Hoy es 10 de marzo del 2018. Acabo de ver un correo de Recursos Humanos en el que felicitan a Miguel por su día. Parece que algo anduviera mal, pero no sé qué es. Regreso a mis tareas. Luego de algunos minutos Miguel responde con un conciso “muchas gracias”. ¿Acaso alguien falta? Decido revisar todas las direcciones que recibieron el mensaje y me doy cuenta de que quedan pocos en la empresa que coincidieron conmigo en alguno de los almuerzos en los que celebráramos los cumpleaños de Miguel y de Jaime; que compartían curiosamente la misma fecha. Empiezo a recordar:

– “What I’ve got you’ve got to give it to your mama
What I’ve got you’ve got to give it to your pappa!…”

Finalizaba la tarde de algún día de marzo o abril del 2010. De pronto se escuchó en todo el primer piso una de las canciones favoritas de Jaime, de los Red Hot Chili Peppers. A todo volumen. Aunque esa música también me gustaba no me podía concentrar en lo que hacía, así que me levanté y me dirigí a su oficina que estaba a un par de metros de mi escritorio.

– Hola Jaime, ¿qué estás haciendo?

– Hola Juan, estoy escuchando música. Je je je –se rió traviesamente- No, mentira. Estoy revisando unos equipos.

– Estás de buen humor. Te iba a preguntar algo pero ya se me olvidó –se lo iba a decir pero sólo preferí insinuarlo para que él mismo se diera cuenta.

– Sí, es que me acabo de acordar cuando le quemé las cejas al ingeniero Verano. ¿Te lo conté?

– ¿Qué dijiste? –pregunté en voz baja.

– Está un poco alto ¿no? –dijo mientras bajaba el volumen de su reproductor de CD.

– Sí, un poco.

– ¿Sabes quién es Verano?

– Sí, es un cliente. Estuve con él hace unos meses.

– Ya. Mira, una vez hicimos un servicio y teníamos que tomar medidas en una subestación eléctrica para modificar una celda, pero como no se podía apagar nada tuve que hacer la medición en “caliente”. En ese entonces no tenía a la mano una cinta métrica aislada así que usé una metálica.

– (Eso no pinta bien) –pensé.

– Entonces –Jaime empezó a sonreír- voy estirando la cinta unos centímetros y poco a poco va quedándose erguida y en eso se dobla como en cámara lenta y choca con las barras de cobre de la celda y ¡pum! ¡Un fogonazo!

-¡¿Qué pasó?!

– Un cortocircuito. ¿Has visto al coyote de los Looney Toons cuando le explota algo en la cara? Ya. Igualito estaba Verano, todo chamuscado y ¡sin cejas! Pero unas semanas después le volvieron a crecer…

Nos miramos y reímos a carcajadas por un par de minutos. Aunque algo cruel esta anécdota le sirvió como una dura lección: nunca tomar a la ligera la seguridad de los procesos, sobre todo con los trabajos en caliente. Me lo dijo ese día.

Él fue técnico electricista en los inicios de la empresa y con esfuerzo paralelamente estudió ingeniería. Se hizo ingeniero. Así que tenía el conocimiento teórico, técnico y práctico de sobra para el trabajo que realizaba, que era revisar equipos y tableros eléctricos, emitir informes y protocolos de prueba. Es un trabajo metódico, que requiere de conocimiento, paciencia y mucho orden. Aunque de esto último carecía un poco porque dentro de su oficina todo estaba cubierto con manuales, catálogos y equipos en revisión. No era posible caminar allí sin tropezar.

Era pausado, serio, dedicado y exigente. Todo vendedor o asistente que le hizo una pregunta pasó por este ritual, incluyéndome:

– Buenos días ingeniero ¿le puedo hacer una consulta sobre esto?

– Dime, –contestaba Jaime- antes de que me preguntes, ¿has leído el manual del equipo?

– No ingeniero.

– Léelo bien. Y si luego todavía te quedaran dudas entonces recién me buscas. ¿Ok?

A veces tenía que viajar para hacer algún servicio fuera de Lima. Otras él estaba en la oficina elaborando algún informe o si no se quedaba en el taller realizando pruebas. Se quedaba hasta muy tarde para terminar con los trabajos pendientes, a veces de amanecida. No importaba si era un fin de semana o feriado. Inclusive alguna vez supe que le recortaron sus vacaciones para atender a un cliente. Creo que nunca decía que no. Desarrolló una relación especial con los dueños de la empresa, por su gran compromiso laboral y por haber sido uno de sus primeros trabajadores desde su fundación. Se había ganado su cariño y respeto.

Para el 5 de marzo del año 2013 Jaime y yo teníamos cada uno una oficina en los extremos del local nuevo de la empresa, en el Callao. Sabía que al día siguiente él iba a viajar y por alguna razón desde temprano quería ir a visitarlo para bromear con él; algo que yo nunca hacía. Pero ese fue un día agotador y el cansancio evitó que lo buscara. Creo que eran como las ocho y media de la noche cuando salí de la fábrica, sin pasar por su oficina. Hasta hoy me arrepiento de ello.

Al día siguiente, entrada la tarde, todos nos enteramos del fatal accidente. La avioneta en la que viajaban él y otras ocho personas se estrelló en horas de la mañana muy cerca de su destino, Pataz. No hubo sobrevivientes. Fue una tragedia familiar dolorosa, porque dejó a su esposa embarazada y a un hijo pequeño. Faltaban sólo unos días para su cumpleaños. Era algo difícil de creer.

Haya sido error del piloto, de los instrumentos o por falta de combustible, todo se podría explicar por una falla en los protocolos de seguridad de la aeronave, que se chocó con una red eléctrica en operación (en «caliente»); qué ironía.

No éramos amigos. Tampoco compartí muchos trabajos con él. Y aunque también tenía sus malos ratos era un tipo de esos que al conocerlos un poco te dejaban huella.

Gracias por todo Jaime y feliz día, donde quiera que estés.

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