… Mejor tachar los días, mejor olvidar las horas

… Mejor tachar los días, mejor olvidar las horas

Medellín, COLOMBIA- De acuerdo al informe «Perspectivas sociales y del empleo en el mundo. Tendencias 2018» de la Organización Internacional del Trabajo, OIT; en 2018 «el índice de desempleo descenderá hasta el 5,5% de la población activa» lo que revela que aproximadamente 181 millones 440 mil personas estarán en paro. Desempleadas. Asfixiadas. Angustiadas. Desesperadas. Perseguidas por los bancos y las deudas. Muchas estarán aguantando hambre y de ese número tan lleno de injusticia y dolor; las últimas 40 mil viven en las calles de mí país, Colombia.

Mi única ocupación, actualmente, es leer y escribir. Leer y escribir «On-line» todo lo que se me atraviesa y por supuesto, también enviar hojas de vida a cuanta oferta veo en las redes sociales; y son muchas. Demasiadas.

Envío seguramente hasta cinco hojas de vida al día. He estado desempleado por más de un año, sobreviviendo con trabajos freelance mal pagados, si acaso los pagan. En varias oportunidades he hecho el trabajo y cuando ingenuamente lo entrego sin haber exigido el pago anticipado o un abono; el «cliente» se niega a pagar aduciendo que «no hay plata». ¡Maldita suerte la mía! ¡Hijueputas todos! ¿Qué hice para tener tan mala suerte? ¿Mi hoja de vida ya no sirve? ¿Es mi edad? ¿Estoy obsoleto?

Las facturas siguen llegando, los pagos mensuales se siguen acumulando; el estrés y la ansiedad se siguen apilando como una tonelada de mierda en la nuca, haciendo más pesada la carga de la vida, o mejor, de la existencia. ¡Es una suerte que vivo solo y no tengo obligación de mantener a nadie! De lo contrario ya estaría ingresado en un manicomio. Estando solo, uno se come su propia mierda, llegado el caso. Acompañado no hay Ketchup que reduzca el mal sabor en la boca.

Después de varios meses en paro, la depresión toca la puerta de manera inexorable, impajaritable. El estado de la mente se hace viscoso, espeso, pesado, asfixiante. A veces no hay fuerza ni para salirse de la cama. Confieso que hasta ganas de cagarme encima me han dado. Pero los escrúpulos me obligan a levantarme una vez al día, nada más. No debe ser dignificante estar metido en un hoyo negro de depresión que además huele a tu propia mierda.

La apatía se apodera de los días y el terror al paso del tiempo acobarda y reduce la autoestima. La espiral auto-destructiva se inicia y de ella muy pocos se escapan, salvo que reciban esa llamada al celular que les avisa que hay una entrevista programada para la vacante a la que postuló su hoja de vida tres semanas antes.

Sin embargo, y aunque se tenga la experiencia del veterano trabajador, seguramente saldrá con las manos vacías porque un «profesional» más joven y que cobra menos, se quedará con la vacante.

Hago parte de ese grupo que vive en el limbo laboral. Somos los que transitamos entre los 35 años hasta los 45. Profesionales con experiencia, que valoramos nuestro trabajo y conocimiento y que exigimos buenos salarios a cambio de nuestro buen trabajo garantizado precisamente, por nuestra experiencia. Pero a las empresas ya no les gustamos, porque no somos sumisos, tenemos criterio y personalidad. No nos andamos por las ramas cuando de hacernos respetar se trata, en cambio una persona joven, temerosa, sin experiencia, es maleable, manipulable, esclavisable, además, seguramente (en la mayoría de los casos) desconoce sus derechos legales. Es una buena inversión porque cuesta mucho menos y causa menos problemas. Por supuesto, hay excepciones a la regla.

Los mileniales, por ejemplo. Duran uno o dos años máximo en una empresa y cuando se sienten aburridos simplemente renuncian y buscan otra empresa para en un par de años hacer exactamente lo mismo. Es el limbo laboral. No hay perfiles exactos. Ya 1+1 no da dos. Ahora la tierra es plana, dios nunca existió y la juventud no es el futuro del mundo. El futuro del mundo somos los adultos que tenemos la experiencia y el criterio para determinar cuál es la decisión correcta. Pero eso vale, eso cuesta; y las empresas ya no quieren pagar el precio justo.

Por eso es mejor ya olvidar todo. Rendirse a la apatía y al olvido. Mejor dedicarse a tachar los días en una pared. Como un recluso en su propio olvido. Mejor olvidar las horas que pasan para que el dolor no sea ya tan intenso e insoportable. Tal vez ¿dejarle todo a dios? Que el siempre tiene la respuesta y el plan divino de restitución.

Soy Mauricio Villamil Betancourt, estudié Comunicación Social y me hice periodista y editor gráfico. Tengo 43 años y el criterio de un centenario. ¿»El medio es el mensaje»? ¿En qué estaría pensando y sobre qué vivencias estaría desarrollando Marshall McLuhan esta teoría tan antípoda?

Yo soy el medio y mi mensaje es el siguiente: «Soy experto en: comunicar, investigar, aprender, desarrollar, proyectar, diseñar, escribir, editar, crear, construir, interactuar, conciliar, negociar y en… alcanzar. Soy un verbo en infinitivo que quiere trabajar.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS