Estaba amaneciendo, Virginia esperaba el autobús para ir a trabajar, este llegó casi completo, al entrar dentro se sintió como una sardina envasada al vacío, y consiguió bajar en su parada abrazada a su bolso, se colocó el jersey que lo llevaba torcido, ya iba cansada antes de empezar el día. Se le hacía muy pesado y aburrido ese trabajo, dedicada a fotocopiar e imprimir documentos, y aunque había estudiado graduado social, tampoco era algo que le gustara.

Al entrar en el ascensor con otros compañeros, uno de ellos dijo en voz alta – Este verano dicen que nos regalarán dos días más de vacaciones?– algunos lo comentaban contentos y otros quejándose.

El ascensor llegó a su planta, Virginia salió resoplando, pensando que la mayoría de las conversaciones eran siempre las mismas, sobre el tiempo, horarios de trabajo, días de vacaciones, o quejarse de otros.

–¡Buenos días, Virginia!– le dijo Darío, su compañero de mesa.

–¿Buenos?, otro día más moviendo papeles, seriamos más útiles si hiciéramos flores de papel con ellos – se quejaba Virginia, mientras se colocaba las gafas. Encendió el ordenador y levantando su pisapapeles, con forma de estrella de mar, recogió la carpeta de arriba, debajo había más papeles que fotocopiar, y más rutina.

En ese momento entró su jefe, que les pidió contabilizaran las fotocopias que se habían hecho ese mes, y debían terminarlo ese mismo día. Esto les suponía quedarse más tiempo en la oficina, mientras lo hacían, ella se quejaba de la perdida de tiempo, y Dario le animaba a contar y menos hablar.

Virginia terminó su jornada de trabajo, pero no quería volver a casa, necesitaba despejarse, tomó un autobús en dirección a un pueblecito cerca de la playa. Llego a la playa y mientras contemplaba el horizonte desde la orilla, surgió una ola que avanzó hacia ella, no le dio tiempo a evitarla, y le cubrió hasta las pantorrillas.

–¡Qué desastre!–se dijo, mirando sus zapatos mojados, al lado vio una estrella de mar que había traído la ola, se acordó de su pisapapeles de la oficina, pensando que era mejor ser una estrella libre en el mar, al tomarla en su mano observó como por el centro de su boca soltaba burbujitas de los colores del arco iris, le parecía como si hablara y le dijera:

– Soy una estrella de mar, que si pierdo un brazo puede generar otro, incluso llegar a reconstruirme completa. Si no te gusta lo que elegiste para estudiar o el trabajo, nada es para siempre, deja de atar tu vida como si fueran zapatos, puedes regenerar tu vida como una nueva estrella. Entonces Virginia recordó algunos de sus sueños escondidos en su corazón.

Devolvió la estrella al mar, y como cuando veía una estrella fugaz en el cielo le pedia un deseo, en el momento de lanzar la estrella al agua, pidió un deseo.

Se sentó en el suelo, desató sus zapatos, y al ponerse de pie sintió el placer de caminar descalza sobre la arena fina, miraba el cielo anaranjado a lo lejos en ese horizonte donde se une con el mar, y en un instante le alcanzó la noche en la playa, tomó el autobús de regreso, llegó muy cansada a casa, pero se sentía diferente.

Al día siguiente, Virginia se encontró con Darío en el pasillo de la oficina, se saludaron, y prefirió callar a quejarse de nuevo, al bajar la mirada se paró en la camiseta que llevaba puesta, tenía la foto de una estrella de mar, subió la mirada y sonriendo le dijo:

– Ayer vi una estrella de mar de verdad– le dijo Virginia, sorprendida por la coincidencia.

– No es habitual verlas en la orilla, cuando sucede es porque desde el fondo del mar empujadas por las corrientes. Esta de la camiseta, es la foto que le hice a una que vi en la playa del pueblo de al lado –contestó Darío sonriendo.

Ella le miró, reconoció calidez y claridad en su mirada, y se sorprendió a si misma invitándole a ir juntos a hacer fotografías, a algunos de esos lugares, era algo que le gustaba hacer cuando era joven.

Virginia empezó a salir, a viajar de otra manera, a veces con Darío, otras sola. Disfrutaba al explorar rincones poco conocidos de pueblos y naturaleza, de los que hacia fotos, escribía sobre lo que veía y como lo vivía. Fue conociendo a más personas que les gustaban estos temas, y en casa de Dario o de otros nuevos amigos, daba charlas y exponía sus fotos. Crecieron las invitaciones a espacios públicos, como bares, parques o asociaciones de la cultura, o de la naturaleza, sus viajes eran cada vez más largos, hizo publicaciones de sus viajes. Con el tiempo Virginia cambió su forma de vivir, e incluso de trabajar, a otra más gustosa y amorosa.

Así como una estrella de mar puede regenerarse, puedo cambiar mi vida. Virginia.

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