EL JARDINERO

Maldijo la palabra paisajismo.

Parterres repletos de inumerables flores, algunas difícilmente pronunciables, setos con formas cambiantes, según la temática impuesta, siete tipos de grava que formaban dibjujos y un río al estilo japonés, componían un particular infierno colorido. Sus tijeras podaban los setos que nunca dejaban de crecer, como la angustia que sentía al comprender, que no era más que un jardinero en el edén.

ese día, el viento cargado de un calor insoportable, parecía chillarle al oído, y de un golpe ,como el manotazo de un niño travieso, deshizo un montón de hojas que tenía apilado, otra brisa las elevo en espiral… y en la altura máxima, el viento cesó, dejando todas las hojas esparcidas por el jardín. Un tic nervioso en la mejilla le brotó espontáneamente, de pronto toda la rabia contenida comenzó a salir de su boca en forma todo tipo de improperios y adjetivos peyorativos para con los dueños del paraiso. Se dirigió al sistema por goteo, formado por diferentes tubitos que se abrazaban entre ellos como eslavones de la cadena de un reo, y los desmontó a patadas, seguidamente intentó quitarse el mono de jardirnero, el cual tenía pegado al cuerpo por el sudor, parecía que no quería despegarse de él, y haciendo honor a la frase: – «el hábito hace la fraile» se aferraba a su cuerpo. Desesperado por quitarse ese horrible atuendo cogió las tijeras de podar bruscamente, y al intentar rajar el mono por la cremallera… sintió terriblemente como el mejor acero de Leroy Merlyn se deslizaba por su muslo izquierdo. El líquido que comenzó a brotar no era segregado ya, por sus glándulas sudoriparas, sino por su arteria femoral , que de una manera cruel e irónica regaba en modo de aspersor el precioso cesped y las hojas desperdigadas. Como si él, formase parte del menaje de jardín.

Defecto profesional pensó.

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