Perdí mi trabajo un día de abril. Por la mañana, trabajaba y al caer la tarde, me encontré con que ya no tenía nada que hacer.
Fui a la agencia del paro que me tocaba, en una de esas periferias parisinas donde la Esperanza es un objeto superfluo y el gris domina todos los estados del alma.Tuve una consejera que me dijo que no creía mucho en las reconversiones profesionales pero que podía intentar ser profesor de español en vez de traductor, como quería yo. Es un mundo muy cerrado, me soltó y pasó al siguiente parado, sin mirarme a los ojos.
¿Qué hacer? Salí bastante desanimada y me fui al centro de Paris a pasear. Sin rumbo fijo ni intención alguna. Simplemente, andar. Andar y andar hasta que mis pies no pudieran más. Y así, de esta manera, empezó una rutina que iba a durar varios meses, interrumpida a veces por entrevistas de trabajo que no me llevaban a ninguna parte.
Empecé por explorar el parque Monsouris. No es grande, pero me sentía a gusto después de comprarme una novelita en la librería de segunda mano que hay cerca. Paseaba y luego me sentaba en un banco a leer. Mas tarde, andaba y llegaba a otro parque. Y un día mis pasos me llevaron al parque que con el tiempo se convertiría en mi refugio … y en mi salvación.
Los jardines de Luxemburgo. Allí buscaba una silla y me ponía a leer. El tiempo no era mi enemigo ya que no contaba para nada. Tres horas podían pasar sin que yo fuera consciente. No iba todos los días a los jardines. Exploraba París de cabo a rabo. Como no lo había hecho nunca antes, como si el hecho de caminar me diera fuerzas para afrontar una situación en la que no veía mucha salida.
París era el sitio donde quería estar. Donde quería sentir la vida fluyendo ,pese a que la mía había tomado un rumbo inesperado. Mas que triste, lo que sentía era que me estaba perdiendo, que una parte de mi oculta durante muchos años estaba emergiendo, y que no sabía qué iba a hacer con los días que se avecinaban. A veces, me iba a pasear por el Sena y dejaba caer mis penas al rio. Muchas lágrimas no derramé, mi corazón estaba seco por la incertidumbre de mi futuro y por un presente al que no le veía yo mucho encanto.
Los jardines de Luxemburgo tenían ese esplendor que te alegra el alma. Sentía consuelo al ver todos esos árboles centenarios bajo las diferentes luces del día, las sombras no contaban mucho en ese recuento. Antes de sentarme en una de las sillas metálicas que tanto me gustaban, buscaba una buena novela para pasar la tarde. Un buen libro es un alimento espiritual, y yo necesitaba comer literatura. Lejos de evadirme de una realidad que tenía bien presente, la literatura me estaba salvando de mí misma, de mi tristeza, de la injustica que había sufrido, de todas las ocasiones perdidas …..
No me dio por apiadarme de mi misma. Me dio por la introspección y por la reflexión en ese parque lleno de recovecos, secretos y tranquilidad. Conforme pasaban los días, una cierta serenidad me empezó a entrar cada vez que franqueaba las puertas del parque. Pensaba con anticipación que iba a leer y en donde me iba a tomar un café y que recuerdos me llevaría a casa al caer la tarde.
Un día, encontré trabajo. Volví al mundo real, como si el hecho de perder el trabajo te sacara a la periferia de este mundo que hemos construido. Pero no dejé de ir al parque. Los jardines de Luxemburgo ya son parte de mí.
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