Bien me lo decía mi padre … “si no estudias, terminarás limpiando mierda ajena”

¿Hasta cuando, Señor, tendré que recolectar mierda ajena para seguir viviendo?

De haberle hecho caso a mi padre, hoy sería, sin duda, un prominente y exitoso profesionista.

Pero no, la codicia y la impaciencia, pudieron más que yo, y hoy tengo que sobrevivir manteniendo a mi gran familia gracias a esta ardua labor.

Ya no puedo ni salir a comer a un buen restaurante, sin que me encuentre a algún conocido, y este me increpe con severidad, y termine abrazándome y felicitándome por mi “loable” oficio.

Si bien es cierto que trato de vestir con sobriedad y elegancia, y hasta utilizo aquella costosa loción Eau De Cartier que compré en el Harrods de Nueva York, mi cuerpo emana un agradable aroma, pero en el fondo mi alma sigue oliendo a podrido.

¿Habrá acaso algún lugar donde uno pueda dejar a un lado el cuerpo por un momento, para purificar su alma?

El padre Juan, párroco de nuestra parroquia, me ha dicho que sí. Que solo tengo que entrar a su templo y postrarme ante aquella imagen ubicada de forma más que mañosa junto al altar, a la diestra del Señor, pidiéndole que purifique mi alma. Claro que ayuda mucho si se deja un buen óbolo en la alcancía que place, más que inquisitiva, al pie de aquella imagen. Me conformo con rezar un Padre Nuestro y una Ave María dejando, además, una veladora encendida al pie de aquella milagrosa imagen.

Sin embargo yo pienso; ¿de que me sirve todo esto si bien sé que al día siguiente debo presentarme como todas las mañanas (eso sí, muy bien trajeadito) a seguir recolectando mierda y más mierda?

Cuando me apeo de mi Mercedes Clase S, plata, del año, por las mañanas, al ir a jugar tenis con mis amigos, y después me doy un buen baño de vapor en aquel exclusivo Club Campestre, me arrepiento de no haber concluido mis estudios. Y sin embargo sé que para todos hoy soy “El Licenciado”, orgullo de mi padre. Después de todo, gracias a él tengo, en la actualidad, este “lucrativo” trabajo.

Veo a mis amigos sufrir por pagar la hipoteca de una casa de interés social, y soñar con el día que puedan por fin cambiar su auto por uno nuevo, y yo tengo una gran mansión, en una zona residencial privada, (y mi casa de “descanso” en la costa, por supuesto), así como un deportivo coupé fastback, amarillo canario, que solo utilizo cuando la ocasión lo amerita, o más bien diría yo, lo requiere, pues mi estatus me obliga a aparentar lo que en verdad no soy, pues sé que si pudieran ver mi alma, vomitarían asqueados, por todo lo que he tenido que guardar en ella, tratando de ocultar tanta mierda que recojo cada día.

Me pregunto muy seguido quién es más feliz; si aquel amigo mío que con mucho sacrificio terminó su carrera, y aún así llega a fin de mes con solo unas monedas en el bolsillo, pero que tiene una familia que en verdad lo ama y se preocupa por él, o yo que con recopilar y ocultar tanta mierda, tengo una esposa que está a mi lado solo por pertenecer a la alta sociedad, y acudir sin falta a las reuniones y festejos más exclusivos, vistiendo siempre, faltaba más, con ropa de un prestigiado diseñador, y unos hijos que asisten a la mejor escuela de la región, y toman todos los cursos extra escolares que a su madre se le ocurren, sin olvidar, desde luego, nuestras vacaciones de verano en el extranjero, ni nuestras escapadas a Vail para esquiar, cuando el clima, y el trabajo, nos lo permiten.

Y también me pregunto cuánto durará mi trabajo. Si será cosa de solo un sexenio, o durará más allá. Al fin y al cabo mierda habrá por siempre, así como alguien dispuesto a recolectarla y esconderla (o incluso transformarla o maquillarla si es necesario).

Ahora me cuestiono si realmente mi padre tenía razón y no hubiera sido mejor para mi, ser un respetado profesionista más de nuestra sociedad.

Eso de ser biógrafo del presidente, me está ya afectando demasiado …

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