Nació en el Madrid de los años 40, cuando la posguerra hacía estragos en la mayoría de los hogares españoles, y aunque no era el caso del suyo, ya desde los 7 añitos aprendió la importancia de “ganarse el pan”.

Su padre era encargado de una marroquinería situada en la “Puerta del Sol”, y los domingos, regentaba un puesto en el Rastro dónde vendía retales de cuero, sobrantes de la fábrica.

Desde su más tierna infancia, demostró tener cabeza para los negocios, y a los 11, tenía claro que, pese a no poder optar a una buena educación académica, no sería un “Don nadie” en la vida.

Era el tercero de cuatro hermanos y sin lugar a duda el más espabilado. Mientras sus hermanos pasaban los fines de semana zascandileando por el barrio, Goyo se levantaba cada domingo a las 8 de la mañana para ir a vender tebeos que había recopilado en el cole durante la semana.

Se ponía en una esquinita del puesto que tenía su padre, daba igual que hiciese un frío de esos que te dejaban sin aliento, o un calor sofocante que te impedía tomarlo.

Como suele decir, cuando evoca momentos de aquella época;

¡eso sí eran inviernos y veranos de justicia, lo de ahora son sucedáneos!

Contaba con buenas dotes comerciales, heredadas probablemente de su padre, y siempre vendía todos los tebeos.

Goyo y su hermana Juanita, eran los más agraciados de los cuatro hermanos (a los otros dos pobres, les tocó llevar gafas de “culo de vaso”, de las de entonces, que nada tienen que ver con el estilo actual)

Goyo, con sus ojazos azules y sus bucles dorados, logró camelarse a todas las vecinas de su bloque, que no escatimaban en carantoñas y mimos.

Tanto es así, que Doña Basilia, se empeñó en ponerle un lacito en la cabeza, porque según ella, tenía “carita de niña” y le dejó un surco en la cabeza, que a día de hoy, a sus 81, todavía conserva.

Las vecinas se rifaban la compañía de Goyete, (así le llamaban) Le invitaban a merendar, y a veces, a parte de los tebeos, también caía algo de ropa o un par de zapatos nuevos. Lo cual Goyo agradecía enormemente, puesto, que la ropa que heredaba de sus hermanos mayores, le llegaba bastante raída, y dada la considerable diferencia de altura entre los tres, ni siquiera era de su talla.

Su cabecita no descansaba, y siempre estaba maquinando algún negocio. Como la venta de tebeos le iba tan bien, pero empezaban a escasear, se le ocurrió montar una sociedad con otros dos amigos, para vender caramelos. Goyo, se hizo con una cesta que llenó de un surtido de caramelos comprados en la famosa tienda de la calle Toledo, “Caramelos Paco”. El propósito, era ir a vender los caramelos entre los tres amigos a la ribera del Manzanares, y repartirse las ganancias. Los dos amigos le dejaron tirado el primer día, porque hacía un frío que pelaba, por lo que tuvo que llevar el negocio él solo.

A los 11 años recién cumplidos, ya tenía la edad requerida para sacarse el carné del ayuntamiento, que le permitiría regentar su propio puesto en el Rastro. Ahí, empezó a comprar chatarra a los vecinos del barrio, para venderla después. Vendía desde tornillos, hasta fajas usadas de señora. Un batiburrillo de enseres que contribuirían a engrosar los ahorrillos que le quedaban, después de pasar por las manos de su padre y su tío, que se encargaban de agenciarse más de la mitad de sus ganancias.

Con todo, consiguió reunir la suma necesaria para comprar tela y hacerse un traje a medida.

Se le ilumina el rostro cuando lo cuenta, y ahora, esos ojillos azules que fueron grandes y vivaces, evocan la nostalgia de una época ya lejana.

–Fui el primero del barrio en llevar un traje a medida–, dice Goyo, ¡y que bien me sentaba! –

A los 13, empezó a trabajar en la mercería “Gregorio Arias”, su tío conocía al dueño y sabía que su sobrino era un chico listo y trabajador que sería de buen recibo en la mercería.Tanto es así, que los domingos, se llevaba a su puesto del rastro la mercancía sobrante para venderla, y en menos de un mes, ya había liquidado todo.

El padre de Goyo, a veces se llevaba trabajo a casa, y todos los hermanos colaboraban en pegar billeteras de caballero. Al haber mamado desde pequeño la profesión de su padre y haber empezado a trabajar tan jovencito en la mercería, adquirió un amplio conocimiento en ambos sectores, que sumado a su habilidad para la venta, le auguraban un prometedor futuro.

Se convirtió en un experto conocedor de todo tipo de botones, tejidos, corsés, ovillos de lana e hilo, medias, fajas de señora…………. y por supuesto de artículos de marroquinería, así como su fabricación. No tardó en dar el salto a uno de los más prestigiosos “grandes almacenes” que entonces, empezaban a despuntar en España.

Hoy en día, apenas se hace, pero antiguamente era bastante común lo de mandar “ojeadores” a comercios especializados para fichar personal cualificado. Así fue, como descubrieron a Goyo.

A los pocos meses de estar como vendedor en el departamento de mercería, le ascendieron a jefe, y al año siguiente, ya era un comprador que viajaba por Europa en busca de artículos novedosos para vender en aquellos “grandes almacenes” tan distintos de lo que son hoy.

En esa época, la experiencia y el conocimiento tenían más peso que la “titulitis” a la hora de escalar puestos. Se valoraba el «saber un oficio».

Sin más,“Goyete” quedó en el olvido, para dar paso al Sr. Menéndez, mi padre.

Un padre del que estoy profundamente orgullosa, porque a base de trabajar muy duro, alcanzó la meta que tanto deseaba de niño -no ser, un «Don nadie» en la vida-

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