Los apodos suelen representar adecuadamente algún aspecto sobresaliente de las personas que los portan.

En este caso, lo de hormiga venía por lo pequeño, laborioso. No sólo restringido al ámbito laboral, sino también, en el aspecto constante de empeño, insistencia; un “denso” en el vocabulario habitual. Por último, la tez morocha y los ojos; profundamente negros, terminaban de completar las atribuciones del mote.

El otro -en este caso LA otra- personaje de esta historia era “La Negra”. También podrían haberle puesto “la bomba”, porque no solo era lo más atractivo conocido hasta el momento en la oficina, sino que; además, era sumamente explosiva.

Tenía tan buena figura como mal carácter. Así, había logrado generar distancia y respeto entre quienes se veían atraídos por su belleza. De cuerpo perfecto, de esos cuyos atributos posteriores impiden que los hombres dejen de mirarlo hasta que desaparece en el horizonte. Con cabello negro azabache hasta la cintura y un flequillo que le cubría los ojos, a punto tal que uno no se explicaba como lograba ver a través de él. Un defecto, que en ella se convertía en virtud: el zezeo al hablar. Todo resultaba en un combo irresistible para los hombres: era a la vez una bebota y un “minón”.

Sus explosiones de ira no eran habituales, pero sí precisas y efectivas.Tenía la palabra justa en el momento exacto y, sabía como lastimar si tenía que hacerlo.

Todo transcurría normalmente hasta que la Negra fue transferida a Contaduría General, sí allí en el mismo sector en el que trabajaba la hormiga…

Al principio la hormiga (Héctor), pareció tomar distancia y respetar los antecedentes que bien se había ganado su compañera.

Todo transcurrió normalmente hasta que llegó el primer cierre del mes, ese día todo el mundo cola en silla y nadie se mueve hasta que el balance queda terminado.

Solían ser largas noches con prolongados momentos de espera que, hasta ahora, habían sido matizados por las ocurrencias de Héctor y su incansable vocabulario inagotable. Pero ahora estaba la negra (Elda) y a Héctor no se le ocurrió mejor idea que comenzar a distraerla con sus chascarrillos…

Al principio solo respondía con un suave giro de su cabeza. A distancia parecía que le hundía los ojos en la frente, aunque solo lograra mostrarle el flequillo que los cubría. Luego; raro en ella, comenzó a advertirle que parara, que no estaba dispuesta a seguir tolerando sus humoradas. Pero, por algo la hormiga se había ganado su apodo, siguió y siguió hasta que Elda se levantó y se paró frente a su escritorio. Apoyando sus manos sobre el borde comenzó a despachar todo su poder verborrágico sobre el pequeño.

Héctor parecía fundirse en el sillón y procuraba tomar distancia empujándolo hacia atrás sin darse cuenta que el vidrio de la oficina del Gerente se lo impedía. Sus ojos pestañeaban al compás de un S.O.S. o, al menos, esa era la sensación que transmitía. Un sórdido “ayúdenme” llegaba a las mentes de quienes lo rodeábamos algunos dispuestos a hacer nada y otros pensando que Héctor debía hacerse cargo de la tragedia que estaba provocando.

Ante un discurso inigualable, que subía de tono y tendía a ponerse exasperante; la hormiga estaba quedando reducida a la nada, casi completamente hundido en su sillón. En tanto la negra, motivada, comenzaba a lucir un color casi rojizo morado en su rostro. Daba la sensación, para quienes la conocíamos, que en cualquier momento se quitaba un zapato y le clavaba el taco en el ojo…hasta que del ingenio del personaje surgió la famosa frase:

-Perdón…, de coger ni hablar ¿no…?

Fue como si un formula uno viniera a doscientos kilómetros por hora y de pronto se estrellara contra un paredón.

Sacudida por el ingenio del morocho, la negra solo optó por darse vuelta y retirarse regalándonos en su ida el mejor paisaje, el silencio pacificador y cómplice del triunfo del más débil y una de las mejores anécdotas de trabajo…

José Osvaldo Ferrari (Peregrino)

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