La profesión más antigua del mundo

La profesión más antigua del mundo

Mi lugar de trabajo es como una cárcel. Se dan todas las condiciones del presidio. ¿Mi culpa? El único crimen que he cometido fue el de estar en el sitio inadecuado en el momento inadecuado. Suena cursi, a película barata o novelita del corazón, pero es cierto. Cumplí los diecinueve cuando empezaron a surgir las mafias. Todos los delincuentes espontáneos querían hacer dinero rápido y fácil. Hubo estafadores, asesinos a sueldo, ladrones, villanos de todo tipo. Vivía en un pueblo lejano, la ciudad estaba tan lejos que las noticias llegaban uno o dos años más tarde. No había medio informativo que nos abasteciera de la realidad. Lo que oíamos, después, era tan incomprensible como el idioma chino. Conocí a un hombre joven que me prometió fama. Trabajarás como modelo—me dijo regalándome joyas y perfumes—, no te arrepentirás. Saldrás del país y serás famosa. Me enseñó revistas con jóvenes guapas y felices. La ilusión me encaminó los pies a la desgracia. No tenía de quién despedirme. Mi madre siempre estaba ocupada tratando de encontrar comida para mis hermanos. Mi padre sólo tenía dos tareas. Preparar aguardiente y consumirlo con sus amigos. Me fui así, sin decirles nada. En una palabra, desaparecí de su vida. Seguro que ni lo notaron.

Ahora, estoy rodeada de otras mujeres que compiten conmigo. Aquí todas somos enemigas y cada una vela por su seguridad. La nube de pestilencia rancia que se respira aquí me es imperceptible. Las primeras semanas quería vomitar, pero mis pulmones la absorbieron y ahora ni la noto. La alimentación es la peor que uno se pueda imaginar. Tu organismo se desgasta consumiendo sus reservas más escondidas. Nadie llega a los treinta años con buen aspecto. Los pellizcos, apretones, golpes y magullamientos nos merman el cuerpo hasta convertirlo en ese tipo de carne que los japoneses consumen golpeando las vacas hasta matarlas. Los únicos medios de escape son la abstracción que nos da el alcohol, la hierba o algo más potente. Se duerme poco y en ocasiones una se desconecta con los ojos abiertos. Con el tiempo pasa más a menudo. Te recuestas, al hombre que te monta lo aprisionas como si tus piernas fueran unas tenazas, y estiras bien la cara para dormirte con la mirada pegada en el techo. Cuando despiertas, a tu lado está alguien comentándote cosas de su mundo, de esa parte de la vida que jamás verás. Afirmas con una sonrisa mientras duermes del otro lado de la realidad. Cualquier descanso te alarga la vida e intensifica el sufrimiento. No sabes qué decidir, reducir el camino tirándote a la desgracia o conservar la esperanza de una vida más pródiga.

Nunca piensas en tu naturaleza, aquí el sexo no es para gozar. Es una actuación falsa que debes interpretar varias veces al día. No se puede ser insensible por completo, por eso sudas odio, gritas insultos dulces modulando la voz para que las bestias que te aparean se desmoronen o diluyan. Unos te exigen mucho, te maltratan, pero eso es común y no le das importancia. El problema son los otros idiotas. Los que vienen a practicar sus técnicas de conquista. Son aquellos que te destruyen con sus caricias o con sus palabras que suenan a verdad. A veces, caes en la trampa y piensas que de verdad te van a salvar, pero eso es una tragedia griega en la que el héroe va a luchar contra los dioses y el omnipotente dios les corta un talón, les derrite las alas, los manda a que un buitre les coma el hígado o los deja arrastrando piedras por una pendiente para ser aplastados. Cuando eres presa del verdadero sueño. Cuando llega ese descanso real del olvido, recobras fuerzas, comienzas a sentir de nuevo los rayos del sol, incluso se te olvida que te han dado comida envenenada, o que alguien ha dicho cosas malas de ti para que te den un escarmiento. En esas ocasiones hasta los mismos proxenetas o los policías conchabados que se beben un champaña contigo, te parecen seres humanos. Les ves su cara real, su impotencia y frustración próximas. Deseas tener una pistola y hacerle ver la verdad. Te cosquillean las manos mientras acaricias la idea cruel y perversa de castrarlos.

Antes creía en Dios y tenía la esperanza de que me salvara alguna vez, pero han venido sus representantes y en lugar de confesión y alivio me han dado sólo tormento. Sufrimiento real en carne viva. Te golpean con el crucifijo y los imaginas como anticristos. Lo peor de todo es que está escrito ahí, en alguna parte de El Antiguo Testamento. Usurpan el lugar de Jehová y te lapidan con furia. Cada piedra es mayor. Terminas aplastada, sin poder tomar partido porque si blasfemas te cae la santa inquisición, si vociferas te llaman perdida, malnacida y te dan una penitencia que te manda al infierno o al purgatorio.

Lo último que alguien me preguntaría es si me gusta mi trabajo. Antes, sinceramente lo confieso, odiaba todo; pero este año he encontrado el arma para la venganza. Es un contagio. La enfermedad es mortífera y me las he ingeniado para que los trucos que he aprendido terminen con mis enemigos. Los adulo, les digo cosas que los excitan y los desarman ante mí, después me convierto en el ángel vengador. En ese Gabriel con espada de fuego y los desnudo, los sacrifico como lo quería dios. Carne de vigilia con panes ácimos, sin levadura y sal. Hago la fogata y le doy al señor el aroma de sacrificio que pide. Me queda muy poco por realizar, una sacerdotisa como yo no puede ser eterna, el único principio que he observado es el de ahuyentar a los corderos jóvenes, todos los demás terminan en el calabozo de la perdición. Soy la diosa del templo de la venganza y con mi muerte empezará la peste que arrollará este maldito y reducido mundo de cuatro paredes en la que he decidido cobrarme ojo por ojo y diente …

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