Desde hace más de cincuenta años Pura regenta un hostal / restaurante en un maravilloso entorno natural en un pequeño pueblo de Galicia.

Es un hostal que desde sus inicios ha tenido lo que ahora se ha puesto tan de moda y nos parece tal actual y moderno que es el todo incluido, y que en esta casa y en otras muchas existe desde sus inicios.

El hostal es una enorme casa de piedra con un balcón a lo largo de su fachada donde los visitantes se sientan a contemplar el paisaje, a contarse el día a día o simplemente a respirar tranquilidad. Lugar del que Pura raras veces disfruta porque siempre hay demasiadas cosas que hacer y ninguna de ellas es sentarse a no hacer nada.

Las habitaciones son amplias con camas grandes y muebles antiguos, y unas maravillosas vistas desde cuyas ventanas ves el rio y como amanece o se pone el sol dependiendo de la ubicación de tu cuarto. Es evidente, que también estaba incluido el servicio de lavandería, que en los inicios de esta andaina, implicaba ir a lavar a un pilón común del pueblo con el agua muchas veces helada, pero más social que poner una lavadora porque podías hablar con otras mujeres que estaban haciendo lo mismo. ( la lavadora además, no existía por aquel entonces).

Mención especial merece el restaurante, que jamás tuvo una reseña en ninguna publicación especializada en buena gastronomía, y mucho menos una estrella, aunque habría merecido el firmamento entero.

Todo era fresco y sano, natural; la verdura o las hortalizas cogidas en el huerto poco antes de cocinarse; si comías un pollo o un conejo, se criaba de manera natural y se mataba un par de días antes de ir a la cazuela, los chorizos caseros, el pan amasado por ella y cocido en un horno de piedra, igual que las empanadas que eran el manjar por excelencia de ese lugar.

Pura tenía el don de hacer magia con la cocina tradicional y aunque día a día no había platos a elegir sino un único menú (la variedad se suplía con la calidad), siempre había un “ sino te gusta te hago un huevo frito o un bistec”. Y aunque en los primeros años no había más de diez o doce comensales llegó a dar más de treinta comidas diarias, y cenas, claro está.

Absolutamente todos los menús siempre estaban acompañados de una sonrisa, a pesar de esas jornadas maratonianas que empezaban antes del amanecer y no se sabía nunca cuando terminaban.

Hoy Pura, que ronda los setenta años, todavía no se ha jubilado, sigue con sus menús diarios, aunque hace años que tiene lavadora. ¿Saben por qué no se ha jubilado? Porque nunca ha trabajado. Esos diez comensales iniciales eran sus hijos, y los que se sumaron con el tiempo sus yernos, sus nueras, sus nietos, e incluso algún amigo, como yo, y por eso he podido contárselo.

Así que estarán de acuerdo conmigo que esta es una verdadera historia del trabajo.

Pura sigue haciendo las mejores empanadas.

A todas las Puras del mundo.

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