Cada mañana me levanto, me aseo, me visto con mis mejores ropas, salgo silbando con todos los útiles de mi trabajo, digo adiós a mis compañeros de piso. Llevo tiempo viviendo así, me gusta, es agradable llegar de trabajar y tener a alguien a quien contar tu día, tus experiencias, tus ventas, las ganancias. Además, al ser una pensión barata en pleno centro de Barcelona -el desayuno es suculento- te da opción de conocer a mucha gente diferente, unos más agradables, otros menos, pero como mi trabajo es cara al público, eso me encanta.

Esta pensión la regenta Eulalia, una señora de unos cincuenta años, aparenta más pero nunca se lo he dicho, yo soy el que más tiempo llevo ahí viviendo, nos caímos muy bien desde el primer día, de vez en cuando compartimos habitación, ya me entendéis, no es que sea una persona con la que yo podría tener algo serio, solo que…el roce hace el cariño, pero de ahí al amor hay un gran trecho, ella no lo entiende, pero lo asume y eso es muy importante. Como les contaba, me trata muy bien, tanto que a mi me cobra mucho menos que a los otros huéspedes y mi desayuno es mucho más completo que el de los demás, así es la vida, la ley del más fuerte, no sé qué haría si un día se cansara de mí y me sustituyera por otro, prefiero no enfrentarme a problemas o situaciones que aún no han aparecido, no soy de los que sufren de forma gratuita, es algo que me quitaba el sueño, por ese motivo dejé de hacerlo.

Hoy es otra mañana más.

-¡Buenos días!- Canturreo.

-¡Buenos días!- Me responden.

Hoy en el salón del desayuno hay tres personas : una pareja de enamorados, y un señor con una barba muy grande, larga, espesa, me da la sensación de que le vi ayer cerca de mi lugar de trabajo. A pesar que por mi puesto de trabajo pasa mucha gente, yo me quedo con las caras, no podría asegurar que era él, así que me siento en mi silla de siempre y Eulalia me trae mi desayuno rápidamente, sabe que me gusta bien calentito y que me gusta ser muy puntual, soy una persona muy seria y trabajadora.

¡Buenos días cariño!

¡Eulalia! La reprendo, ¿Qué va a pensar esta gente?

Se lo he dicho mil veces, lo de la alcoba en la alcoba se queda, pero ella nada, creo que quiere que la gente sepa que no es una mojigata, pero claro, es que yo tengo una reputación y me conoce mucha gente, no puedo dejar que piensen que utilizo a Eulalia para pagar menos, o aprovecharme de ella, yo tengo mi medio de sustento, y llevo años sin depender de nadie. Y sin que nadie dependa de mí. Hubo un tiempo en el que si fue así, tenía familia. Mi mala cabeza hizo que lo perdiera todo, mi mujer se cansó de mi, y de la noche a la mañana, me vi solo en la calle, llevo años sin ver a Rosita, mi niña, es mi pena, pero ya me he acostumbrado a vivir así, y sé que un día preguntará por mí, espero que quiera saber de su padre. Poco a poco me fui recuperando hasta conseguir un trabajo en una ciudad distinta y lejos de todo, es cierto que la niña me falta, pero soy muy feliz, tengo comida, techo, mi gran amiga Eulalia que me cuida y muchos conocidos.

– ¡Que piensen lo que quieran! – contesta Eulalia, con una gran sonrisa. – Me apetece llamarte cariño, como si te llamo perro viejo- se ríe a carcajadas, da la sensación de que ha bebido, pero lo único que hago es reírme con ella, es feliz como yo, y eso lo valoro.

– Eulalia, hoy el desayuno está mejor que ningún día, se nota que lo has preparado con mucho amor. Espero tener un buen día de trabajo- le guiño un ojo y ella me lo devuelve.

– Seguro que sí Antonio, tú siempre tienes suerte, aunque ayer tarde poco antes de que llegaras, la vecina me comentó que los Mossos de Escuadra estaban por las calles «limpiando», ahora es época de veraneantes y no quieren veros mucho por ahí- lo dice con cierta preocupación pero sin que su sonrisa desaparezca.

– Tranquila Eulalia – le digo para tranquilizarla.

Por dentro me arde el desayuno que aún no he terminado, y mientras soplo mi café continúo hablando como si no me importara.

– Sabes que mi zona es más tranquila, tengo cuidado, agilidad y mucha capacidad de reacción – sonrió con esfuerzo.

Tras decir esto me levanto, agarro mi manta con mis discos dentro y pienso que un día todo acabará. El trabajo de «mantero» en las Ramblas cada vez está peor pagado y es más peligroso, pero… soy tan feliz, solo me falta mi niña, mi Rosita.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS