En las largas horas de trabajo, se tejen los minutos formando un látigo, que me castiga sin piedad alguna.

Cinco días y medio, es la jornada en la semana, la espalda dolorida por la posición, abrazándome el sol inclemente, filtrándose a través de la camisa que me cubre en vano, es inútil una queja.

Como ese pañuelo que coloco en la cabeza y pueda absorber el sudor que emana por el efecto del calor, debajo de una gorra, sin color ni forma, por tanto sol, sudor y años.

Haciendo malabarismo a seis metros de altura, sobre unos delgados alambres metálicos haciendo ángulos, de tres por tres entrelazados, para luego cubrirlo con plásticos.

Sí, aquéllos que hacen los invernaderos, entres ésos; yo.

Fatigado por el calor, la precauciones y posturas, son las reglas a seguir en cada jornada.

El trabajo tiene una finalidad; hacer válidas las tierras, para el cultivo de diversas plantas que requieren las tres (C) Cuidado, Calidad y Consumo.

Mañanas frías, otras tantas con vientos envueltos en calima, y el sol abrasador a mediodía, son las condiciones en el haber en cada estación del año, ellos; mis compañeros, día tras día, por turno por destino, por deber.

Media hora para el almuerzo y descansar, cuando me estiro debajo de alguna sombra, los músculos lo agradecen con un dolor placentero, al colocarlos a su posición normal.

Un día tras otro, volviéndose años, y luego costumbre al final, sintiéndome inútil para desempeñar otra labor, que no sea la misma.

Veterano sobre el trabajo, hago de mentol, de capataz y peón a la vez, trabajo duro de campo, donde el alba me besaba cada mañana fría, como ella sola.

Seis días a la semana y allá, desde lo alto, puedo ver parte de mi labor.

Metro tras metro hasta llegar a ser, las hectáreas que se ven en fila india, en las tierras poco agraciadas por la naturaleza.

En ocasiones tengo visita, de la mujer que describe hoy mi trabajo, salgo agotado, sudoroso, con gusto y lleno de placer al recibir un poco de su compañía.

Mis (quejas) y comentarios se hacen chistes entre bocados y picardías, un suspiro se me escapa de agradecimiento por ese gesto que la hace única y es ella, mi amor.

Me dejo dormir entre sus caricias y mimos, oliendo su piel, protegido por sus brazos y sus piernas sirven de almohada.

Ella, ve volar el cansacio y nota una serenidad en mi rostro que le encanta, haciendo únicos esos fugaces momentos.

Con un sutil roce de labios me señala; ¡se acabó el tiempo amor! Con el pesar reflejado en la vista, le doy un abrazo y un tierno beso y salgo, ajustandome el ajuar de trabajo.

Algunos frutos, verduras y hortalizas que degustamos con tanto placer, tienen una historia, que cuesta trabajo, sudor y sacrificio de muchos hombres y mujeres, que en silencio salen con el alba a trabajar, y regresan agotados al hogar, con el ocaso a cuesta.

Las 6 mil grapas que se ponen por día en cada metro que se arma, allí se queda grapado un sueño, una esperanza un suspiro, un pasado.

Cada segundo que paso, dejo sostenida allá en lo alto, mi yo, ¡sujetado al tiempo! y acá, escribe la mujer que me acompaña en la vida, sobre mi trabajo, sobre mis dias de años y años.

P/d; soy uno, en la foto.

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