¡DIESEL 10, por favor!

¡DIESEL 10, por favor!

Ana María Coelho

11/06/2018

Soy, lo que llaman “ser humano comodín”. Para quienes no saben, es la persona que posee muchas profesiones y experiencias en ellas. En mi caso, mis primeras carreras están volcadas a las áreas administrativa y comercial. Después de los treinta, estudié comercio, marketing y ventas. Y a los 40, estudié albañilería. He trabajado en todas y cada una de mis profesiones tituladas, adquiriendo así, experiencia y ampliando mi enfoque de conocimiento.

Mi polivalencia va desde los puestos más altos, es decir, desde la posición de empresaria, pasando por todos los puestos existentes en una empresa hasta el eslabón más bajo de operaria especializada.

Una vez explicada esta hazaña, les cuento un poco sobre el puesto que ocupo actualmente.

Soy expedidora de carburante en una estación de servicio. A primera vista, puede sonar como un trabajo de poca categoría para una persona con tanto estudio y experiencia, pero, les puedo garantizar que es un trabajo maravilloso. Lo veo, a parte de una forma de pagar las facturas, una fuente inagotable de inspiración en la creación constante de cuentos, relatos y novelas.

Cada día daría para un capítulo de, al menos, diez páginas. Los personajes, todos estupendos e infinitos. Hay quien te cuenta su vida en diez minutos. Hay los que no tienen ningún respeto por el trabajo ajeno. Hay los altos, bajos, guapos, flacos, en fin, de todo tipo y color. Muchos parecen haber salido de los dibujos de Walt Disney o personajes de Harry Potter.

Están los clientes “salidos”, que por el hecho de que seas una mujer y este trabajando en una estación de servicio puede aguantarles. Te lanzan piropos, te invitan a salir, te pagan un café… y hay el que llega más allá del razonable y te olfatean como perros perdigueros. Claro que tienes que tener una respuesta diplomática para todo tipo de situación, sin ofender al cliente, claro.

Podría contarles algunas anécdotas que allí he vivido, pero serían incompletas, porque mil palabras son pocas para describir los detalles y chistes.

Las historias no se limitan solo a los clientes, también están las experiencias y vivencias internas. Los propios empleados son como salidos de cuentos.

Cuando comencé a trabajar allí, no tenía ni idea de toda la responsabilidad que conlleva coger una manguera y enchufarla en el depósito de un coche ajeno.

Nuestros surtidores están programados para múltiples de cinco euros. A los clientes que nos piden cuantías inferiores, tenemos que ponerlas a pulso y confieso que es difícil cuadrar cuantidades exactas. De la misma forma, nos pasa cuando nos piden litros.

Otra responsabilidad es la de saber qué carburante lleva cada coche. Si se equivoca de combustible, la avería puede llegar a precios realmente espantosos. Y aunque todos sabemos que existe un seguro que cubre este tipo de incidente, nadie te quitará la regaña y el mal estar que te queda en el cuerpo cuando te equivocas. Además, pierdes credibilidad ante el cliente. Por mala suerte o falta de atención, o como quieras llamar, a mí me han pasado tres veces. La última me puse tan mala que a penas dormí.

Era una tarde a finales del mes de mayo. Un señor llegó con su auto nuevo, recién sacado del concesionario y me pidió un combustible equivocado. Entonces, yo estaba sola en la pista, atendiendo cuatro calles. Sin mirar la tapa del depósito, enchufé la manguera y me fue atender al cliente que esperaba. Volví dentro de un rato para terminar de atender al señor. Cerré el coche y le envié a caja.

Solo entonces nos dimos cuenta todos. El cliente quiso pagar cuarenta euros de gasóleo y en la pantalla reflejaba 40 euros de gasolina… el resultado; una avería de trecientos euros, una regaña y una advertencia; “La próxima la paga tú.”

Luego está la cuestión de llevar el dinero encima por si tienes que dar la vuelta a algún cliente que te paga en el propio surtidor. Muchas veces no hay tiempo para entregar el volumen de billetes que tienes en manos, y sigues atendiendo y cobrando, acumulando aun más billetes en el bolsillo.

¿Miedo? Por supuesto que tengo miedo. Vivo en la capital, en un barrio de todo tipo de persona. Pasadas las veintidós horas, el movimiento desciende en picado, dando la situación idónea para los maleantes. Pero, así es la vida, cargada de riesgos. Da igual donde estés o donde trabajas.

En definitiva, estoy en un puesto duro, pero que tiene sus recompensas. O por lo menos así lo veo yo. Un trabajo que me gusta, porque estoy en constante contacto con los clientes. Personas que me inspiran a buscarles nombres o apodos y a escribir sobre ellas, imaginando sus vidas más allá de la gasolinera.

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