Inundo mí vida una sonata clásica, venía impregnada de emociones y recuerdos, me trajo a ella, junto con sus manos… Sus dulces y frías manos, delgadas, huesudas, blancas y suaves. Me tocaba, y me hacía estremecer, salía de mí un grito feroz de lobo hambriento, queriendo degustar la carne fresca que habitaba entre sus piernas. La primera vez que la vi, algo raro sentí, se formo una masa de estrellas en mi cabeza, lo cual no me hacía pensar con claridad, deje que fluyera, que brillara y sacara toda chispa de mí para poder vislumbrar. Tan fino objeto, amargo pero estremecedor, me daba abrigo, era cálido habitar ahí, porque podía correr sin que nadie me viera, pensar que no simplemente soy un lobo aterrorizado, que soy humano, real, al igual que su figura inmóvil contra la grisácea pared, que pide a gritos que la soltase, porque le doy temor a que la olvide, como me olvide de mí.

Ya casi terminaba el invierno, y comenzaba a hacer calor, me volví dependiente del amor, porque nunca pude depender de mí mismo, caminar solo, era como ir al mar, no sabes si estará en calma o tormenta, por eso no salgo de noche, me da miedo verme reflejado en la oscuridad, porque mis ojos se tiñen del color del cielo y mi alma se fuga con algún amor pasado, renace en mi todo lo que en algún momento enterré. Me sentí asesino, con las manos manchadas color carbón, tire leña al fuego y me puse a mirar mi propio infierno, ahí fue cuando me perdí y no supe como volver, el camino a casa nunca se había hecho tan largo, era una eternidad caminar sobre las rocas y sentir el eco de mis pisadas solitarias en la calle. Es difícil de explicar, ¿cómo explicas algo que ni tu mismo sabes? es un enigma, —soy un enigma.— ¿quién eres cuando nadie te ve? —Me veo confuso, me extraña el tono de mi voz, la extraño. —

Era un patético reservado, el papelero esta hasta el tope con borradores artificiales sobre lo mucho que me hacías sentir, y sobre lo poco que me siento cuando no estas aquí, es que sin ti nada tiene sentido, mis melodías se volvieron penosas, empapadas de agua salada, majestuosas, pero solitarias. Una vez mi profesor me dijo que todo lo que creamos no es nuestro, es de quien nos inspiro a hacerlo, por eso cada acorde grita tu nombre, desgarrador. Aún sufro tu perdida, quede como tú, perdido, pero sigo aquí, esperando a reencontrarte una vez mas entre mi público, verte en las piezas blancas y en el lustrado negro. A veces creo que aún estas aquí, cierro mis ojos y te veo, te toco, siento tu aroma, presiono tu mejilla, veo mi reflejo en ti y te vas… De la misma forma que llegaste, por eso me amarro a tus melodías, vivo en un circulo que no hace mas que dar vueltas… Me siento mareado, porque no me llena nada, de que sirve tenerlo todo, cuando solo vives por obligación, por miedo, de cobarde, incapaz de pegarme un tiro en la sien o ponerme de adorno una cuerda al cuello, siento la carga, lo pesado que es cargar con las balas y lo asfixiante que es llevar la soga. De que me sirvió conocer el mundo, si tu eras mi mundo, el cual ni siquiera fui capaz de recorrer, porque me aterraba alejarme de lo nuestro, distanciarme, porque mis instantes de lucidez eran claros sobre lo roto que ya estábamos, ya no teníamos mas, estábamos quebrados, y no hacíamos mas que volver a abrir la herida, que a veces tan imposible se veía de cerrar.

¿De que me sirve encerrarme en tu alma, si ya no es mas que fría y oscura?

—Recordé. —reacciono rápido, pero confundido.

—¿El qué? —hablo una voz reconocida.

—Porque me aleje… —dije con un tono triste.

—¿Y que fue lo que te hizo alejarte, Alejo? —pregunta el hombre sentado al frente de mí.

—Lo olvide.

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