Soy enfermera por vocación y amo la sangre porque amo la vida.

Mis compañeras dicen que estoy loca, porque a veces extraigo un poco de mi propia sangre solo por el placer de verla. Ellas no comprenden ni sienten como yo esa irresistible fuerza. Por eso muchas ni siquiera se me acercan, otras en cambio insisten en que me hago daño, que debería consultar un psiquiatra. ¡No puedo creer que no lo entiendan! ¿Es que no aman la vida, su propia sangre o la de los demás? ¿Cómo dominar algo si no lo queremos?

Ser diferentes nos vuelve solitarios, pero también más seguros de las propias convicciones. Hablo con los pacientes que no quieren recibir transfusiones por cuestiones religiosas, les explico que es tan solo una forma de comunión. El alma de quien da y el alma de quien recibe se unirán para ganar otra batalla. ¿Qué puede ser más inocuo que eso?

He estado reflexionando y sintiendo que el cáliz de la vida no puede ser derramado. Quiero sentir esa tibieza, ese olor, ese sabor… lo que sale de mi cuerpo a él volverá, voy a saciar mi sed con mi propia sangre en un ritual único, puro, irrepetible. Yo me siento más fuerte con cada copa que bebo, ya casi no siento apetito ni dolor.

Una vez más brindo con mi propia sangre. Cada vez estoy más cerca del mundo metafísico, solo un hilo me une a este mundo. Un hilo de sangre que brota cuando paso el bisturí por mis venas. Tiene el color de la pasión, esta loca pasión, este loco amor por la vida. La muerte es sólo una parte del ciclo vital, no la temo, me abraza implacable y me dejo llevar. Solo la tibieza de la sangre corriendo por mi piel me hace saber que aún estoy viva. Me siento cansada y ya no puedo levantar el cáliz para beber, todo se pone oscuro, creo que el hilo se va a cortar. Es el final pero quien sabe, tal vez sea también el principio. . .

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