– No me gusta este trabajo- es un comentario que siempre escuchamos. Pero cuando el trabajo nos da la oportunidad de descubrirnos a nosotros mismos, este, nos empieza a gustar.

En una noche callada, a orillas de la inmensidad del océano, escuchando el murmullo incesante de las olas, las contemplaba extasiado. Sus crestas espumosas, se diluían con mansedumbre para ser engullidas por la blanca y suave arena. Esta contemplación, incidió en su futuro y lo marcó para siempre. fue allí, en ese instante, que nació en su interior, el deseo de adentrarse en las inmensidades del océano y acortar para todos, los caminos hacia otras culturas.

Así fue que pudo ver, que sus paisajes interiores, reflejados en los espejos de agua de la vida, en los meses de octubre eran mas hermosos y diáfanos. La tranquilidad que esto traía a su alma, lo invitaba a soñar y como un desfile de imágenes incomprendidas aún, se vio a si mismo, en medio de un cortejo de gloria y hasta las estrellas mismas de la oscura noche, cantaron un himno sinfónico, que no perturbaba, ni profanaba, solamente daba una revelación, que ilusionaba…

Su vida, desde niño fue diferente, alejada de juegos infantiles, dedicó con entusiasmo todo su tiempo a aprender el oficio de marinero. Por tal razón, se convirtió en un experto en técnicas de navegación, geografía, y astronomía, para guiarse con las estrellas en sus rutas por el océano.

También, aprendió el Latín , por lo que tuvo la oportunidad de leer a grandes filósofos, teologos, historiadores y escuchar historias de navegantes de esa parte del mundo.

Deseoso de elevar anclas, se alistó a la temprana edad de catorce años, en un barco mercante, para ir en pos de sus sueños. Así empezó SU PRIMER TRABAJO.

Desafiando las tempestades desde lo alto de un mástil, prendió la hoguera que iluminaria la ruta que lo llevaría a cumplir su cita con el destino.

A los veinte años de edad, curtido por muchos viajes, donde el liderazgo y múltiples conocimientos que marcaron la diferencia ante los demás, empezó a desempeñarse como capitán de navío.

Entre los años 1470 y 1476 recorrió las rutas comerciales del mediterráneo hasta la península Ibérica, al servicio de empresas Genovesas.

Pero no todo fue color de rosas. El infortunio, como a todos, un día lo tocó, su barco se incendió y salvó su vida milagrosamente.

Convencido de encontrar la ruta para llegar al Cipango, las tierras del gran Kan, navegando hacia el oeste, se dio a la tarea de encontrar un patrocinio de lo que sería llamado el proyecto Colombino, logrando convencer a algunos frailes, astrólogos y otras personalidades, que incidieron ante los reyes católicos, quienes aprobaron el proyecto de Cristobal Colon.

Colon recibió de los monarcas, un presupuesto millonario, tres embarcaciones y noventa hombres, para realizar su proyecto descubridor, que a la postre sería el viaje más trascendental de la historia moderna.

El 2 de agosto de 1492, Cristobal mandó a embarcar a su gente y ese mismo día, zarpó del puerto de Palos.

fue desde el principio una travesía plagada de peligros desconocidos, incertidumbres, temores y mutua desconfianza entre los viajeros.

Cristobal, en medio de su tripulación, se sentía solo y desprotegido. Casi tres meses de viajes, mecidos por la fuerza de los elementos y el temor ante lo desconocido, llevó a los marineros a amotinarse, exigiendo regresar y terminar tan insensata aventura.

Colon sintió en su alma la desolación oceánica, su espíritu azotado por el sol del desprecio, que viaja por los horizontes infinitos, no lograba herirlo, porque no tenia rayos.

Como rosas fatales, los malos pensamientos de una tripulación embrutecida por la sidra y el desconsuelo que causa el terror ante lo desconocido, viajaban a bordo de los tristes navíos, llevando a la caravana por los turbios caminos de sus negras conciencias. El intelecto se les palidecía, como el aire anémico que respiraban en esa hora sin fin, en los horizontes inexplorados.

La divina armonía del sacro silencio, moría arrinconada en los vericuetos del alma, bajo la bronca de los gritos hostiles que amenazan al cuerpo y al alma también, destrozando todas las instancias de paz, del visionario de Moguer.

Cristobal sintió pena en su alma, al recordar que la iglesia y los reyes, le hubiesen proporcionado como compañeros de aventura, a los portadores de la deshonra de la santidad, que solo guardaban en su interior, la sombra del mal.

Ante el ultimátum de muerte, solo quedaba en él, cerrar los ojos y dormirse sobre la esperanza, cual niño en el regazo de la madre. Así, en silencio, se entregó en los brazos del misterio, sin pensar en el, para no sufrir, por el. Sonrió a las estrellas y se rió de su dolor, preguntándose si era un idiota al emprender semejante locura; o un sabio con una visión que iba mas hayá de la realidad.

¿ Que podría hacer ?, ¿ sucumbir ante las tempestades del musculo que no piensa? No, debía seguir adelante, debía ser mas inteligente que ellos. Al igual que las tempestades y el viento, la algarabía pasaría. Ese era el duelo que en su interior vivía el genio.

El presentía que vencería a la adversidad, por eso pidió a los amotinados, tres días mas de viaje. Y si no encontraban tierra, entonces regresarían. La divina providencia, lo acompañó y efectivamente el 12 de octubre de 1492, el marinero Rodrigo de Triana, gritó : ¡ tierra !

Colon dejó para la historia: La extensión de la religión catolica, en el continente Americano. Y el mestizaje, que aunque es una consecuencia de sus viajes, lo tenemos como un legado al proporcionar el encuentro de dos mundos.

Pese a sus logros, Colon murió con la tristeza de cargar con el peso de la ingratitud, y sin saber que con su trabajo y visión, había descubierto un nuevo continente.

FIN.

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