El mejor trabajo del mundo

El mejor trabajo del mundo

No es por nada, pero por lo general cuando hablo acerca del medio con el cual me ganó la vida, muchas personas me dicen, « ¡pero como puedes trabajar en eso!», o preguntan, «pero por lo menos te deben pagar harto», Y la verdad es que no es mucho, sin embargo me alcanza para vivir, mantener a mi familia y darme uno que otro gusto.

En mi país se le conoce como servicio médico legal y es la institución encargada de la investigación y retiro de las personas fallecidas en accidentes, tragedias, incendios, suicidios y otras situaciones relacionadas con la muerte.
Yo en lo particular me encargo del retiro de los finados(o lo que ha quedado de ellos). Labor que amerita mucha responsabilidad, valor y respeto.
Me inicie en esto por casualidad, cuando un vecino me contó que estaban recibiendo gente para trabajar como personal de aseo, y con más de un año cesante, la situación no ameri

aceptaba más retraso.

Así que con necesidades que cubrir, ya no bastaba con ganarme la vida haciendo trabajos menores y ante la opción de una renta fija, acorde al mercado y con beneficio de colación y movilización, frente a la necesidad, tomé esta oportunidad.
Y no me equivoqué. Me siento un hombre afortunado.
Vivo en constante contacto con la muerte y eso mismo me ha hecho valorar más la vida.
Al Principio no fue fácil, no sabía a lo que me enfrentaría, mis expectativas eran muy distintas del lugar al que finalmente llegué.
Sabía que trabajaría en SML., lo que me sonó como una empresa, (limpieza de oficinas, pensaba yo). Nada más lejano de la realidad.
Nunca había escuchado de este lugar, menos lo que hacían. Así que mi primer día de trabajo significó un cambio drástico en mi relación con la muerte y las personas.
Juanito fue mi instructor en este nuevo emprendimiento. Lo primero que me dijo al llegar el primer día fue: «en esta pega tienes que tener cuero de chancho, si no, vas a durar poquito…».
Y tenía toda la razón, este trabajo no es para cualquiera…
Lo primero que me explicó fue que el lugar siempre debía quedar impecable, pese a las circunstancias, y por lo general, posterior a las autopsias.
Teníamos que borrar todo «rastro biológico», presente en la sala.
No tenía contacto con los difuntos en ese tiempo, pero cuando se producían eventos catastróficos, el lugar se transformaba en «zona de guerra».
Lo que sí era inmanente es el olor. Llegando a casa antes de nada pasaba al baño, me cambiaba toda La ropa y recién ahí tomaba contacto con mis seres queridos.
Sin embargo, no era suficiente, sentía en mi piel el aroma a muerto…a muerte.
Así que pasado un tiempo, me ofrecieron trabajar en terreno y acepté.
De ahí en adelante comencé a recorrer las calles de la ciudad en compañía de mi amigo Nelson.
Mejoró mi remuneración y empecé a trabajar en turnos rotativos de día y noche.
Eso quizás se me hizo más complicado, me costaba acostumbrarme al cambio de jornada.
Lo demás después del morbo inicial era sólo trabajo.
Evidentemente había días difíciles, situaciones que rompían con la cotidianeidad.
Una de las que más recuerdo fue una en la cual tuvimos que a sacar el cadáver de una madre con su hijo en brazos posterior a un incendio. Ella estaba en posición fetal, protegiéndolo con su cuerpo, el bebé tenía expuesto el cráneo y los huesos de la parte alta de la espalda (era natural que en este tipo de tragedias, los pequeñitos se consumieran más rápido, por motivos lógicos).
Lo complicado fue separarlos.
Al tratar de forzar los brazos de su madre, la carne quemada se deshacía ante la presión como plastilina. Los músculos y articulaciones estaban sellados, duros como roca, en estos casos hay que hacerse el valiente y directamente luxar o fracturar.
La cara del bebé estaba intacta en el regazo de su madre.
Ese fue un día difícil…
Llegué a casa y pese a lo tarde que era, entre a la pieza que comparten mis 2 hijos mayores, les di un beso a cada uno he hice la señal de la cruz en sus frentes, Les di mi bendición y agradecí a Dios por velar su descanso.
Entre sigilosamente al dormitorio, me acosté con mucho cuidado, cogí a mi bebita que dormía al costado de su madre y la coloque sobre mi pecho.
Cogió mi dedo índice con su manito.
Lloré en silencio.
Hago lo imposible por no hablar de estos temas en mi familia. Es trabajo, y hay que separar las cosas.
Trato de ir a la Iglesia dentro de mis posibilidades, mi labor me ha acercado mucho a Dios.
Soy un hombre sencillo, de casa, de gustos simples. Y no deseo más que no falte el pan en mi mesa ni la salud a mis seres queridos.
Soy un hombre feliz.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS