¿Qué mejor que saber hacer de todo un poco?

¿Qué mejor que saber hacer de todo un poco?

Aidaly Ochoa B.

17/06/2022

La idea del trabajo la asociaba con mi papá, quien trabajó más de 20 años en oficinas. Llegaba a casa a las seis de la tarde, puntual la mayoría de las veces. Saludaba a mi mamá con un beso, y luego a mi hermana y a mí. Era nuestra hora de reencuentro, se sentaba en su sillón favorito a contarnos anécdotas de su día y sus compañeros de trabajo. Nosotras escuchábamos atentas e impacientes por saber cada detalle.

De mayor, cuando fue mi turno de decidir qué carrera estudiar en la universidad, estaba aterrada de confesar mi elección: mis padres son contadores y mi hermana siguió el ejemplo de la familia, ya que por las venas corre mucho más que sangre. Pero él se maravilló al saber que había elegido periodismo, sin hacer comentarios sobre lo peligroso que es actualmente ejercer de periodista en Venezuela, tuvimos una charla por horas sobre las grandes cosas que podría lograr en el mundo del periodismo.

Me contó la historia de su padre, que tuvo una exitosa carrera como fotógrafo. De nuevo, la sangre llama.

Todos esos sueños quedaron obstaculizados por situaciones que nada tenían que ver con nosotros, pero al ser venezolanos también pagamos el precio de la crisis y la dictadura. Años después de esa noche, una de las más felices que compartimos, volví a verlo para despedirme antes de emigrar al que sería mi nuevo hogar: Barcelona, España. Lo que más recuerdo fue la mirada que tenían sus ojos, la certeza de que era una despedida para siempre, pues fue el último día que nos vimos en este mundo.

Llegar a Barcelona fue completamente inolvidable, me enamoré poco a poco de sus calles, su historia y ese estilo bohemio que tan bien iba conmigo. La única pega en mi sueño español, mi documentación estaba aún en proceso, así que no podía trabajar en ningún sitio. Los primeros meses me costó mucho adaptarme a tantos cambios, aunque siempre quise ganarme un lugar en la ciudad condal, así que como tenía mucho tiempo libre me apunté en el curso gratuito que impartían en El Consorcio para la Normalización Lingüística de la calle Calàbria, en Barcelona. 

Poco tiempo después de eso, y por azares de la vida, mi tía me consiguió un trabajo con una amiga suya que necesitaba una canguro para su pequeña hija de seis años. El primer día que la cuidé nos hicimos amigas, a tal punto que con el tiempo siempre nos confundían como si fuéramos hermanas. Era un trabajo muy tranquilo, solo debía cuidarla y pasar tiempo con ella, curiosamente mi primer trabajo en Venezuela fue en la guardería donde una vez trabajó también mi madre, o sea que tenía algo de experiencia con niños.

Era un buen trabajo, pero seguía sin poder pagarme mi propia habitación, lo que me llevó a seguir buscando empleos, como lo llaman aquí “en negro”. Conseguí hasta cuatro clientes distintos que me contrataron semanalmente para limpiar sus pisos por 3 horas al día. Siempre fueron buenas personas, muy amables y educados. También conseguí un trabajo de limpieza de fincas, el cual era el trabajo más tranquilo que jamás he tenido. Pero seguía siendo un trabajo que no me daba la libertad económica que necesitaba, implícito también el hecho de que mi familia aún necesitaba de mi ayuda y yo no era capaz de enviar lo suficiente y al mismo tiempo mantener una habitación.

Pasó el tiempo y muchas personas me ayudaron. Conseguí mi residencia finalmente y esa libertad me permitió abrirme paso en la ciudad. Mi mejor amigo me consiguió una entrevista con el jefe de su tienda, una tienda de camisetas estampadas, donde trabajamos juntos por ocho meses. Curiosamente, mi primer trabajo de dependienta fue en Caracas, en el mercado La Hoyada, donde mi amiga Maryorie trabajaba con su papá. Así que, tenía algo de experiencia también en retail y como dependienta. Las locuras que tuvimos que ver en aquel trabajo tanto mi amigo José como yo.

Entonces llegó el año de la pandemia y nos quedamos sin trabajo. Yo no tenía ni un año de contrato, así que no pude cobrar el paro. Estaba de nuevo como al inicio, sin tener idea de qué hacer. La vida me entrenó en Venezuela para la adultez en España. Pero a pesar de las adversidades, mucha gente me ayudó, y crearon en mí el valor de la solidaridad, sin juzgar ni miramientos, fueron incontables las buenas personas que se cruzaron en mi camino. 

Y así como llegó el verano, florecí de nuevo y conseguí nuevamente una esperanza de mejorar mi calidad de vida. Comencé a trabajar en Humana, una cadena de tiendas de ropa de segunda mano, vintage. Aprendí muchas cosas tanto buenas como malas en Humana, pero fueron los primeros en darme una oportunidad en medio de una crisis. Fue impactante volver a trabajar, esta vez con mascarilla, gel de manos, desinfectante y guantes. Cómo estaban de susceptibles los clientes, algunos más irritables, otros seguían pasando de las normas. Y con razón, todo ese caos era algo completamente nuevo.

Cuando se acabó mi contrato de seis meses, decidí abrir mi camino laboral en Valencia pero, acostumbrada a las ciudades como Barcelona y Caracas, Madrid llamó mucho más mi atención. Conseguí trabajar en Women’Secret, una tienda de lencería.  Ahí confirmé que el arte de trabajar como dependienta tiene sus fundamentos en la paciencia, mucha paciencia. Sin embargo, todo era nuevo para mí, y considero que aprendí lo suficiente a día de hoy como para desempeñar un puesto de encargada de tienda. Lo más curioso del Women, es la cantidad de chicas que llegan a diario buscando algo que les ayude a esconder a todo costo sus imperfecciones, las tiras del sostén, el encaje de las bragas, los pezones, y todo eso que las delate como naturales. No las juzgo, es lo que nos han enseñado al ser chicas. Me divierte el irónico hecho de trabajar en una tienda de lencería cuando ni siquiera uso sujetador.

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