Escucho un insistente pitido al lado de mi cabeza y mientras abro los ojos recuerdo que es el despertador que como todos los días me avisa de que son las siete de la mañana. Con más sueño que de costumbre, pues hoy no ha sido una noche apacible, me levanto y cojo la bata con los ojos entrecerrados para dirigirme a la cocina y preparar el desayuno.

Cuando estoy con mi taza de café humeante delante de mí, pienso en el trabajo que me he echado a las espaldas y pienso que estoy cansada, cansada y aburrida.

Repaso mi día anterior mentalmente intentando encontrar eso que me molesta y que no me ha dejado pegar ojo en toda la noche ¿es por el trabajo?, repasaré mi día anterior:

Me levanté como todos los días a las siete de la mañana, además con una sonrisa, pues estaba de buen humor ese día, había salido el sol y estaba con energías.

Una vez desayuné y me arreglé (bueno en realidad me planté un vaquero y una camiseta después de una ducha rápida y ya, porque no me gusta maquillarme aunque mi edad me lo vaya pidiendo; los cuarenta son muy traicioneros), levanté a mi pequeño de ocho años para que desayunara, le duché, le vestí, le di la merienda del cole, le recordé por séptima vez si lo llevaba todo y nos fuimos al colegio.

Desde allí me fui al supermercado y me encontré con Aurora, sí, ahora recuerdo la rápida conversación que mantuvimos:

  • – Hola Susana ¿qué tal estás?
  • – Bien, aquí comprando el pan y unas cosillas que necesitaba, y tú ¿cómo que estás aquí a estas horas?
  • – Ah, es que me he cogido unos días de vacaciones, ya sabes, estoy agotada con la llegada de la primavera y vengo a por algunas provisiones mientras Jeniffer está en casa con la plancha, es que nos vamos Jorge y yo a pasar unos días a la sierra.
  • – ¡Anda qué bien! ¿Celebráis algo?
  • – ¡Qué va! A descansar del trabajo chica, que agota muchísimo, pero claro, como tú no trabajas, qué vas a saber ¿verdad?
  • – Verdad – solté sin pensarlo y dándome la vuelta
  • – ¡Adiós Susana hija, ya nos vemos una tarde si quieres para tomar un café!
  • – Sí, claro

No lo pensé mucho más, era tan normal la frasecita que ya estaba más que acostumbrada. Así que seguí con mi día:

Fui a casa a poner una lavadora, barrer, limpiar un baño, preparar la comida y de vuelta al colegio a por el pequeño para regresar a casa a comer, recoger mesa, fregar platos y volver al colegio, porque tiene horario partido.

De tres a cinco sigo “no trabajando” en casa y me pongo con la plancha, que yo no tengo a Jeniffer para que me ayude, y vuelta al colegio a por mi niño.

La tarde es para los deberes, claro, porque en la tómbola del mundo, no he tenido mucha suerte y mi pequeño tiene bastantes dificultades para centrarse y acabar tareas. Mucha gente me dice que le deje a su aire y cuando suspenda, ya se dará cuenta, pero ¿cómo hacerlo? No me lo perdonaría, así que…a estudiar con él hasta la hora de la cena. Con suerte si su padre llega hoy pronto podrá ayudarme con ella y yo tendré un ratito para mí.

A las nueve de la noche ya le estoy mandando a la cama, pero tengo que estar un rato con él porque le apetece hablar con su mamá y que sea ella quien le dé las buenas noches.

Cuando aparezco a las nueve y media en el salón, el padre de la criatura está tan cansado de trabajar, lógico, que está viendo el fútbol con un ojo abierto y otro cerrado, así que yo decido tener mi horita de lectura antes de acostar al gato e irme a la cama.

Hoy no va a ser un día tan brillante parece, mi ánimo quedó tocado porque alguien me ha recordado que ya no soy tan válida como ella porque “no trabajo”, claro que, ella no sabe los obstáculos que debí pasar yo.

Siete años atrás yo tenía un trabajo que sí me remuneraban a final de mes y que me hacía sentir menos culpable cuando me comparaba una camiseta o unas bragas, un trabajo que me llenaba, en el que me relacionaba con gente con las que tomaba un café o una cerveza los viernes por la tarde, un trabajo que había conseguido con esfuerzo por haber estudiado una carrera y ser responsable en lo que hacía, un trabajo que me hacía sentir viva, pero un trabajo… que se fue al garete porque era una mala época económica y social en el país. Y mi situación cambió, porque yo acababa de ser mamá, y una mamá con problemas, con un bebé con problemas y el mundo se me vino abajo. Pero no puedo ir explicando todo esto a Aurora ni a nadie más, soy yo la que me tengo que convencer que mi trabajo es tan digno como el de Aurora aunque yo no tenga un sueldo a fin de mes, tengo que ser…

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  • – ¡Mamá!
  • – Dime cariño.
  • – Veeeeen, súbete a mi cama a darme los buenos días, que ya estoy despierto.
  • – Voy.
  • – Buenos días guapa. ¡cómo te quiero!

Y ya mi recompensa del día, mi sueldo semanal y las pilas para seguir adelante.

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