Tic tac, tic tac, tic tac. A pesar que el reloj no para de sonar, el tiempo parece congelado. Son las 14:53, pero hacía media hora que eran las 14:48. Los minutos no se mueven de la misma manera que yo los percibo. Albert Einstein decía que el tiempo es relativo, ¡cuánta maldita razón tenía ese viejo! En mi mente llevo trabajando en este campo de concentración más de una década, y no los miserables dos años que marca el calendario.

Todos están calladitos. Sus caras no se despegan de los computadores. Teclean al unísono, como una sinfónica integrada únicamente de pianistas melancólicos, que siguen a cabalidad la partitura impuesta por el director de orquesta. Ellos también miran de reojo el reloj. Lo sé. No quieren ser sorprendidos haciéndolo, pero lo hacen. Estoy seguro de ello.

Soy el eslabón débil de la cadena. Vivo quejándome de la vida que me tocó. Y no debería hacerlo, tengo que estar agradecido porque soy de ese pequeño porcentaje al que el destino le sonrió y consiguió un trabajo. Soy de esa minoría que tiene la fortuna de hacer dinero para alguien más y de ser recompensado por ello. Soy el tipo con más suerte en el mundo, ¡debería ir a jugar la lotería!

Tengo que ir al baño. Me levanto sin prisa, pero expectante a lo que pueda ocurrir. Nadie lo nota, están muy ocupados revisando gráficas, redactando informes o viendo pornografía animal. A nadie le interesa si un fantasma tiene ganas de mear.

Me tomo mi tiempo. Cierro la puerta del W.C. con seguro. Me bajo la cremallera del pantalón y saco mi pene. Bajo la mirada. El excusado tiene unas pequeñas manchas de mierda en la parte que el agua no alcanza a tocar. Les apunto y empiezo a orinar sobre ellas. Mi orina no tiene la suficiente presión para hacerlas desaparecer, pero por lo menos logro aclararlas un poco. Es divertido. En este lugar cualquier idiotez de esa índole sirve para distraerse.

Vuelvo a mi lugar de trabajo sin haberme lavado las manos. Es el acto más revolucionario que realizaré el día de hoy. Soy todo un rebelde del sistema.

Abro Word Office en mi equipo. Tengo que disimular por lo menos. Empiezo a teclear.

Soy un esclavo. Odio que el horario de esta oficina sea hasta las 17:00. Odio mi vida. No quiero estar aquí pero tampoco en mi casa. Odio a mi jefe. Quisiera estar embriagándome. Odio a esta camada de sumisos. Mi novia ya nunca me echa un polvo. Mi novia se tira al vecino de arriba. Necesito un cigarrillo. Ojalá pusieran una bomba en este edificio. No debí aceptar el trabajo. Estaría más a gusto muriéndome de hambre. La la la. Rampa pa pa pa. Lapicero. Expedientes. Papelitos de colores. Café. Zapatos bien lustrados. Pariste cinco hijos y sigues con una figura fenomenal. Tienes cara de imbécil. Inhalas cocaína en tu hora de almuerzo, a mi no me engañas, eh picarón. Me rasca la güeva derecha. ndnsdihodndaabuanva.

Borro todo lo que acabo de escribir. Uno nunca sabe que idiota puede estar mirando. ¿Y si tienen vigilados los ordenadores y en recursos humanos ya leyeron todo lo que acabo de redactar? Mierda, creo que la he vuelto a cagar. Ojalá no me hagan otro memorando por esto, o mejor aún, ojalá no me abran un proceso disciplinario. Fue solo una broma. Bueno, no lo fue, pero si preguntan diré que fue así.

Miro de lado a lado. Nada, estos simplones siguen masturbándose mentalmente con los números. Hay uno que está especialmente emocionado. Eh crack, el seno de esa gráfica será el único que verás en tu vida, cabrón.

Se apaga la pantalla de mi computadora. Toda negra. Buenas eran las épocas cuando en vez de apagarse, aparecía un protector de pantalla. Podía ser un laberinto de paredes de ladrillo, una pelota que rebotaba cada vez que tocaba una de las cuatro esquinas del ordenador o hasta una escena acuática. Eso ayudaba a pasar el tiempo, servía de entretenimiento, uno se metía en el cuento. Pero ellos se dieron cuenta, esos malditos burgueses lo notaron. Y no les servía que sus trabajadores gastaran minutos tratando de atravesar un laberinto en el que ni siquiera controlaban al personaje. ¡Nos quitaron hasta esto!

– Rodríguez, ¿ya terminó el informe que le pedí?

– ¡Ahhhhhhh!

– ¿Qué le pasa Rodríguez?

– Nada, nada jefecito.

– ¿Tiene el informe?

– Sí, sí doctor, ya mismo se lo envío a su correo.

– No se tarde.

Muevo el mouse para que el computador deje de hibernar. Abro gmail. Ingreso a mi correo institucional. Redactar.

Para: eljefemelapela@suputamadre.com

Asunto: Informe sobre cuantos pares son tres moscas.

Buenas tardes doctor Melapela,

Le envío adjunto el informe que me solicitó el día de ayer, sobre la cuantificación de insectos en torno a los números pares.

Atentamente,

Cosme Fulanito Rodríguez

Mis labores del día de hoy finalmente han concluido. Miro el reloj. 15:01. ¡Puta vida!

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