Eran las 11:00am. Se escuchaban ruidos que venían de la oficina del jefe, aquellos gritos sonaban tan fuertes que todos en la fábrica de lápices pudimos escuchar lo que se decía. El jefe salió a decirnos:

– Reunión urgente, vamos todos al patio.

– Estamos un poco ocupados ahora -dijo mi compañero-

– ¡QUIERO QUE TODOS ESTEN EN 1 MINUTO EN EL PATIO DE LA FABRICA! -Respondió con gran furia-

Dejamos nuestros implementos de trabajo y todos nos dirigimos al lugar del encuentro. El jefe estaba junto a su padre, el viejo Edward, dueño de todo el imperio familiar; también lo acompañaba su esposa y su hijo.

– Trabajadores, -Dijo el viejo Edward- en este momento la empresa está pasando por una gran crisis económica. No podemos tener más esta fábrica abierta. Hace unos meses liderábamos la fabricación de lápices, pero ahora, solo estamos perdiendo y perdiendo mucho dinero. Por esta razón, hemos tomado la decisión de despedir a todo el personal. Es una decisión muy difícil, pero es lo mejor para esta familia.

– ¿Qué? ¡NO PUEDE SER! -Dije con gran desespero, angustia y melancolía-. Señores, yo tengo una familia que cada día me espera para darles de comer. Tengo una niña de 3 años y una esposa que está embarazada. No nos pueden hacer esto.

– Comprendemos que todos tenemos necesidades -dijo el jefe, hijo del viejo Edward, interviniendo antes que su padre hablara-, pero comprendan ustedes que nos queda imposible tener esta fábrica abierta. Cada día perdemos dinero.

– ¿Y ahora qué vamos a hacer?- Dije fuerte para todo el personal reunido- La situación está muy difícil allá afuera, el desempleo cada día está peor en este pueblo. Unionville no puede más con tantas personas desempleadas.

– No lo sé -Contesta el viejo Edward-, pero no vamos a tener esta fábrica abierta. Pasen muy ordenadamente por su último cheque. Hoy es su último día de trabajo.

Cada uno de mis compañeros, incluyéndome, fueron con caras de incertidumbre a la oficina del jefe. El jefe no podía vernos la cara, solo se limitaba a estirar su brazo y darnos el cheque. Al finalizar la entrega de cheques, todos nos miramos al ver la poca cantidad de dinero que nos habían dado, eran 350 dólares para cada uno, esa cantidad no alcanzaba para sobrevivir mientras que nos ocurriera el milagro de poder hallar un empleo.

Al llegar a mi casa, mi esposa, como siempre, me recibe con un gran abrazo y preguntándome como me había ido. No tuve el valor de responderle como quería, ni de decirle toda la rabia que sentía. Solo atiné a decirle:

– Nos echaron a todos. Cerraron la fábrica. ¡No sé qué hacer! Él bebé va a nacer dentro de poco y no tengo para los gastos más básicos.

– ¿Te echaron? ¿Por qué? -Me dijo con asombro-. Eso está muy mal. Tenemos muchos gastos. Hoy a la niña en el jardín le pidieron unos libros que debe de llevar para mañana. No hay mucha comida en la nevera. ¿Qué vamos a hacer? No me dan empleo en ningún lado en este estado de embarazo.

– ¡No lo sé! -Contesté con furia-. Fue la primera vez que le hablaba así a mi esposa-. No puedo pedirle prestado dinero a mi familia. Mi padre está internado en el hospital psiquiátrico por esquizofrénico, mi madre ha fallecido. Veré que hacer.

Pasaron más de 2 meses. Mi bebe ya había nacido, era una hermosa niña, la cual le pusimos de nombre Zoe. Mi esposa la amaba, tanto así, que no la dejaba sola ni un instante.

No sé cómo hice para sobrevivir esos 2 meses, ya que no pude conseguir empleo. No podía seguir llevando a la casa comida. Llevábamos 3 días sin que mi esposa y yo comiéramos ni un solo pedazo de pan. Mi hija Salomé, tenía problemas de desnutrición, Zoe ya no tenía pañales, lloraba mucho de hambre, mi esposa no producía leche debido a su desnutrición. Me agobiaba la desesperación de no poder darle a mi familia lo que yo quería, y era tenerlos bien.

Mi impaciencia llegó a tan punto de contemplar el suicidio, pero reaccioné y mejor no lo hice, porque quería estar junto a mi familia. Así que salí por todo Unionville en busca de ayuda. Aquella ayuda me fue negada por todos los que decían ser mis amigos, ninguno se apiado de mis suplicas, mis ruegos no pudieron tocar sus negros corazones.

Llegando a mi casa, encontré que mi esposa llorando, tenía en sus brazos a Salomé, quien se había desmayado por hambre. Mi esposa se encontraba gritando. Sus alaridos fueron el detonante de aquella desgraciada enfermedad hereditaria que condujo a mi padre al lugar donde se encontraba.

Entró en mi cuerpo una sensación extraña y sádica. Fui al armario donde se guardaban las cosas antiguas, agarré la pistola, la cargué con algunas balas que se encontraban tiradas en una caja. Fui al cuarto donde estaba mi familia. No quería ver más el sufrimiento de mis seres queridos, así que, apuntando a la cabeza de mi esposa, accioné el arma. Sabía que debía de acabar primero con la vida de ella y así poder, sin ningún obstáculo, seguir con “mi plan”. Luego, fui hacia Salomé, fue fácil dispararle en su pequeña cabeza ya que se encontraba desmayada. Cargué a Zoe, quien olía feo, no le habíamos cambiado el pañal hace días. Sin medir consecuencias, le disparé arriba de los ojos.

Al reaccionar, me acogió un gran escalofrió, miedo y asombro. Extrañaba a mi familia, quería hablar con ellos. Sin pensarlo, puse el gatillo en mi mentón y ¡BOOM!

Ahora todos estamos juntos, sin ninguna necesidad, sin hambre, con marcas de disparos que son imborrables pero de algún modo se pueden cubrir. Gracias a la enfermedad de mi padre, pude vencer el desasosiego que me invadió por completo. Ahora vivo feliz junto a mi familia en el cielo.

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