La semana anterior a la Navidad un mensajero trajo a casa una caja de considerables dimensiones y de unos diez kilogramos de peso. Yo no me encontraba en casa y mi marido, que en esos momentos se encontraba allí, lo aceptó pensando que sería alguna compra navideña que yo había efectuado por internet.

Picado por la curiosidad ante el tamaño del envío, decidió de motu propio abrirlo. El fácil anclaje de cierre le dio pié a curiosear lo que quizá era su regalo de Navidad.

Su sorpresa fue tal al ver el contenido, que por un momento, lo que en un principio le pareció puro goloseo infantil se convirtió en un auténtico vuelto de estómago.

Buscó entre el contenido alguna tarjeta o similar que identificara, al remitente del ya reconocido regalo. Al final de la caja, por fin, encontró un sobre de cierre moderno y papel de textura de seda color blanco roto donde indicaba Sra. Poval.

Ante tal formulismo, si en algún momento se pasó por su cabeza una posible infidelidad, esta quedó disipada al leer la nota que se encontraba dentro.

“Gracias por su confianza, seguimos trabajando para personas como usted” Fdo. Carlos Unzue.

Mi marido cerró todo tal cual había llegado a casa, consultó Google en su móvil para averiguar quien era ese tal Carlos Unzue que era tan expendido con su mujer.

Unzue era un afamado empresario del sector metalúrgico, muy conocido en toda la provincia, con gran reconocimiento internacional debido a la estructura metálica de reposición de la Torre Eiffel.

Mi marido me llamó al trabajo y me dijo que tenía que salir, que llegaría sobre las cuatro, por si lo quería esperar para comer.

Al llegar a casa, vi el gigantesco paquete ocupando gran parte de mi recibidor. Dejé el bolso en el sinfonier de la entrada y sin tan siquiera quitarme los zapatos, que me estaban matando los pies, decidí abrir la caja. Lo primero que vi fue un jamoncillo de esos muy negros y feos, vestido con una túnica negra bordada con letras doradas, creo que eran jotas, muchas jotas; Después me encontré una caja de madera que dentro acunaba una botella de champagne, un poco sucia por cierto, y en el fondo, junto a un sobre un pequeño cofre dorado de lo más estravagante.

La nota contenía un mensaje bastante impersonal: “Gracias por su confianza, seguimos trabajando para personas como usted” Fdo. Carlos Unzue.

Yo no conocía a este tal Unzue pero si que hacía unos días había formado parte de la mesa de licitaciones para unas obras en mi lugar de trabajo. No es mi trabajo habitual pero el compañero encargado de ello, un forofo del aeromodelismo, había sufrido un accidente probando uno de sus trastos y se encontraba en el hospital, por lo que lo sustituí en las últimas jornadas de trabajo ya que prácticamente faltaban las firmas en los contratos. De hecho, al día siguiente de su accidente lo llamé para preguntarle por el tema y fue el quien me dijo que la empresa de Unzue era la más adecuada del concurso. Yo hice caso de mi compañero y apoyé el proyecto . Todo pensando en que era lo mejor, hasta la Torre Eiffel avalaba su trayectoria, no había nadie igual a él.

Todavía no había curioseado el cofrecillo. Cual no fue mi sorpresa al encontrarme un fajote grandotote de billetes de 500€, de esos morados que hasta ese día había pensado que no existían.

Me quedé muerta, me preguntaba indignada ¿Pero esto que es?

Llamé a Ignacio, mi compañero, y con tono jovial me preguntó que si ya había probado el jamón… me indigné y le coleé el teléfono.

Llamé a Albertoy le expliqué lo que me había pasado. Yo en esos momentos no sabía que mi marido se encontraba en la comisaría y que todo lo ocurrido en mi recibidor había quedado registrado en la cámara de su antiguo teléfono que retransmitía en directo al suyo mientras toda la comisaría me miraba. Menos mal que no fue uno de esos días en los que una llega a casa y se pone en pelotas en el recibidor.

Alberto no tardó ni cinco minutos en aparecer, y nos fuimos a dar parte del paquete. Gracias a la grabación pillaron al malo, por lo visto ya hacía tiempo que le iban detrás…

Yo tuve que dejar mi trabajo, y cambiar mi nombre, por lo visto, el regalador era un elemento de mucho cuidado…

Ahora seguimos siendo pobres pero honrados y yo no firmo nada que no haya leído desde el principio.

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