustó trabajar con él.

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