Recuerdo con incertidumbre los día previos a entregar la hoja con las asignaturas a cursar el año siguiente. Esta era una de las primeras «duras» decisiones que tuve que tomar con mis 16 años. Esta era una decisión que iba a orientar mi vida a una carrera universitaria u otra y en un futuro entre un trabajo u otro. Tras estar cursando toda una secundaria plenamente de Ciencias ( con unas matemáticas, una física y química e incluso una biología) en ese momento se me abrían nuevos y desconocidos ámbitos y asignaturas como una interesante economía y un latín que todo adulto lo asocia la enumeración de la declinación de Rosa, Rosa, Rosam, Rosae, Rosae y Rosa.

Recuerdo perfectamente las largas horas mirando al techo de mi habitación buscando la respuesta a mi gran duda ¿Que bachiller debo escoger? ¿Continuó con la aburrida biología y con la física y química que apenas entiendo o por el contrario me embarco en una aventura hacia algo desconocido? Como persona que ama el riesgo decidí escoger el bachiller de Humanidades que tradicionalmente es conocido entre las personas de mayor edad como «el bachillerato de letras puras». Tras dos duros años conseguí acabar el colegio con una media de 9,1 y logre también pasar la tan temida selectividad. Mi siguiente objetivo era completar la maravillosa etapa universitaria repleta de nuevas amistades y muchas, muchas fiestas. Tras dudar entre estudiar Derecho y Psicología, decidí que la que más se adaptaba a mi personalidad era la segunda opción por lo que dedique mis siguientes cuatro años a estudiarla con gran entusiasmo dicha carrera que durante largos años ejercería. En esta etapa de mi vida conocí a Jorge, mi gran y único amor, y tras acabar la carrera y el Master decidimos ir a vivir juntos y tras ocho años como pareja me pido matrimonio en un precioso restaurante que por aquel entonces él dirigía. Mi boda coincido con un momento auge profesionalmente hablando, puesto que había logrado poner en marcha mi proyecto de vida » Mi primera consulta de psicología» Lugar en el que a diario escuchaba, por larga horas, los problemas que las personas tenían y gracias a mis consejos e indicaciones podrían solucionar o sobrellevar de la mejor forma posible.

Hoy, a mis 65 años de edad, firmo el documento que afirma que ya soy una jubilada. Mi nieto, Ignacio, no entiende porque me da tanta pena dejar de trabajar puesto que él le encanta no tener que estudiar. La diferencia es que para mí, mi trabajo era una afición era algo que me apasionaba por ello no me abrumaban los largos días replantas de diversidad de consultas. Esto solo ocurre cuando trabajas en algo que amas, como era mi caso, y si desempeñas este oficio rodeada de amistades. Mi primera y única consulta de psicología la pusimos en marcha mi amiga Esther y yo tras largas charlas en la cafetería de nuestra amiga en común Marta. Ella misma fue quien nos insistió en cumplir nuestro sueño por eso cuando pusimos en marcha nuestra consulta se convirtió en nuestra mejor secretaria. Siendo sincera, me abruma la idea de no trabajar porque no se qué hacer con mi vida. Por suerte he comenzado a mirar diferentes cursos a realizar entre los que se encuentran: Cursos de cocina, de costura e incluso he pensado en apuntarme al gimnasio para hacer algo denominado «Zumba» que, según lo que me ha explicado mi nieto, consiste en bailar música actual.

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