“Buenas tardes, señores padres”. ¡El colmo: nadie respondió! El ambiente claramente hostil nos revestía con un sopor nervioso. El fracaso se avecinaba. Sus miradas revelaban ira, desesperación, frustración. Era nuestro primer enfrentamiento a los tres meses de haber iniciado la experiencia del Aprendizaje Basado en Problemas (ABP)

Estaban preocupados, molestos. Los cuadernos de sus hijos solo exhibían esquemas y algunas notas, mientras que en los colegios San Andrés, Santa Marta, los estudiantes mostraban dichos útiles con los contenidos cuidadosamente ordenados, listos para exigir su estudio para ser aprendidos y aprobar cualquier examen.

«Profesores, estamos desorientados. No podemos controlar el avance de los contenidos ni hacerlos estudiar, ni tomarles la lección. Nos dicen que todo lo tienen en sus bitácoras electrónicas. Así, a ese paso, nuestros hijos no ingresarán a la Universidad». La vehemencia del mensaje de José arrancó un murmullo de aprobación.

«Nos preocupa también que la enseñanza de la Gramática se haya dejado de lado», insistió otro papá,

» ¿Y las matemáticas? Si antes nuestros hijos salían desaprobados; con esta, dizque nueva estrategia, será peor». Remató José, padre de Santiago cuyo rendimiento deficiente lo había llevado a afirmar: “¡La matemática no se ha hecho para mi hijo!”.

“¡Profe, no entiendo nada!”. Era el clamor de por lo menos 25 de los 60 alumnos del Tercero. “¿Por qué?”… “¿Somos brutos?”… Nos preocupaba esta especie de anatema autoimpuesto por fracasar en matemática. A pesar de siempre animarlos: “Tú vales, eres inteligente, ya verás. Con esta estrategia encontrarás el camino”.

«Maestro, ¡ayúdame!». Era el clamor cotidiano de Santiago.

«¡Hijo, te aseguro que lo haré; descubrirás la raíz de tu problema!».

Al término de la reunión, la mayoría salió refunfuñando y amenazando con el retiro de sus hijos si seguíamos con la “innovadora experiencia”. De nada nos sirvió demostrar que la escuela no se había puesto a tono con el adelanto tecnológico y de la producción del conocimiento; que los contenidos del currículo eran anacrónicos; que era necesario buscar otros escenarios educativos para que sus hijos desarrollaran las habilidades que exigía el siglo XXI; y que nuestros estudiantes deberían aprender a investigar en el Internet para que tuvieran la oportunidad de organizar, gestionar y crear nuevos conocimientos: experiencia que convertiría a la net como herramienta de aprendizaje. “No daremos marcha atrás” fue nuestra decisión.

«¡Eso es demasiado para nosotros, profe!».

«¿Qué es un teodolito? ¿Para qué sirve?».

«¿De qué manera vamos a construir un teodolito con materiales reciclables? ¡Ni que fuéramos ingenieros!».

Estaban asustados porque la Dirección les proponía resolver un problema: “… a raíz de la presencia del fenómeno El Niño, Defensa Civil nos ha solicitado la revisión de la infraestructura de nuestro colegio. Lamentablemente, los planos se han deteriorado y resultan ilegibles. ¿Qué hacer? La única respuesta posible: recurrir a ustedes. Sólo nuestros muchachos de Tercero, alumnos identificados con el colegio, podrían ser capaces de resolver este dilema. Por estas razones, les solicito elaborar los planos tanto de la distribución del terreno como los de la altura de edificios. Para esto tendrán que construir un teodolito con materiales reciclables que demuestre su eficacia y eficiencia en las mediciones pedidas”.

«Muchachos, poco a poco van manejando esta estrategia innovadora cuyos beneficios hemos empezado a cosecharlos. Recuerden que al inicio, la rechazaron porque se les exigía habilidad para investigar, leer, resumir. Sin embargo, poco a poco se “están poniendo las botas”. Por tal motivo, el Director desea comprobar la eficacia y eficiencia de todos ustedes. ¿Aceptan el reto?».

Sus rostros cambiaron como por encanto; del miedo, desgano e impotencia pasaron a la seguridad, entusiasmo y fe en sí mismos. De inmediato se reunieron en sus grupos y empezaron a preguntarse qué información necesitaban para resolver el dilema; y así surgieron los grupos de ingenieros, encargados de averiguar el funcionamiento del teodolito y el proceso para construirlo; los físico-químicos estudiarían los materiales reciclables más apropiados; los historiadores revisarían el desarrollo del teodolito en el tiempo; y los matemáticos indagarían las relaciones métricas de los triángulos rectángulos, las funciones trigonométricas del seno y coseno y buscarían simuladores matemáticos.

«Profe, una queja».

Jorge denotaba enojo e intranquilidad. Era el más hábil en matemáticas, y uno de los más renuentes a trabajar en grupo. “Se pierde tiempo. Algunos solo copian la solución de los ejercicios”.

«Profe, fracasaremos. No quiero reprobar matemática. Casi todos en mi grupo son un “cero a la izquierda”. Y para el colmo, están: Santiago, Julio y Ricardo, los peores; nunca han aprobado ninguna prueba».

«¡Jorge, me alegra!», me miró sorprendido, «que todos los “pobrecitos” estén contigo, ello demuestra su interés por aprender. Dales confianza, cree en ellos. El profesor del curso estará pendiente para orientarlos»…

“¡Míralos como leen, discuten, comparten!”. Pero fallan en sus resúmenes: solo copian y pegan párrafos, entre sí coherentes y cohesionados. “Algo es algo; les enseñaremos a resumir”.

“Velos construyendo su teodolito. Todos observan y preguntan cómo funciona”… “Mira cómo intentan tomar mediciones y lo hacen ordenadamente”… Observa como los matemáticos explican a los demás el funcionamiento del teodolito y los ingenieros fungen de asesores… “Ojalá que en la evaluación de los contenidos, todo siga siendo exitoso”… ¿Crees que los “pobrecitos” aprueben la prueba de matemática?... “¿Lo dudas?”.

Y llegó el día D. Se percibía un clima tenso. Los muchachos sabían que la prueba iba a ser difícil. Nos fijamos en Jorge y lo vimos sereno y hasta sonriente.En cambio, Santiago, Julio y Ricardo dibujaban una sonrisa que parecía una resignada mueca estratificada que nos creaba cierta incertidumbre.

Dos horas y todos entregaron su examen, esperando los resultados; se les había prometido una entrega rápida. Al cabo de dos horas, el rumor expectante llenó el aula. “Entregaré las pruebas, pero nadie vea sus resultados. Les indicaré el momento preciso”… “Ahora sí”. Y casi de inmediato una algarabía indescriptible. “¿Algún reclamo?”. Nadie escuchaba, mas de repente: “¡Veinte, carajo, veinte!” Y Santiago salió del aula: “¡Veinte, carajo, veinte!”. Y el pasadizo, las demás aulas, el patio y la Dirección se llenaron del “¡Veinte, carajo, veinte”.

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