Ayúdame a salvarle

Concha Martín

El sol de poniente se reflejaba en la cristalera de la fábrica y teñía de tonos rojizos el descampado por donde subía el maldito camino de la cantera.Teodora cerró la ventana estremecida por los recuerdos.

Ha habido un derrumbe, señora, su marido…

Su hijo estaba a punto de llegar del colegio y tendría que darle otra mala noticia, pero no le diría toda la verdad, ¿qué iba a solucionar el pobre?

Cuando oyó el sonido de la cerradura fue hacia él con las manos extendidas.

– Hijo, la señora Paquita me ha echado.

Habló en voz muy baja, las malas noticias se decían así.

Está en el depósito, lo sentimos…

– Pues busca otra casa – refunfuñó el chico dirigiéndose a su cuarto.

Teodora comprendió que tenía que contarlo todo y fue tras él.

– Dice que yo le he robado doscientos euros que tenía en la mesilla.

– Eso es que ha perdido el dinero y la ha tomado contigo.

– La señora Paquita no pierde el dinero, yo sé quién ha sido, y no me he atrevido a decírselo, ayer descubrí a su chico revolviendo en los cajones de la mesilla. Es muy duro decirle a una madre que su hijo le roba, pero tú no te preocupes, cariño, tienes razón buscaré otra casa. Voy a encender la estufa para que te pongas a hacer los deberes.

-Mamá – el chico se había sentado en la cama – me quieren echar del colegio.

Teodora pensaba dónde podía buscar un empleo, en las casas buenas pedían referencias. La frase del hijo le pareció extraña, imposible.

-¿Qué me decías del colegio?

– Que me van a echar por no contar lo del Ramón.

Teodora encendió la luz. En invierno la noche llegaba tan deprisa.

– ¿Y qué les tienes que contar del Ramón

– A ti tampoco te lo puedo decir. Es que es mi mejor amigo, mamá. Él tampoco tiene padre.

La madre buscó en sus recuerdos la fuerza necesaria.

– Escucha, hijo mío, tú sabes que tu padre está aquí con nosotros.

– Mamá no empieces con lo mismo…

– Por favor, déjame hablar. A las personas ignorantes nos engañan, nos echan la culpa de todo.

– Pero yo no soy un chivato y el Ramón es mi amigo.

– Pero si te echan del colegio ¿qué vas a hacer?

– El Ramón sabe de un trabajo.

– ¿Un trabajo? ¿Un trabajo como el que le dieron a tu padre?

Su marido no tenía contrato.

-¡Qué va! Es un negocio que tiene con unos amigos.

– Hijo, si no estudias papá se disgustará.

– Papá no puede disgustarse. Está muerto.

– Es una forma de hablar, cariño, quiero decir que si viviera se disgustaría, porque él nos dejó un dinero para tus estudios.

– El que guardas en el aparador, ¿no?

– Teodora se sonrió de la simpleza.

– No, hijo. Ya es hora de que lo sepas. Cuando el accidente sus jefes me dieron un dinero que yo guardé en el banco.

– ¿Tienes dinero en el banco?

– Cinco mil euros. Los compañeros decían que les denunciara, pero un abogado me dijo que era mucho lío y yo me conformé, sólo quería que te ayudaran a ti.

– ¿Te dieron cinco mil euros por papá? ¡Cinco mil euros! ¿Y no piensas gastártelos?

Teodora quería que su hijo la mirara, su hijo era un buen hijo, era el mejor chico del mundo, todas las noches al rezar se lo decía a su marido. “Tenemos un buen niño.”

– Son para que vayas a la Universidad.

– El Ramón dice que eso de la universidad es una chorrada.

– Pero es que ¿tú solo te crees lo que te dice el Ramón – gimió sin poder contener las lágrimas y se fue a la cocina.

Entre sollozos oía la voz firme de su marido “con llantos no educarás a nuestro hijo, no deberías haberle dicho lo del dinero. Ese Ramón le va a hacer un sinvergüenza”. Hacía mucho frío pero aún era pronto para encender la estufa. Hasta que no encontrara una nueva casa habría que ahorrar luz.

En los cristales de la ventana la noche envolvía el camino que subía a la cantera, donde él seguía viviendo en sus recuerdos. Debí denunciarles ¿verdad? Porque te tenían que haber hecho un contrato y porque no te habían dado un casco de seguridad y ahora quieren echar del colegio a nuestro hijo, ayúdame a salvarle, por favor.

-¿Mamá?¿Qué haces a oscuras?

– Teodora oyó la voz de su hijo como un milagro y dio la luz.

– Pensaba en mis cosas.

– Mamá – el chico avanzaba hacia ella despacio – te tengo que contar una cosa. Ayer te quité veinte euros del aparador.

– ¿Abriste el aparador? – un repentino trastorno la empujó hacia el hijo – pero ¿cómo pensabas que no me iba a dar cuenta?

– El Ramón me dijo que tú nunca creerías que yo podía robarte.

Teodora tuvo que reconocer que por una vez ese pillastre de Ramón había acertado y se abrazó al muchacho como cuando era un niño y ella le protegía. Prepararía la cena, encendería la estufa, se sentaría junto a él para seguir hablando, pero antes debía resolver un asunto. Sacó el móvil de su bolso y con los ojos bien abiertos hacia donde la noche ocultaba el camino de la cantera, tecleó el número de la señora Paquita.

Abril 2018

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