No se cuánto tiempo llevo tumbada en el sofá. Estoy encerrada en mi propia torre. Me siento frustrada. La creatividad blindó sus puertas y ventanas para mí ¿Será por la medicación? Ayer, una nube en el cielo tomaba la forma de una pluma, pero hace tiempo que la inspiración no toca la campana. La idea de buscar la solución rápida en la primera gaveta me sigue rondando.

Llevo nueve meses de baja. Sin poder viajar, sin poder conducir. Sin saber si volveré a trabajar. De ser así, tendría que ser en otro trabajo totalmente distinto.

Ahora soy una persona dependiente viviendo en una continua espera, pendiente de respuestas, de resultados de pruebas, de juicios… El hecho de pensar que tengo que volver a mi puesto de trabajo me ahoga en un océano de ansiedad. Si el jefe no me despide y me dan el alta médica antes de que se celebre el juicio, tendré que volver a desplazarme a La Gomera. Él no me quiere, se lo ha dicho a mi abogada, pero me mantiene.

Hoy no tengo ganas de ensayar. Siento que se me ha volcado la vida. No tengo la certeza de que algún día Christian y yo actuemos juntos en algún evento ¡Maldita sea! Todavía se me atraviesa esta canción, Piece of my heart. En realidad, estoy perdiendo la seguridad en mí misma. Sin embargo, él nunca ha dejado de enviarme pistas y nuevos temas para que complete la composición con mi voz. Tiene más fe en mí que yo ¡Ah, tonterías! Seguro que lo hace por lástima. Ahora, que tengo todo el tiempo del mundo me derroto ante cualquier intento y en el fondo siento que lo estoy engañando. Que si dentro de tres meses… Que si dentro de un mes estaré bien…Seguro que para junio…

La explotación laboral aceptada por la necesidad me ha llevado a esto ¿Pero a qué demonios esperaba? ¿A ganarme la medalla de oro siendo Dependienta Mutitareas en aquella tienda Dulcería/Panadería/Cafetería? Con horarios de uni-turnos y con funciones implícitas. Dos semanas sin librar en múltiples ocasiones: unas veces porque no hay panaderos suficientes en la fábrica; y, otras veces, para pagar bien caro el hecho de que cogiéramos vacaciones, siempre partidas, con la excusa “todavía no he conseguido a una sustituta”. Tener que pagar las consecuencias por no cubrir con suficiente personal las tareas de la fábrica ya rebasaba el vaso. Mi compañera y yo nos enredamos en nuestra propia red aceptando las peticiones del jefe que venían acompañadas con comentarios como: “las chicas lo hacen, cuando tengan un hueco” o el añadido a una orden con el “cuando usted pueda”. Un NO a tiempo hubiera evitado toda esta situación. La carta de renuncia no se llegó a materializar, se antepuso el infarto. Dentro de dos meses hará un año que me ocurrió.

Fue un lunes 13 de agosto, después de las Fiestas de Santo Domingo, cuando el jefe me dio aquella respuesta por teléfono. Aún resuena en mi cabeza y ahonda aún más el puñal en mi pecho : “Y usted que quiere que yo le haga. Llame a su compañera, a ver si quiere venir”.

El dolor torácico se iba volviendo cada vez más intenso. Tenía mucho miedo de meterme demasiado adentro de la tienda. Esto era nuevo para mí. Comenzó a dormirse la cabeza con hormigueo en toda la cara. El dolor pasó al brazo izquierdo, que también comenzó a dormirse. Angustiada llamé a mi compañera que estaba en su día libre y, casualmente, se encontraba en su casa. Me dijo que bajaría inmediatamente. Ella vivía en una consecución de la propia casa del jefe.

Para las empresas somos un número. En ese momento sentí que yo era el número cero. Desesperada, salí a la terraza. Menos mal que allí estaba Ana, una clienta asidua que trabaja en el Centro de Salud. Le pedí el favor de alcanzarme al Centro cuando llegara mi compañera que está en camino. Ella inmediatamente me dijo que me fuera, que no me preocupara. Se quedaría detrás de la barra y que yo me fuera con la pareja de la Policía Autonómica, que se encontraba en la terraza. Yo no los había percibido, estaban de paisano. Me vine a dar cuenta cuando me entraron arcadas y me acerqué a vomitar en la alcantarilla. Entonces, vi que el furgón se estaba acercando.

Ayer me dijo el psicólogo que estoy llevando muy bien la recuperación. Que el hecho de que ocupe mi tiempo en realizar actividades que me gusten era perfecto. Pero hoy no tengo ganas de nada, ni siquiera de escribir. Hace más de un mes que no me vienen ideas para escribir micro-relatos. En La Gomera, las ideas me llegaban con facilidad. La inspiración estaba siempre a flor de piel. Todo tipo de sentimientos se magnificaban. Eso daba mucha vida y mucho para crear historias. Escribir era mi aliciente para llevar mejor la situación precaria de la que estaba segura que iba a salir. Hoy no lo tengo nada claro. Justamente salí de Tenerife para encontrar algo mejor y regresé en un vuelo gratuito de helicóptero medicalizado. Estoy tocando fondo. No me siento capaz de afrontar la situación.

Siento entre mis pies la carpeta azul del papeleo. La pondré en su sitio, en la segunda gaveta del mueble del salón. Hasta la próxima semana no tendré más gestiones que realizar. Así que, a papá, le toca descansar de su profesión adosada de taxista y acompañante en su etapa de jubilación. Y gracias a él. Yo sola no hubiera podido.

Me levanto y me acerco al mueble.

¡Uff! ¡Esta gaveta está muy hinchada! ¡Cómo cuesta abrirla! Algo roza mi cabeza y un libro de la estantería cae al suelo. Es la Antología Ellas III, de un concurso en el que participé con el microrrelato La Princesa azul de La Tierra.

Lo leo nuevamente y me armo de valor. Volcaré mi dolor sobre las letras y participaré en el Concurso de Relatos de la Primavera.

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