El no tenía facilidad para hacer amigos, pero aquella tarde de sábado, por casualidad, se había juntado en un bar con un grupo de chicos de los que asistían a los partidos de fútbol del equipo de su barrio. Apenas se conocían pero, tras unas cañas, la conversación fue centrándose un poco más en la vida de cada uno.

En algún momento alguien le preguntó por su trabajo. “Y tú ¿a qué te dedicas?» Él contestó lo de siempre: «trabajo en el Departamento de Control de Calidad de una empresa de plásticos», y pareció que quedaba todo aclarado. Pero otro insistió: «¿Qué es lo que controlas? ¿Qué produce tu empresa?».

En ese momento se planteó contestar cualquier cosa: la transparencia de las botellas, la flexibilidad de las láminas, cualquier cosa. Pero, sin saber bien porqué, quizás espoleado por las cuatro o cinco cañas que ya llevaba encima, balbuceó inseguro: «pues trabajo de…, de probador de condones». Inmediatamente se arrepintió de lo que había dicho y deseó con toda su alma que se lo tomaran a broma. Pero cuando vio que sus interlocutores estaban absolutamente sorprendidos, algo fue creciendo en su interior y empezó a regodearse en los detalles. «Si, probador de condones, los mejores y los más variados. Y se puso a explicarles detalladamente todos los detalles de la fabricación de los condones. Pero a la audiencia lo que le interesaba eran los detalles de la prueba en sí. «¿Pues como se va a probar un condón? ¿Cómo se os ocurre? Si el vino se prueba bebiéndolo, y la comida comiéndola, el condón se prueba……» «¡follando!» gritó casi a coro la audiencia, «¿pero cómo?….»Ella era la típica mujer en la que nadie se fijaría al cruzársela en la calle. Ella misma solía decir que parecía transparente. No tenía amigos pero tampoco los echaba en falta, aunque siempre encontraba con quien tomarse un café. Las chicas con las que compartía piso jamás le habían preguntado por su trabajo. Estaban convencidas de que trabajaba de cajera o de reponedora en un supermercado del barrio. Todas las mañanas laborables seguía la misma rutina: el despertador sonaba a las 7, a las siete y diez ya se extendía por el pequeño piso el aroma del café. A más de una de sus compañeras de piso eso era lo que generaba diariamente la idea de pensar en levantarse, cosa que raramente se completaba antes de las 11. Pero ella a las 8 en punto salía de aquel piso y cogía el metro y el autobús que, a las 9:45, la dejaba en el polígono industrial donde estaba la empresa para la que trabajaba desde hacía un año. A las diez estaba preparada en su puesto de trabajo, el cuarto de CONTROL DE CALIDAD, con su batín y su cuaderno de notas, para comenzar su tarea de todos los días, siempre igual de monótona. A las diez y cinco llegaba él al cuarto de pruebas con su batín, la caja de productos a probar ese día y con su cuaderno de evaluaciones. Después de un sonriente «buenos días», él anunciaba el código del primer artículo: «DCO-100 el primero, como siempre» y lo anotaban los dos cuidadosamente en el cuadernito. DCO-100 era el modelo que habían elegido como referencia para probar los otros modelos y los diferentes lotes que iban fabricando. Él lo colocaba en su instrumento, siempre preparado, y ella se recostaba en el diván preparado al efecto, apartaba el batín, abría las piernas, pulsaba un cronómetro y comenzaba la prueba. A los tres minutos exactos sonaba el cronómetro, se separaban, escribían brevemente en su cuaderno, ponían en marcha el cronometro, cambiaban de postura, y continuaban hasta que volvía a sonar y repetían toda la rutina. Tras tres posturas más, -siempre las mismas-, él quitaba el producto a probar del instrumento, completaban las anotaciones y, tras un descanso de 10 minutos, volvían a empezar con un nuevo producto: «ahora corresponde al DCO-121» decía él y comenzaba de nuevo la prueba. Y así, siempre igual, tras unas 4-5 horas de trabajo, acababan su jornada laboral. «Hasta mañana» decía él. «Hasta mañana», contestaba ella, y se iban al vestuario y a sus respectivas casas.

Tras aproximadamente un año de trabajar juntos, ocurrió algo extraordinario. Al acabar de probar el último modelo del día,ella se levantó del diván y acercándosele pregunto: «¿nunca has pensado cómo sería hacerlo sin preservativo?». Se quedó de piedra. Era la primera vez que le preguntaba algo. «Podemos ir a mi casa y lo probamos. Te espero en la parada del autobús». «Pero…” fue lo único que se ocurrió decir a él. No cruzaron una palabra ni en el autobús ni en el metro. El portal de aquella casa le pareció lóbrego y las escaleras oscuras. Ella abrió la puerta del piso y se dirigió hacia una de las habitaciones. Tras cerrar la puerta se acercó a la cama y, tras desnudarse con apenas un gesto, se colocó como lo hacía en el diván del cuarto de Control de Calidad. «¿Estarás preparado como siempre, no?» le dijo. Y si, si lo estaba. Él, quizás con más cuidado que en los días de trabajo, la penetró. Comenzó a notar sensaciones nuevas, presiones desconocidas, algo que le hacía respirar más rápida y profundamente y que su corazón latiera de una manera distinta, algo que ….

«Ha pasado el tiempo» dijo ella de pronto, mientras le separaba suavemente -luego se dio cuenta que habían transcurrido exactamente tres minutos – «¿Qué te ha parecido?». Jadeando, con el corazón a mil por hora, no supo que decir. «¿Esto no tendremos que escribirlo en el cuaderno, no?», continuó ella. Le acompañó a la puerta y, ya fuera, le dio un ligero beso en la mejilla. A él, solo se lo ocurrió decir «¿nos vemos mañana a las 10?». Ella levantó la cabeza, le miró a los ojos y contestó: «No, mañana no nos veremos. Probablemente no nos veamos nunca más. Por cierto, ¿cómo te llamas?»

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