Mi primer trabajo, sólo tengo 16 años y no estoy preparada, pero había que llevar dinero a casa y yo no quería seguir estudiando. Por suerte para mis padres, tengo un primo que tiene una empresa y resulta que yo he estudiado Administrativo, por imposición paterna, eso sí, yo siempre lo odié. ¿Alguien me preguntó? por supuesto que no, ¡vaya necedad! Mujer, menor de edad, con un padre machista y una madre sumisa.
Me sientan en una mesa con un teléfono, un ordenador, un montón de papeles y con tan sólo una orden:
—Haz bien tu trabajo—
El ring de la centralita me hizo reaccionar; con la voz temblorosa atendí la llamada. Cuando colgué me sentí tan estúpida… temblaba como una hoja y el sonido de aquél maldito aparato no cesaba. Quería salir corriendo pero estaba pegada a la silla.
¡Cómo me gustaría meterme debajo de la mesa! ¿Cómo era posible que una mujer tan resolutiva, independiente, madura y con tantos arrojos como yo, me sintiera tan apocada?
Los días transcurrían, las semanas pasaban deprisa y en poco tiempo ya me sentía como pez en el agua. El trabajo lo tenía dominado pero paralelamente estaba aconteciendo algo espantoso para lo que sin duda no estaba preparada y que me dejaría una cicatriz emocional para el resto de mi vida.
Empezaron esas miradas «extrañas» que me incomodaban, aunque no podía ni imaginarme que poco a poco estaba bajando a los infiernos y, lo más doloroso sin duda, no encontraría ninguna mano tendida para ayudarme a salir de allí.
Él buscaba siempre la mínima oportunidad para quedarse a solas conmigo y aunque yo era muy pava como para darme cuenta del alcance de sus viles intenciones, mi cuerpo se estremecía e intentaba escabullirme como podía. Normalmente lo conseguía pero cada vez me tenía más acorralada y siempre que lo veía mis tripas se retorcían hasta provocarme arcadas. Empezaba a ser consciente de lo que estaba ocurriendo.
Mi cuerpo hablaba y me decía que tenía que estar alerta porque algo malo me podía ocurrir.
Tener que ir cada día a la oficina me asqueaba y en casa estaba siempre triste y avergonzada pero no podía contar lo que me estaba pasando. Mi jefe y acosador era primo hermano mío y el ojito derecho de mi padre, el cual siempre ha pensado que tengo la cabeza llena de pájaros. ¡Nunca me creerían!
Al llegar una mañana al trabajo, me presentaron a Ágata. ¡Por fin iba a tener una compañera!. Tonta de mí pensé que el infierno se enfriaría ¡qué equivocada estaba!.
Ágata era genial. Era mayor que yo y rápidamente se percató de lo que estaba ocurriendo; intentaba estar siempre al quite pero no sólo no cesó, sino que él se hizo más fuerte y sus ofensas cada día eran más obscenas. Era un ser sibilino y sutil pero aterradoramente malvado y peligroso. Su juego era hacerse el bromista y, aprovechándose de mi cándida juventud y de que nunca le delataría en público por vergüenza, conseguir sus propósitos. Cada día era más poderoso y yo cada vez más pequeñita.
Cada noche al acostarme me prometía que sería el último día que permitiría ese abuso, de la misma manera que cada mañana al despuntar el día, sabía que no encontraría el valor suficiente para cambiar las cosas.
Llegó el verano y ya no tenía fuerzas para seguir adelante; sólo pensaba en las vacaciones ¡30 días para pensar en algo para salir de esa cárcel!
Cada día era más tedioso y caí en depresión. Mi padre pensó que era una floja y que no sabía valorar lo afortunada que era. Y una vez más mi acosador, haciendo gala de sus malas artes, intentó camelarse a mis padres contándoles una sarta de mentiras, que por supuesto creyeron. Supuestamente yo era una trabajadora maravillosa y una persona excelente, pero muy joven y me habían dado demasiada responsabilidad en la empresa y que lo único que me ocurría era que estaba estresada y él, como jefe honrado, que sólo mira por el bien de sus trabajadores, pensó que necesitaba un respiro. Así que decidió que, a parte de mis vacaciones, me merecía 15 días extras.
A ver cómo se le cuenta a unos padres que ese señor ejemplar que su hija tiene por jefe, es un acosador… ellos sólo verían a una niñata inmadura y caprichosa, con ínfulas de artista y con la cabeza en la luna de Valencia. Tenía la batalla perdida de antemano.
Mi familia tenía una casa en la playa y entre todos decidieron que sería una buena opción enviarme allí (como si fuera un paquete) y que mis vecinos se hicieran cargo de mí, ya que seguía siendo menor de edad. El propósito era que recapacitara y supiera valorar la gran suerte que tenía; pensaban que cambiando de aires se me pasaría la imbecilidad. Pero lo que ellos no podían imaginar, es que aquellos 15 días serían cruciales para mí. Crecí de golpe, me empoderé y decidí tomar las riendas de la situación y de mi vida contra todo y contra todos.
Cuando volví nada había cambiado más allá de mí. El monstruo estaba más crecido si cabe y pasó a la acción.
Un día me dijo que tenía que quedarme fuera de mi horario porque había que sacar una oferta importante y que no me preocupara porque él hablaría con mis padres y les diría que me dejaría sana y salva en casa a una hora decente ¿se puede ser más rastrero?
Jamás olvidaré aquel Mini y a él abalanzándose sobre mí profiriendo todos tipo de obscenidades. Le di un empujón y salí del coche dando un portazo.
Ahora sí que estaba ganando yo. Cuando después de las vacaciones me robó unos negativos de unas fotos mías en bikini, me marché de la empresa. Por suerte ya tenía la mayoría de edad. Mi padre me echó de casa pero había ganado la guerra y ya nadie nunca volvería a aprovecharse de mí.
OPINIONES Y COMENTARIOS