Prólogo

Me encuentro al final de mi vida laboral, un poco cansado, pero contento por lo vivido desde mi primer trabajo

Génesis

Andaba de vacaciones escolares, del curso 1971-1972, había terminado el primer año de Formación Profesional, especialidad Electrónica, cuando mi hermano mayor me dijo un día del mes de julio, a finales, creo recordar: ¿ Quieres trabajar en la oficina de la gasolinera conmigo?

Le contesté de inmediato que sí, pero luego lo consulté con mi padre, porque tenía quince años, me dijo que lo veía bien, no tenía inconveniente, hacía falta dinero en casa, ya que somos muchos de familia, solo me puso una condición, que no dejara los estudios.

Así que sobre el mes de octubre de ese mismo año, hice la matrícula para el segundo curso, pero esta vez en horario nocturno, de 6 a 10 de la noche.

Me dieron de alta en la empresa el 1 de agosto de 1972 y desde entonces no he dejado de trabajar.

Para mí supuso un cambio enorme en mi vida. Tenía que levantarme a las seis menos cuarto de la mañana para llegar a las ocho al trabajo, mi horario era de 8 de la mañana a cuatro de la tarde, en aquella época las combinaciones de autobuses, en Sevilla capital, brillaban por su ausencia.

Mi hermano y yo teníamos que andar bastante para llegar al puesto de trabajo, pasábamos frío en invierno, nos mojábamos mucho cuando llovía y hacía viento, pasábamos mucho calor en verano, pero ahí estábamos los dos juntos, cada día, yendo al trabajo, fuertes.

Este día a día, nos unió especialmente, mientras duró.

Toda esta situación era nueva para mí, yo era estudiante y no había trabajado antes, además el Jefe Administrativo nos trataba con excesiva autoridad y despotismo, no solo él, también el Gerente de la Empresa. No tenía ni idea de cómo hacer los trabajos que me mandaba. Puse todo mi empeño y poco a poco me fui haciendo con las tareas.

Por la mañana nos íbamos andando algunos tramos, otros en autobús, a la salida del trabajo, a veces, preguntábamos a los camioneros, que repostaban en la gasolinera, si iban en nuestra dirección, para que nos acercaran hasta el punto, donde nos dejaba el autobús de vuelta.

Así transcurrían los días, con otro planteamiento distinto al del curso anterior. Tenía una «responsabilidad», nueva para mí, y además tenía que seguir con los estudios.

Sobre el mes de septiembre de ese mismo año, empecé el nuevo curso escolar, me costó un poco más que el año anterior ya que, cuando llegaba a mi casa, después de la jornada de trabajo de 8 horas, tenía que comer deprisa y corriendo para coger dos autobuses, uno que paraba a mitad de camino y allí cogía otro hasta la calle más cercana a la Escuela, que estaba bastante lejos de mi casa. Tardaba una hora en llegar.

Al principio me quedaba dormido en las primeras clases, el profesor de Física y Química, explicaba muy lento y bajito, la clase estaba como en penumbra, todo esto facilitaba que mi mente se relajara y diera alguna cabezada que otra. En el resto de clases andaba más espabilado, a medida que iba avanzando la tarde ya controlaba un poco más la situación. Salía a las diez de la noche y llegaba a casa cerca de las once, cenaba y me ponía a hacer los trabajos de clase.

Pasó un año, el segundo curso lo saque en junio, con peores notas que en primero, influyeron claramente las nuevas circunstancias, pero aún así, y a pesar de que ya que no tenía el mismo tiempo, horas de descanso, y relajación, puse todo mi empeño para sacar el curso adelante.

Llegó el verano, con él las vacaciones escolares, no así las laborales, también me costó un poco eso de ir a trabajar pero lo llevé con calma, sabiendo que estaba haciendo lo que debía.

No podía dejar a mi padre solo, con la carga familiar. Para él era una ayuda, le quitaba un poco de peso de sus hombros.

En aquella época todos mis amigos empezaron a trabajar también, tener trabajo y novia eran los principales objetivos de todos y algunos incluso trabajaban desde los catorce años.

Me llegué a hacer la matrícula, uno de los días que tenía libre por la tarde, dispuesto una vez más a afrontar un nuevo curso, estaba ilusionado porque era el último y me daría la oportunidad de seguir con un curso superior, Primero de Maestría Industrial.

Como suele pasar, a veces se tuercen las cosas, y se torcieron de forma tonta.

Sucedió que la tomaron con mi hermano por un asunto del que no quiero hablar, y se plantearon despedirlo y así lo hicieron. Al principio me dio pena, por él y por mí. Ya no iba acompañado al trabajo. Poco más tarde se plantearon despedirme a mí, pero no tenían motivos, solo el hecho de ser hermano.

Lo primero que hicieron fue cambiarme el horario de trabajo de nueve de la mañana a dos de la tarde y de cuatro a siete. Dejé los estudios sobre el mes de febrero, justo en la segunda evaluación. Tramaron otra manera de tener » un motivo de despido», me dieron una orden trampa que destruyera un montón de albaranes viejos, de años atrás, ya no servían para nada y ocupaban mucho sitio en las estanterías.

Así lo hice por la tarde. Al día siguiente el Jefe, me preguntó que dónde estaban los albaranes, le dije que en la basura, rotos, como me había indicado. Puso el grito en el cielo, falsamente, para hacer el papel, y me dijo que quién me había dicho eso, que había destruido documentación «muy importante» y que era motivo de despido.

Prepararon rápidamente la carta de despido -creo que la tenían preparada desde el día anterior- y me la entregaron. Perdí el trabajo y el curso.

Era el mes de noviembre de 1973. Empecé a buscar un nuevo trabajo.

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