Mirando al pasado eternamente

Mirando al pasado eternamente

Todo empieza con una palabra, una pregunta.

-Mira, perdona. ¿Para llevar?

-Sí, claro, ahora mismo, déjame tu tarjeta.

Una vez ha pasado el lector por el código de barras correspondiente al libro sobre cine y las Vanguardias que el chico que está de pie frente a su mesa ha decidido llevarse a su casa, bien por disfrute o por obligación, vuelve a sumergirse en sus pensamientos. ¿Cómo ha podido acabar ahí? Ella, que hasta 4º de la ESO no acabó un libro que no fuera para la escuela, que siempre ha sido más de lo visual y auditivo que de lo escrito, y que siempre ha preferido expresarse verbalmente a hacerlo a través de un poco de tinta impregnada en un papel. Ella, de bibliotecaria. Bueno, bibliotecaria… más bien, de «ayudante de».

Cuando acabó la carrera tuvo que decidir el camino a seguir, como Robert Johnson en Cruce de Caminos, y encontrándose entre la espada y la pared, y entre un pueblo a 3 horas en coche y la biblioteca de su facultad, optó por el segundo. Y decidió tomárselo con mucho optimismo.

-Ya sé qué voy a hacer para las prácticas- son las siete de la tarde, el sol brilla en la ciudad y están tomando algo en su bar preferido, el Yúcar, cuando su amigo Juan hace un anuncio-. Mi padre conoce a un «tío» que trabaja en una empresa de submarinismo que le dijo que encontró algún tipo de tesoro oculto en el lago de mi ciudad, y voy a aprovechar para ganar experiencia como arqueólogo. Sí, muy enchufista, lo sé, pero no hay muchas opciones…- dice cuando el resto se le queda mirando.

-Pues yo voy a Viveiro, a hacer transvase de información de los archivos del Ayuntamiento, que no me queda lejos y es algo que no tiene por qué ser rutinario.

-Esa opción era la que tanteaba yo, pero al final voy a optar al puesto de ayudante en la Biblioteca. Es bonita, en invierno no hace frío y en verano no hace calor, y siempre puedo «coger prestado» algún libro que no haya interesado a la gente y ver si la reseña de Google es verdad o el libro es salvable… puede ser mi pequeño pasatiempos.

Entonces, recordando esas palabras, teclea en el buscador del registro bibliotecario las palabras «revolución francesa», con el ánimo de encontrar algún libro que no esté ni cogido, ni reservado, y que haya estado poco solicitado por los profesores y alumnos estos últimos años, y se fija en el nombre de un libro que aparece como la sexta o la séptima entrada. «La Revolución Francesa… ¿Libertad o masacre? La verdad sin leyendas», por Pierre Gaxotte. Escribe el título en una pestaña aparte y decide sacarlo con su propia tarjeta de estudiante.

Comienza a repasar el índice y a ahondar un poco más en los acontecimientos que se cuentan en el libro de 1928, y que contiene la opinión del autor sobre la Revolución, lo sucedido en Lyon, los sacerdotes desplazados a Cayena, las guillotinas y el caos, el sempiterno caos… cayendo enseguida absorbida por el fascinante relato que ha llegado a sus manos.

A partir de ese día, cada mañana, mediodía o noche que le toque estar de guardia en la secretaría de la biblioteca, Gaxotte será su fiel acompañante, salvo cuando observe la ciudad, y la catedral, a través de una ventana que está a poca distancia de ella, se muestre sinuosa entre la luz y los árboles que la rodean, cautivándola, siendo esta la actividad que la tiene entretenida la mayor parte del tiempo.

O al menos eso es lo que ella cree que pasaría, en la enésima vez que la secretaria del alcalde la descubre ensimismada observando el paisaje por la ventana, pensando en cómo serían las cosas si hubiera escogido los libros de historia por encima de los libros del censo de Muros y Noia, donde pasaba gran parte del tiempo, yendo de un lado para otro, casi con trato preferente por los habitantes de ambos lugares.

Pensando en si hubiera sido valiente, y si hubiera ignorado los consejos de su familia y sus amigos, en si hubiera dado el último paso, en vez de estar allí imaginando sus quejas por el aburrimiento, los libros que la rodearan, las relaciones con sus compañeros, con los estudiantes… pensando en que ojalá hubiera sido lista, y hubiera escogido la monotonía de la biblioteca a la vida trepidante y aventurera del vaciado de población de los dos ayuntamientos de la Provincia de A Coruña… aunque la aventura sea la que está escrita en los libros de su facultad, y la monotonía la característica de sus días como estadístico poblacional. Y la causa de que la mitad de los días se marche antes de tiempo a casa.

Como siempre, tras una pequeña firma acaba su jornada, dirigiéndose a la parada y cuando este llega, se sube al bus, y ya está lista para proceder con lo que estaba haciendo hasta que la interrumpió la somnolencia del despacho del alcalde, seguir imaginando lo que habría pasado en su vida, si hubiera tomado la decisión correcta, mientras suena Oasis en sus auriculares. Y mientras ella va cerrando los ojos para dejarse llevar por su momento terapéutico del día. El de la evasión por el desahogo.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS