Un Naufragio en mi Trabajo

Un Naufragio en mi Trabajo

Puerto de Buenaventura, 8 de abril de 2016

Querido tío

Te cuento que acepté el trabajo del que te hablé semanas atrás. Estoy muy feliz, pero la gente me llama loca. Dicen que es muy peligroso. En parte tío, tienen razón, es un lugar lejano, difícil de llegar. Pero siento la obligación moral de hacerlo. Fui una vez con el grupo de trabajo. Hay que atravesar el mar y luego dos ríos. No se llega en un solo día. Nos hemos gastado tres días. El último río es bastante fragoso, muchas corrientes. Viajamos en una embarcación pequeña de madera, a veces hago fuerza con mi cuerpo, y empujo hacia adelante como si eso fuese a ayudar, siento que no vamos a lograr a pasar el torrente, pero es más mi instinto. Hay una parte del río que se hace estrecha, los remolinos de agua son muy fuertes. Toca bajarse y caminar un peñasco, nosotros lo atravesamos arrastrandonos como reptiles, las piedras son muy lisas, un mal paso, podemos caer al precipicio. Pero tío, así y todo estoy feliz. Vamos a realizar una buena labor allí. La gente es linda, son afrodescendientes, muy pobres, pero llevan la pobreza con mucha dignidad. Son poetas, componen canciones hermosas, cantan y bailan con tanta sensualidad y belleza… ¡qué envidia! En ese primer viaje dejamos listo el puesto de salud.

Pero en la siguiente vez, tuvimos un fuerte percance, la verdad te escribo como una manera de decirme a mí misma que aún sigo viva. Te resumo la historia. Cuando terminamos el trabajo, el motorista nos llevó a un lugar ubicado en el manglar que es la salida del río al mar. Por si no sabes, el manglar, es el encuentro entre el agua salada y el agua dulce. Ahí dentro hay muchos pueblitos de pescadores. Al lugar donde llegamos, las viviendas están construidas en palafitos, muy altas por que la marea va y viene cada seis horas. Las casas están unidas unas con otras, por palos, hay que hacer equilibrio hasta para ir al baño. En este lugar, íbamos a esperar la lancha pública que nos llevaría de regreso al puerto. Pero ésta paso cual veloz y nos dejó allí anclados.

Quedarnos en este lugar significada cinco días más, ya no teníamos casi dinero, ni comida. Se hacía urgente regresar a casa. ¡te imaginas cinco días más ahí! Un pescador nos ofreció sacarnos en su lancha al día siguiente, pero debíamos comprar nosotros la gasolina. Como habían otras personas de la comunidad que necesitaban viajar, entonces acordamos colocar entre todos el combustible. Salimos muy a la madrugada, aún la luna se veía enorme y todavía con algo de luz nos iluminaba el camino. Cuando salimos al mar ya había amanecido. El mar como pocas veces estaba tranquilo, el sol hacía su arribo en el horizonte, el cielo tenía un color azul profundo, a nuestra mirada, no había ni una nube alrededor. Pero al llegar a un sitio que los pescadores llaman el paso del tigre, en un minuto, tío, todo cambio. Llegó un acumulado de nubes negras,y se desató, un fuerte aguacero, además las olas comenzaron a crecer y la embarcación a dar vueltas sobre sí misma. De pronto las uniones de la madera se abrieron y el agua a entrarse a montones. Con unos tarritos pequeños, achicabamos, pero no era suficiente. Llegó el momento en que el agua nos llegaba a la cintura. Los pescadores que venían con nosotros gritaban y rezaban como locos. El motorista intentaba controlar la lancha, tratando de buscar la playa. ¡Vamos! gritaba, ayuden a tapar los huecos con lo que tengan, saquen agua. La última indicación que escuché porque ya estábamos todos fuera de sí, fue. ¡Salten al agua!, ¡no hay nada que hacer! No sé por qué en mi salto, se me salió el salvavidas, no me dí cuenta, pensaba que lo llevaba conmigo. Comencé a nadar, lo hice hasta que llegó un momento en que mis brazos fueron cediendo a la fuerza de las olas y la respiración se fue agotando. Recordé en un segundo, alguna instrucción que recibí de salvamento en el mar, justo cuando llegara la ola, habría que hundirse para no dejarse arrastrar mar adentro. Con un poquito de cordura que recobré con ese recuerdo, logré avanzar, y divisar la playa a lo lejos. Pero luego ya no puede más. Y mis pensamientos se volcaron al fin de mi vida. Sentía que el mar me sepultaba poco a poco. Comencé a decirle adiós a mi familia y a mis sueños. Ya cuando me hundía definitivamente, alguien me agarró del pelo y me arrastró hacia la playa. Exhausta, tendida mirando el cielo comprendí que aún tenía vida. Me di cuenta que todos estábamos ahí, aturdidos por el miedo, mirábamos con desconcierto, como la naturaleza volvía a su lugar, el cielo azul, las olas en calma, el mar iba trayendo poco a poco nuestras cosas personales. Otra odisea fue salir de la playa. Pronto la marea volvería y nos podría arrastrar de nuevo al mar, decía uno de los pescadores. La lancha estaba atrapada en la arena, además habría que repararla. El motorista nos solicitó las medias que traíamos y con ellas tapó los rotos que tenía la embarcación, el aseguraba que podíamos llegar a algún lugar, para pedir ayuda. Teníamos miedo pero no había otra forma de salir. Llevar de nuevo la embarcación al mar fue una tarea difícil, pesaba demasiado y el cansancio era enorme. Pero igual, empujamos y empujamos, casi dos horas, en medio de un sol candente, con hambre y demasiada sed, hasta que lo logramos.

Con esta misma lancha, te cuento, que llegamos al puerto. Una vez en tierra firme, me puse a llorar inconteniblemente. No lo podía creer. Después supimos que ese día a esa ahora había ocurrido un terremoto en una población muy cerca de donde naufragamos. Te lo cuento solo a vos, porque sé que no me vas a decir que no vuelva.

Con afecto

Tu sobrina

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